Crítica de cine: 'Alita: Ángel de combate', la eva del futuro tiene ojos de lemur

  • Este viernes llega a la cartelera la nueva película de Robert Rodriguez.
Alita (Rosa Salazar) en la distópica Ciudad de Hierro.
Alita (Rosa Salazar) en la distópica Ciudad de Hierro.
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Alita (Rosa Salazar) en la distópica Ciudad de Hierro.

Después de una gestación laboriosa y rocambolesca, la versión definitiva de uno de los iconos manga al fin ha roto el cascarón. Y lo ha hecho gracias, en buena medida, a esa incubadora humana que es James Cameron (que esta vez ejerce de productor y guionista), aunque quien firma como director sea Robert Rodriguez, que ha pasado de alcalde de Sin City a empadronarse en Iron City, territorio igualmente comanche (sin armas de fuego) donde habita esta Eva del futuro con ojos de lémur.

Así, la película es todo un canto al cuerpo eléctrico de nuestra heroína, interpretada por la joven Rosa Salazar (American Horror Story), desde que es rescatada en un vertedero a lo WALL•E hasta que se enfunda en el caparazón de princesa guerrera, pasando por una etapa iniciática teen que, de lejos, plantea el mayor desafío para un trabajo de tan peculiares y deslumbrantes características como este.

Porque justamente en torno a esos dos retos orbita el filme: por un lado, la impresionante arquitectura posapocalíptica en forma de racimos de favelas catedralicias; por otro, insuflar corazón y alma de metal a Alita más allá de sus mohínes de silicio. Y todo sin caer en el artificio actoral de metacrilato de la –tan cacareada en su día– adaptación a la gran pantalla de Final Fantasy.

Misión doblemente cumplida. Sobre todo en la primera parte, aunque la segunda se beneficia del tesón del ghepetto de turno, encarnado por el polivalente Christoph Waltz, en su salsa con personajes tan al filo de la guadaña como el doctor Ido. Pero Rodriguez esconde un par de ases en la manga: un romance adolescente tan prescindible y tontorrón como todos y, en fin, trasplantar su celuloide –bueno, ya se entiende– a una Playstation 4 para volver a asombrarnos con una ración de contundente Hack and Slash y carreras vertiginosas.

Los villanos, estilo Razas de noche en versión ciberpunk, actúan como los temibles y retorcidos jefes finales de los videojuegos, con generosidad de gore, charcutería y casquería híbrida. Es ahí donde se derrama y desparrama el talento texmex del cineasta, aportando agradecidos chorreones wéstern (esos cazarrecompensas fuera de la ley, ese duelo en el saloon pesadillesco) que sirven para animar la función en su segundo y algo denso tramo.

Si a todo ello le añadimos una elegancia de efectos especiales –dentro de la bizarrería de rigor– que también trae consigo un resurgimiento del 3D bien cocinado, más un desenlace que abre de par en par las puertas a una secuela/saga –que podría dar menos pereza de lo esperado–, cabría concluir que, tras lustros buscando sitio para aparcar, Alita ha encontrado hueco en el panorama cinematográfico actual, tan concienciado con temas como el reciclaje y el desguace.

En definitiva, la película de Robert Rodriguez consigue un entretenimiento eficaz, afortunadamente lejos de las pretensiones transhumanistas de Ghost in the Shell y lógicamente sin rozar la brillantez conceptual de Ex Machina. Su Alita: Ángel de combate encandilará a los fans de estas pirotecnias –en el buen sentido– niponas, que son legión.

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