Ser apátrida dista mucho del concepto romántico de no creer en las fronteras. Supone vivir en un limbo legal en el que ningún país te reconoce, lo que implica que nadie asegura tus derechos o libertades: sencillamente, el apátrida no está cubierto legalmente por ninguna autoridad que pueda representarle.
Es la situación en la que se encuentra Khadijatou Bourkari Dafa, una mujer de origen saharaui. Nació hace 29 años en Haouza, que entonces pertenecía al Sahara Español.
Tiempo después de que ese territorio se incorporara al Reino de Marruecos, Khadijatou se instaló en un campo de refugiados de Tinduf, bajo soberanía argelina. Años más tarde, viajó a España para someterse a un tratamiento oftalmológico con pasaporte argelino, pero su pasaporte caducó. Entonces, Argelia pidió que se reconociera a la mujer como apátrida, algo que la Justicia española rechazó.
Las consecuencias de la apatridia
Ha pasado tiempo desde entonces, pero finalmente el Supremo ha reconocido a Khadijatou como una apátrida. Es una situación que legalmente se aplica en pocos supuestos, aunque es un problema muy común entre los refugiados y quienes han nacido en territorios en disputa.
Según ACNUR, apátrida es quien no es reconocido por ningún país como ciudadano, y recoge que dicha situación se trata legalmente en la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas , de 1954, en la Convención para reducir los casos de Apatridia, de 1961, y en los escritos de las Naciones Unidas encargados a ACNUR desde 1974.
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