'La bailarina del futuro': siete mujeres que revolucionaron la danza

  • Espacio Fundación Telefónica dedica, hasta el próximo 24 de junio, una exposición a bailarinas y coreógrafas.
  • Ellas son Isadora Duncan, Loïe Fuller, Joséphine Baker, Mary Wigman, Martha Graham, Doris Humphrey y Tórtola Valencia.
Martha Graham. Bailarina. 1931 © Imogen Cunningham Trust.
Martha Graham. Bailarina. 1931 ©  Imogen Cunningham Trust.
IMOGEN CUNNINGHAM
Martha Graham. Bailarina. 1931 © Imogen Cunningham Trust.

Siete mujeres que se rebelaron contra el sistema establecido y haciéndolo, revolucionaron el mundo de la danza. Sus nombres: Isadora Duncan, Loïe Fuller, Joséphine Baker, Mary Wigman, Martha Graham, Doris Humphrey y la española Tórtola Valencia. Ellas son las protagonistas de La bailarina del futuro, la nueva propuesta expositiva de Espacio Fundación Telefónica que puede verse en Madrid hasta el próximo 24 de junio y se suma a otros proyectos anteriores de la institución dirigidos a descubrir el papel fundamental de las mujeres en ámbitos tan distintos como las artes, la informática (Ada Lovelace) o las comunicaciones (Hedy Lamar).

En esta ocasión, todas ellas comparten la misma muestra con un objetivo común: mostrar cómo se enfrentaron a las convenciones sociales de su época y a un arte como la danza, demasiado rígido y encorsetado, para liberar, primero, el cuerpo femenino y crear, de paso, nuevas formas de expresión.

Comisariada por María Santoyo y Miguel Ángel Delgado, la exposición se divide en siete espacios experienciales que corresponden a cada una de estas figuras revolucionarias de la danza. El primer paso es un preludio que nos introduce en el ballet clásico de finales del siglo XIX a través de varias prendas procedentes del Museo del Traje de Madrid que ayudan a entender esa rigidez imperante en la época y el dominio del cuerpo al que se sometía a las bailarinas.

Una ambientación necesaria para dar paso y entender mejor a la primera protagonista de la exposición: Isadora Duncan (San Francisco, 1877 – Niza, 1927), la pionera en cuestionarse el ballet clásico y la primera que impulsó una nueva era con un lenguaje de vanguardia inspirado en referentes como el oleaje marino, las figuras griegas (pies descalzos, túnicas...), la poesía de Walt Whitman o las pinturas de Botticelli.

A continuación, tres mujeres que unieron lo popular con los ambientes más académicos y que rompieron todo tipo de clichés y tabúes sexuales con sus bailes. Por un lado, Loïe Fuller (Fullersburg, EEUU, 1862 – París, Francia, 1928) cuya danza se vio influenciada por las leyes de la refracción de la luz y que usó la luz eléctrica en sus espectáculos de una forma nunca vista. Por otro, Joséphine Baker (San Luis, EEUU, 1906 – París, Fancia, 1975) que revolucionó los años 20 como reina del charleston. Y por último, Tórtola Valencia (Sevilla, 1882 – Barcelona, 1955) que embrujó al público con danza oriental. De ellas podrán verse carteles de sus espectáculos, fotografías e indumentaria que usaban en sus espectáculos.

Aparte de Valencia, la única bailarina europea de la muestra es Mary Wigman (Hannover, Alemania, 1886 – Berlín, 1973), que estuvo estrechamente vinculada al expresionismo y basó su danza en el protagonismo de las manos y la presencia del suelo. Influida por los teatros Noh y Butoh japoneses para ella la máscara fue un elemento fundamental, así como la relación con Rudolf von Laban, con el que desarrolló el método de notación coreográfica.

A ella le sigue Martha Graham (Pittsburgh, EEUU, 1894 – Nueva York, 1991), que basó su método en situar el centro del cuerpo en el plexo solar y la contracción y expansión del movimiento pélvico. Todavía vigente en la educación de cualquier bailarín contemporáneo, cada una de sus coreografías apelaron a las emociones. De esta manera, en este apartado una gran instalación audiovisual, recrea seis movimientos que corresponden a seis pasiones: alegría, tristeza, ira, miedo, amor y deseo. Fue, sin duda alguna, la más intelectual de las protagonistas de esta exposición.

Por último, Doris Humphrey (Oak Park, EEUU, 1895 – Nueva York, 1958), acabó con la verticalidad en la danza y puso en valor la atracción del cuerpo del bailarín hacia la tierra. En este apartado, una triple instalación audiovisual recrea la caída del cuerpo controlada, gracias a la representación de la bailarina profesional Agnès López Río.

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