El arte existencialista de Alberto Giacometti cobra vida en el Guggenheim

  • El museo presenta una gran retrospectiva que repasa cuatro décadas de carrera a través de 200 obras.
  • Podrá verse por segunda vez desde su creación en 1956 el famoso conjunto conocido como 'Mujeres de Venecia'.
  • FOTOGALERÍA: Giacometti: el escultor del alma humana llega a Bilbao.
Giacometti y sus 'Mujeres venecianas' de yeso, en la Bienal de Venecia de 1956
Giacometti y sus 'Mujeres venecianas' de yeso, en la Bienal de Venecia de 1956
Archives of the Giacometti Foundation
Giacometti y sus 'Mujeres venecianas' de yeso, en la Bienal de Venecia de 1956

Apenas 20 metros cuadrados de estudio bastaron en el siglo pasado a Alberto Giacometti para convertirse en uno de los más grandes escultores de la historia del arte. En un pequeño habitáculo de la Rue Hippolyte-Maindron de París se instalaría en 1926 - cuando ya llevaba cuatro años en la ciudad- y en él trabajaría de forma incansable durante cuarenta años hasta el final de sus días en 1966 -exceptuando el periodo durante la Segunda Guerra Mundial en el que volvería a su país natal, Suiza, en busca de refugio y durante el que conocería a su musa y mujer Annete Arm-.

En ese reducido espacio, el artista experimentaría con el cubismo en los años 20, con el surrealismo en los 30 dando rienda suelta al mundo de los sueños, para finalmente dar un giro hacia la figuración influido por el existencialismo de Jean Paul Sartre y, sobre todo, por los horrores del Holocausto.

Fue precisamente Sartre el que definiría sus creaciones como "seres a mitad de camino entre la nada y el ser". "A primera vista parecen mártires consumidos salidos del campo de concentración de Buchenwald. Pero poco después se abre paso hacia un concepto distinto: esas naturalezas delgadas y finas se elevan al cielo", diría de esos personajes descarnados, alargados, casi de piel pegada a huesos, espectrales y almas en penas pero tan carismáticos.

Para Giacometti la representación del ser humano se convertiría en una obsesión y de éste lo que más le interesaba era la mirada, donde según él residía el alma. Estudiaba los rasgos con una increíble precisión y aún así nunca pareció quedar del todo satisfecho. "Sé que me es completamente imposible modelar, pintar o dibujar una cabeza, por ejemplo, tal y como la veo, y sin embargo es lo único que intento hacer", confesaría.

El arte fue, en definitiva, su manera de conectar con los seres humanos: "Me ayuda a comprender mi propia visión del mundo exterior. O, dicho de una forma más sencilla, de mis semejantes, y sobre todo de aquellos que, por un motivo u otro, están más cerca de mí. La realidad nunca ha sido para mí un pretexto para crear obras de arte, sino el arte un medio necesario para darme un poco más cuenta de lo que veo".

En esas búsqueda del otro le acompañarían pocos pero muy fieles compañeros de viaje que le servirían como modelos y fuente de inspiración: su esposa Annette, su hermano Diego y casi al final de sus días se uniría su amante Caroline, una prostituta a la que triplicaba la edad por la que sintió verdadera fascinación. Se cuenta que posar para él era casi una tortura china, las sesiones podían prolongarse durante días.

Era cuestión de tiempo que el arte Giacometti llegase a nuestro país. El año pasado la Tate Modern de Londres organizó una de las exposiciones del milenio, la mayor retrospectiva dedicada al escultor en los últimos 20 años. Crítica y público cayeron rendidos a sus pies. Ahora le toca el turno al Museo Guggenheim de Bilbao. Hasta el 24 de febrero el centro acoge más de 200 esculturas, pinturas y dibujos que repasan sus 40 años de trayectoria artística.

Organizada en colaboración con la Fundación Giacometti de París - que aglutina la extraordinaria colección de arte y material de archivo recopilado por su viuda- la muestra subraya, entre otras cosas, el interés del escultor por los materiales moldeables como el yeso o la arcilla. Al contrario que otros creadores que los utilizaban como punto de partida para sus obras antes de pasar al bronce, Giacometti lo utilizó como material definitivo. Buena prueba de ello es el conjunto de esculturas Mujeres de Venecia, que podrá verse por segunda vez desde su creación para la Bienal de Venecia de 1956 (la primera fue en Londres el año pasado).

No faltarán tampoco a la cita obras imprescindibles del artista como la totémica Mujer cuchara (1927), Cabeza que mira (1929) - que fascinó a compañeros de profesión como Breton o Dalí-, Bola suspendida (1930-1931), Bosque (1950), Gran cabeza (1960) y Hombre que camina (1960), probablemente su escultura más conocida y una de las más famosas del siglo XX. Precisamente, una segunda serie de esta última pieza se subastó en la prestigiosa casa Sotheby's de Londres en 2010 por 84 millones de euros convirtiéndose en la escultura más cara de la historia, cinco años después otra obra suya, El hombre que señala, le arrebataría el título vendiéndose por 113 millones en Christie's.

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