Parchís a los pies de Picasso: el rastro de los viernes invade Atocha

  • El mercadillo ilegal de Méndez Álvaro alcanza ya las puertas del Reina Sofía.
  • La Policía ha lanzado un operativo para disuadir a los ambulantes, que saben burlarlo.
  • Vecinos, turistas y comerciantes conviven con docenas de vendedores y clientes.
  • ¿Qué requisitos ha de cumplir la venta ambulante en Madrid?
Los vendedores del mercadillo ambulante de Atocha.
Los vendedores del mercadillo ambulante de Atocha.
JORGE PARÍS
Los vendedores del mercadillo ambulante de Atocha.

Una chancla (una sola), siete cuchillos, varias monedas predemocráticas, un trozo de algo al lado de una funda rajada de un disco y un compás. Es difícil saber quién extendió el primer mantel para arrojar sobre él un montoncillo desordenado de bagatelas a las puertas del Reina Sofía. Tanto, como determinar con precisión quién le siguió, qué tal les fue y por qué decidieron volver el viernes siguiente al mismo sitio. Pero de eso se tratan las costumbres.

Desde hace tiempo, un reguero de ambulantes vende al mejor postor su mercancía ante el edificio Nouvel. Empiezan ahí, a los pies de esa meca contemporánea, y van desplazándose durante el día por el tablero que se traza alrededor de la fuente de Carlos V. El ritmo del juego lo marca la Policía. Según apriete, los puestos se trasladan de la Ronda de Atocha a Santa María de la Cabeza, de Santa María de la Cabeza al Paseo de las Delicias, y de ahí a Méndez Álvaro. De casilla a casilla, de distrito a distrito, cruzando las fronteras entre las demarcaciones que reparten la tarea de los agentes. Un peregrinar permanente, hasta que la conciencia colectiva que a veces parece que dirige este mercadillo decide que hay que echar el cierre. Que hasta otro día. Es el rastro de los viernes.

Mercadillo ilegal de los viernes en Atocha
Mercadillo ilegal de los viernes en Atocha

La nancy lagarterana

No son manteros. El suyo es otro target. Aquí no hay camisetas ni bolsos de imitación que el tercer mundo fabrica para que aparente el primero. Aquí hay ropa usada, mucha, y toda pasada de moda. Y relojes, cajitas, una nancy lagarterana y un kit de insulina. "Yo llevo 53 años viviendo en Pan Bendito y le digo que las linternas valen 15 euros cada una", zanja tras un rato un tendero con un brazo en jarra y el otro al aire. "Bueno, yo voy a traer una pila", le reta su potencial comprador mientras se aleja, "y, si siguen aquí, las probamos". "Pues por escucharle ya me podía dar una monedita".

El Ayuntamiento conoce el asunto. Este gobierno y los anteriores. Su política es la de controlar más que multar. "En su mayoría, son personas con una precaria situación económica, de edad avanzada y, en algunos casos, con problemas de adicciones o indigentes", explican desde la delegación de Seguridad. Venden objetos de "pequeño volumen y gran variedad" con un elemento común: todos son de segunda mano o, directamente, del contenedor. Hay más rastros así en otros sitios, como en Plaza Elíptica o Vallecas. "Este, de hecho, hace años, estaba más abajo y a veces se ponían también los sábados", rememoran en el Consistorio. Hoy, el mercadillo del Reina es ya el más organizado y, sobre todo, el que más de cerca roza un enclave turístico nacional (o "una zona con público altamente concurrida", administrativamente hablando).

"Esto de la venta... Esa cafetera que has traído puedes traerla siete veces y un día van y te dan lo que pides". Al lado del comerciante, un hombre que la mitad del tiempo habla árabe asiente. "Un euro, un euro", grita un tercero. De un portal cercano sale un perro. Tras él, su dueño. Y tras ambos, uno con una mochila que arrastra otro acento. Los vecinos esquivan. Los turistas ojean. Los camareros no dejan de servir terrazas.

Mercadillo ilegal de los viernes en Atocha.
Mercadillo ilegal de los viernes en Atocha.

Los dos silbidos

Con una patrulla basta. Cuando llega, todo se esfuma de forma más o menos ordenada, clientes incluidos. Hay quien tira sus tesoros y sale corriendo. En los alcorques quedan los restos del naufragio mientras cinco agentes identifican a un hombre y una mujer y les requisan sus mercancías. Él se resigna, dobla la infracción y se vuelve por donde ha venido. Ella intenta renegociar. "Mi hijo está enfermo". Sin mirarla, una policía le permite recuperar una sudadera rosa. "Esa era mía, no estaba a la venta".

Para el resto de vendedores, es el momento del disimule, la otra parte del trabajo. Se puede ejecutar en la parada del 85 –la de los autobuses que van al sur–, apoyado a una barandilla o sobre un bordillo. El mejor sitio es la isleta del centro. Desde allí se ven todas las calles, cuántos agentes se han sumado al operativo y si viene alguno más. Congelados, mirándose de refilón con el hato al hombro o quejándose mientras amarillea la tarde, pueden pasar diez minutos. O una hora. Cuando el primer coche de Policía se va, alguien silba entre la muchedumbre. Cuando lo hace el último, el silbido es más largo.

En ese momento, todos menos los multados se arremolinan del mismo lado de la calle. Toman posiciones, calculan distancias, miran el género que se quedó por el suelo y, si nadie lo reivindica, hay quien lo incorpora al inventario. En el tiempo en que un semáforo cambia de color, el rastro de los viernes reabre sus puertas. Ahí sigue todo, o casi todo, y todo en otro orden: las cajitas, los relojes, la nancy lagarterana. Y ahí permanece, hasta que la conciencia colectiva que a veces parece que dirige este mercadillo dice que hay que echar el cierre. Que hasta otro día.

Mercadillo ilegal de los viernes en Atocha
Mercadillo ilegal de los viernes en Atocha

Más disuasión que multas

Desde hace solo dos semanas, la Policía Local ha desplegado un operativo con dos patrullas de tarde para erradicar la venta ambulante no autorizada, un delito que acarrea multas de hasta 6.000 euros.

Esta vigilancia, sin embargo, tiene un cariz más disuasorio, ya que la mala calidad del género (los objetos no son susceptibles de comercializarse sino "productos usados, en ocasiones recuperados de la basura", explica el Ayuntamiento) impide aplicarles este tipo. Cuando se requisan, de hecho, no se llevan al almacén municipal, sino que se retiran como residuos. La unidad de Arganzuela solo ha registrado 17 denuncias este año. La de Centro, cuatro en 2018.

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