El cura que recibe cartas de los presos

Francisco Villacorta conserva miles de misivas fruto de 27 años visitando a los internos. «Sólo realizo pequeños favores», dice.
Francisco Villacorta recibe, a diario, media docena de cartas. Todas escritas a mano.

Nada más abrirlas enumera los datos penales del remitente, «es de un portugués y ya van para seis años los que se encuentra encerrado».

Villacorta, religioso dominico, reside en el convento de San Gregorio de Valladolid. Todo un personaje muy popular en el mundo penitenciario que desde hace 27 años se entrevista en la cárcel con los internos que solicitan su compañía.

En su singular labor pastoral, además de escuchar y brindar algún que otro consejo, también realiza las más variopintas gestiones que los presos le encomiendan; hablar con la familia, buscarles trabajo o un lugar donde pasar unos días cuando quedan en libertad, y hasta terciar sobre alguna decisión judicial. «Todos saben que acudo de buena fe y me atienden», afirma este hombre menudo, que ya pasa de los ochenta años.

La tarea comenzó a principios de los ochenta y, desde entonces, guarda miles de cartas de los presos. Al abrirlas, algunas relatan situaciones extremas: «Le diré que el veinticinco suspendí definitivamente la huelga de hambre, con setenta kilos de peso». Otras contienen peticiones y, además, muy explícitas: «Disculpe la molestia, por favor, si puede mandarme zapatos y pantalones.

Mi número es el 38». Algunas parecen extraídas del diario del protagonistas de una película americana de género: «Me parece mentira que lleve treinta y un año de mi vida encerrado, ahora tengo 52». O esta otra: «Me he hecho con un canario mixto, entre verderón y pardillo, es mi alegría en el chabolo (la celda)».

No prometer nada

Ante tantas peticiones que recibe, Villacorta aplica una máxima, «no prometer lo que no se puede dar» y se guía con este otro principio, «no les pregunto por qué entraron, sólo escucho sus necesidades y, en la medida de lo posible, las atiendo».

El padre Villacorta no se jubila. Saca tiempo para cartearse con cientos de presos, acude los sábados a celebrar comunicaciones con internos y recibe durante la semana a las familias en el convento. Sin embargo, no ejerce de capellán de ninguna cárcel. Ni los confiesa, ni celebra misa en estas dependencias. Sólo escucha y, como a él le gusta decir, «realizo pequeños favores».

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