Más de cincuenta personas hacen cola en la céntrica calle de Jesús desde hace días, algunas desde hace casi una semana, para cumplir con la tradición del primer viernes de marzo de besar los pies del Cristo de Medinaceli, el más venerado por los madrileños.
A pesar de las bajas temperaturas, el ánimo no decae entre las mujeres que ocupan los primeros puestos de la fila, aunque algunas llevan casi una semana durmiendo a la intemperie.
"Si alguien trae comida o mantas, lo compartimos con la gente de nuestro grupo, unas 15 personas que venimos todos los años y ya nos conocemos", asegura María Dolores, que a sus "sesenta y tantos años" ya no está como para "hacer la noche", porque tiene que trabajar temprano, pero como no quiere que otras le guarden el sitio, acude todos los días a la calle Jesús a partir de las dos y cuarto de la tarde.
"Estamos aquí por devoción"
¿Merece la pena el esfuerzo de tantos días por sólo unos minutos ante el Cristo? La respuesta es contundente: "Por supuesto. Mis compañeras y yo estamos aquí por devoción, por una promesa que surgió a partir de algo que, aunque parecía imposible, se nos ha cumplido, en mi caso por mi hija, y nos sentimos en deuda con este Cristo", explica emocionada Belén.
Quedan sólo unas horas (las puertas se abren a las 23.30) y, pese a que los nervios y el cansancio se acentúan entre este grupo de incondicionales, predomina el buen humor y la ilusión por cumplir su promesa. "La verdad es que queremos que llegue ya mañana, pero al mismo tiempo nos da pena despedirnos porque hemos compartido muchas cosas y, si lo piensas, somos como una familia, porque nos vemos sólo una vez al año... Es un momento muy especial", concluye sonriente María Dolores
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