Menores extranjeros en el centro de Hortaleza: "No nos gusta vivir aquí"

  • Uno de los cientos de menores que viven hacinados en un centro madrileño cuenta su experiencia.
  • "Dos amigos duermen en el suelo de los pasillos con una manta y pasamos frío".
Hassan, en Hortaleza (Madrid).
Hassan, en Hortaleza (Madrid).
JORGE PARÍS
Hassan, en Hortaleza (Madrid).

Cuando Hassan cruzó la frontera y pisó la Península, se le colocó una etiqueta de la que no podrá desprenderse hasta los 18: Menor Extranjero No Acompañado (Mena). No es el único. Bajo ese acrónimo convivían el pasado septiembre en España cerca de 12.000 chavales, una cifra que se queda obsoleta cada fin de semana con la llegada de una nueva patera.

El viaje comienza en sus países de origen (Marruecos, Argelia, Senegal...), donde dicen adiós a sus familias para huir de la guerra o la pobreza, y se trunca cuando ponen un pie en España, porque el futuro que buscaban no se ajusta a la realidad. Llegan indocumentados y la maquinaria administrativa se activa al segundo:Policía, Fiscalía... El protocolo manda y cuando los resultados de las pruebas confirman la edad se envía a los menores a centros de primera acogida, donde son hacinados, según denuncian desde hace meses oenegés y trabajadores de centros de todo el país.

Así es precisamente como vive Hassan, que espera junto a 10 amigos más en un parque próximo al madrileño centro de Hortaleza, en el que viven 140 chicos en un recinto habilitado para 35. Tiene ganas de contar su historia, pese a no dominar el castellano. "Trabajo" es la palabra que mejor pronuncia porque con ese propósito vino a España. De los menores que cruzaron sin familia el Estrecho se ha dicho de todo: que esnifan pegamento, que vagan sin rumbo por los parques y que atracan. Ahora la grabadora apunta directamente a ellos.

"Me imaginaba el centro de Hortaleza de otra forma. Pensaba que era un centro muy bueno, ahora no", explica este joven de 17 años natural de Tánger, donde se dedicaba a confeccionar camisetas por una miseria. La pobreza le empujó hace 6 meses a despedirse de su madre y de su hermano y a poner rumbo a un país que creía lleno de oportunidades. "Éramos muy pobres", asegura. Ahora, sin embargo, no vive mucho mejor. "En Marruecos veíamos un vídeo en YouTube en el que salían niños diciendo que tenían paga, ropa, zapatillas... Yo tengo la suerte de dormir en una cama, pero dos amigos duermen en el suelo de los pasillos con una manta y pasamos frío". El resto asiente y respalda sus palabras. "Hay muchos problemas".

Mientras habla, uno de los chicos que le acompaña camina en chanclas en pleno mes de noviembre. Sufrió un robo la noche anterior mientras dormía. "Ladrón de zapatilla", le llaman. Los educadores confirman el hurto, al parecer está a la orden del día. "Se roban entre ellos", detallan los trabajadores, quienes sitúan el foco de los problemas en un grupo muy reducido de chavales. "De todos los chicos que tenemos, 130 son un amor, pero los otros diez son conflictivos. Es indignante que acosador y acosado vivan en el mismo sitio. Muchos se van por la mañana y no vuelven hasta la noche. ¿Qué les vamos a decir si les pegan? Yo lo entiendo", denuncian.

Fuentes policiales sostienen que el índice de criminalidad ha subido "de forma muy moderada" en los distritos que cuentan con centros como estos. "No hay alerta policial porque se detiene siempre a los mismos, hablamos de reincidencia. Los hechos que cometen con mayor frecuencia son robos con violencia (móviles en su mayoría) y sirlas (amenazas con navaja). Normalmente desarman los teléfonos para venderlos por piezas o los cambian por pegamento". Y es que una minoría se ha engachado a los disolventes: son fáciles de conseguir.

Los que delinquen lo hacen para conseguir el dinero al que no tienen acceso, mientras que el abono transporte lo racionalizan los educadores. "El problema es que se relacionan con otros chavales que sí son verdaderamente delincuentes. Ahí aprenden el modus operandi. Se meten en ese mundo de delincuencia y es muy difícil salir porque tienen cierto poder adquisitivo aunque sea moderado", añaden fuentes de la Policía, que señalan que son una minoría.

Hassan y sus amigos aseguran que no han robado nunca. Su única obsesión es conseguir un trabajo. Por eso vinieron a España. "Yo pagué 400 euros por montar en patera", detalla el primero. "Yo 4.000", presume el más pequeño del grupo. Todos desembolsaron grandes cantidades para llegar a Andalucía, aunque tenían claro que querían empezar su nueva vida en Madrid. El viaje por el Atlántico de Hassan, junto a otros 20 chicos, acabó 12 horas después en Tarifa. "No tuve miedo, iba con más gente", se enorgullece. Pero la realidad es que no fue fácil. Una vez allí empezó la odisea: de Tarifa a Granada y de ahí en autobús hasta Madrid. Lleva 3 meses viviendo en Hortaleza.

Esta entrevista es lo más interesante de su tarde y posiblemente de toda la semana. Tal es la saturación del centro que los recién llegados no pueden asistir a clase por falta de espacio. "Intenamos buscarles cursos fuera para que se mantengan ocupados. No quieren estudiar, de hecho se cabrean si les derivas al instituto. Quieren trabajar. La mayoría quieren ser cocineros, jardineros o carpinteros", comentan los educadores.

Al final sus días pasan entre el parque y esas cuatro paredes que se han convertido en su nuevo hogar. "Para nosotros que somos nuevos no hay clase, solo para los antiguos. Nos levantamos, comemos y al parque". Y así hasta que cumplan 18, cuando empieza su verdadera desprotección. ¿Qué pasará entonces? "Tras muy poco tiempo ya tienen que abandonar los centros por haber cumplido la mayoría de edad y se encuentran sin ningún apoyo o recurso para la emancipación", comenta Jennifer Zuppiroli, de Save The Children. "No da tiempo a tramitar sus papeles".

El único deseo de Hassan, que está a la espera de empezar un curso de reparación de ordenadores, es conseguir un trabajo porque sabe que su situación a los 18 empeorará: "De lo que sea, quiero trabajar de cualquier cosa para poder ayudar a mi familia". Esas ganas las comparten todos. También, que no les gusta "vivir así".

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