La dura travesía para cruzar a España: "Acabas con el cuerpo destrozado y sin casi ayuda"

  • Dos afectados dan la visión de su odisea: "Llegas en condiciones muy complicadas".
  • Bienvenu Mapana llegó a España a nado en 2005 después de recibir un disparo en la valla de Ceuta: "Han pasado 12 años y sigo teniendo dolores".
  • Recuerda que la Guardia Civil lo recogió herido y "directamente" lo devolvió.
  • Alain Diabanza, otro afectado, fue testigo de estos actos: "Disparan sin avisar en cuanto te das la vuelta".
Alain Diabanza, en una imagen actual.
Alain Diabanza, en una imagen actual.
CEAR
Alain Diabanza, en una imagen actual.

España ha tenido que afrontar durante los últimos años una problemática grave en la frontera de Ceuta y Melilla. Los saltos masivos a la valla que separa Marruecos del territorio español se han cobrado heridos y críticas hacia los diferentes gobiernos. Eso, unido a los intentos a través del mar, suponen retos para las personas que quieren cruzar la frontera.

Dos afectados de lo que sucede en la valla de Ceuta y Melilla reletan su punto de vista sobre las dificultades, los motivos que les llevan a querer cruzar y la actuación de las fuerzas de seguridad.

La historia de Bienvenu Mapana es muy clara. Acabó cruzando a nado, y ahora reside en San Sebastián, pero su viaje desde el Congo, pasando por Camerún, Mali y Argelia hasta llegar a Marruecos, tuvo un peaje en forma de pelota de goma. "Hice dos intentos de salto a la valla en Ceuta, y en el segundo, me alcanzó un disparo", cuenta a 20minutos.

En la frontera hay dos vallas. Mapana pasó la primera, y cuando escalaba la segunda, "una patrulla de la Guardia Civil se acercó y disparó". Así, directamente, porque como él mismo explica "no preguntan, disparan".

¿Qué se siente? Bienvenu es rotundo: "Es como si te partieran en dos. A mí me alcanzó en la costilla y el dolor es insoportable". Cayó herido y el proceso fue simple. "Me recogieron del suelo, abrieron la puerta y me entregaron otra vez a la Policía marroquí".

Lo peor llega después. "Te quedas con la herida, muy dolorido, pasándolo muy mal". Además, no reciben ayuda médica. "No hay ONG que nos puedan ayudar en esos momentos, así que tuvimos que comprar vendas y todo lo necesario en Marruecos, la cura fue complicada". De hecho, reconoce que aún le duele: "Si me toco la cicatriz, o me apoyo, me sigue molestando". Y han pasado doce años.

Se sintió desamparado y reconoce que "con el cuerpo lleno de marcas, de golpes, y cansado nadie te ayuda". El congoleño tardó casi tres meses en lograr el asilo y no olvida. "Aunque haya pasado mucho tiempo sigo teniendo secuelas, sobre todo físicas", recalca.

Eso sí, no cree que merezca la pena embarcarse en una lucha legal. "Tengo poquísimas opciones de ganar un juicio, por mucho que nos unamos varios afectados", lamenta. "Y no será por falta de pruebas; me basta con enseñar la cicatriz".

"Ya las vallas en sí son verdaderos peligros"

Otro caso representativo es del Alain Diabanza. También congoleño, licenciado en Filología, huyó de su país por culpa de la guerra del Coltán, y cuenta desde Málaga, donde ahora reside, su historia a 20minutos. "Intenté saltar la valla por Ceuta tres veces, y las tres nos interceptó la Guardia Civil antes de que pudiéramos cruzar".

Así que lo intentó por mar: accedió a nado desde Marruecos, como él mismo relata. "Al llegar nuestras condiciones eran muy complicadas". Recuerda que incluso existen recomendaciones. "Cuando pisé Marruecos busqué gente que me pudiera ayudar a cruzar, y te dan consejos, y te tienes que fiar de gente que se quiere aprovechar de ti", dice, pero las propuestas no están dentro de las posibilidades de estas personas. "Te recomiendan que te compres un traje de neopreno si es que vas a cruzar a nado, pero ¿de dónde sacas el dinero?", lamenta.

Tuvo que esperar varias noches a los pies de la valla para realizar sus intentos. "Siempre se salta en grupos de quince o veinte personas", pero eso es solo el principio. "Somos nosotros mismos los que tenemos que construir las escaleras para saltar: usamos troncos, trozos de madera y también prendas de ropa para marcar los pasos", dice.

Entre ambas vallas hay una carretera por la que transitan agentes "precisamente para frenar en la mitad, si es que no pueden frenar el salto antes", comenta Diabanza, a quien las patrullas divisaron, junto a sus acompañantes, a tiempo para que no pudiera ni siquiera empezar a subir.

"Ya las vallas en sí son verdaderos peligros", admite. Están construidas de tal manera que "el metal provoca lesiones graves y heridas en la mayoría de los casos". Con sus propios ojos vio además "como la Guardia Civil, si cruzas, te abre la puerta para que vuelvas, y cuando les das la espalda disparan: es lo que llamamos el regalo de la bola de goma".

El regalo de la bola de goma

Su viaje hasta España fue largo: pasó del Congo a Angola, donde estuvo dos años trabajando como profesor, y de ahí Senegal para ir luego a Marruecos. "Por el camino te encuentras con lo que nosotros llamamos guías, pero que realmente son mafias", esgrime Alain. En total, alrededor de cinco años para llegar a Europa, que realmente es "el sueño que tienes después de lo mal que lo pasas en tu país".

"Intenté saltar por última vez en Navidad de 2004 y pasé a nado en marzo de 2005", recuerda. El mayor peligro cuando se llega a la valla es sin duda lo que ellos llaman el "regalo de la bala de goma". Diabanza revela que "son los agentes los que te abren la puerta para dispararte cuando cruzas, o incluso cuando te das la vuelta. Disparan por la espalda".

Decidió lanzarse al agua al ver que sus opciones se agotaban: "Nadas horas y horas y cuando tocas tierra no puedes más", recuerda, pero al mismo tiempo reconoce que tuvo suerte. "Nos recogieron y en mi caso me ayudaron", cuenta Diabanza.

Eso sí, "necesitan demostrar que estás en una situación de vulnerabilidad", porque de lo contrario "lo normal es que seas deportado al día siguiente". En su caso, primero fue llevado a dependencias policiales, y allí ya recibió asistencia."Pase dos meses en el CETI de Ceuta, que no era ni mucho menos como ahora", recuerda. En 2005, "hacía falta mano de obra, según nos decían desde las ONG".

Tras estar en el Centro y habiendo solicitado el asilo en cuanto llegó a España, Alain recibió "la tarjeta amarilla", que quería decir que lo "aceptaban". Gracias a CEAR pudo encontrar casa y trabajo: ya lleva doce años en España, "con todos los papeles en regla y completamente integrado".

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