La carrera del genial Nacho Vegas se encuentra en un momento peligrosamente incierto. Después de abandonar Manta Ray y firmar tres discos y cuatro EP's en solitario intachables, decidió aliarse a Bunbury y grabar un álbum doble llamado El Tiempo De Las Cerezas. El álbum en cuestión es soberbio, e incluye algunas de las mejores composiciones que ha grabado este inquieto asturiano, pero la intervención del siempre imprevisible e irregular líder de Héroes Del Silencio lastró el conjunto. Y
Pues bien, esta tendencia a buscar una mediática alma aliada para confeccionar discos parece consagrarse con su unión con Christina Rosenvinge. Y si ya Verano Fatal, pese a incuestionables buenas canciones, nos mostraba la obra firmada por Vegas menos inspirada de su carrera, el discreto concierto ofrecido ayer en la Sala Galileo Galilei (Madrid) refrenda la sospecha de que el creador de En La Sed Mortal no deslumbra, no convence, no encandila junto a Rosenvinge sobre un escenario.
Ayer Te Vi y Humo abrieron la actuación, con el protagonismo absoluto de la cantante madrileña. Ataviada con una indumentaria ajustada y exhibiendo una pretendida aura de femme fatale, Rosenvinge, más sugerente y siniestra que nunca, hizo un trabajo medianamente aceptable. Con No Pierdes, un poco después, también cumplió.
Halo de timidez
Cuando no estuvo a la altura de las circunstancias, en cambio, fue cuando le tocó acometer canciones de su carrera en solitario. Ahí, con Vegas en un honesto segundo plano, llegaron los momentos más prescindibles del concierto, especialmente cuando Rosenvinge se esforzaba en enmascarar su limitado talento con posturas, miradas y contoneos de gata en celo forzadísimos e impostados.Nacho, con su eterno halo de timidez y adorable torpeza escénica, que propició que se le cayera el micrófono y que destrozara un magnetófono porque no podía encenderlo,
Y no precisamente convincente, y sí lamentable, fue la inesperada incursión de Rosenvinge en la excepcional El Hombre Que Casi Conoció A Michi Panero, una sarcástica oda a la muerte de Nacho Vegas, que su compañera de fatigas arruinó cantando lacrimógenamente casi la primera mitad de la letra.
El simpático guiño de Vegas a un fan, al que dedicó un fragmento de la canción Blanca, y una inesperadamente rotunda La Plaza De La Soledad aliviaron un poco el mal sabor de boca de una actuación excesivamente gris para alguien del descomunal talento y sensibilidad del asturiano.
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