
La actriz Leticia Dolera fue víctima de dos abusos sexuales durante su trayectoria profesional. El primero, con tan solo 18 años; el segundo, diez años después. Ahora, con el escándalo de Harvey Weinstein en boca de todos, la artista barcelonesa ha decidido contar las experiencias traumáticas que marcaron su carrera en un texto escrito en primera persona para eldiario.es con el fin de denunciar que los abusos son mucho más frecuentes en la industria y fuera de ella de lo que se cree, y que no siempre llevan la etiqueta Hollywood.
"Ahora se habla de Harvey Weinstein, pero no es solo este tipo con poder y dinero, son Woody Allen y Oliver Stone defendiéndole, son también los cientos de testigos callando durante décadas, callando cada día", cuenta.
El primer suceso ocurrió en la fiesta de despedida de uno de sus primeros trabajos en el mundo audiovisual, cuando el director le tocó el pecho delante de un grupo de gente. Ella, que tan solo tenía 18 años, no supo reaccionar en un primer momento. "No puedes ir tocando las tetas a la gente", fue capaz de decir un poco después. "Sí puedo, mira", respondió él que volvió de nuevo a tocarla. "Eres un cerdo", contestó ella. "Me callo para dejar paso a los comentarios de mis compañeros adultos, pero... silencio otra vez. Están ocupados buscando dignidad en el fondo de sus copas", critica.
Una situación similar se repitió en el set de rodaje de una producción en Francia, ya con 28 años, cuando un compañero al que apenas conocía y ella grababan una escena. Él le tenía que agarrar el brazo, pero durante unos segundos se tomó la libertad para tocarla. "El actor y yo nos mantenemos en la marca, durante la espera, el susodicho, con el que no he intercambiado más de tres frases en estos días, baja lentamente su mano por mi brazo, me acaricia la zona lumbar y... sí, me acaricia el culo. Lento, se toma su tiempo, yo me quedo de hielo, no reacciono, no puedo entender que esté teniendo la poca vergüenza de hacer eso ahí en medio".
Entonces, no reaccionó. "Quise decirle algo, pero el idioma y la rabia no me permitían elaborar en mi cabeza un discurso que estuviera a la altura de la repulsa que quería expresar", explica. En aquel momento también buscó la complicidad de algún testigo, lo había: un hombre vio la escena, pero en su rostro solo encontró "pena para acto seguido fingir que no había pasado nada". "Era lo más cómodo para los dos. Aunque no es cómodo que una gran parte de la sociedad nos trate como un trozo de carne. Como tampoco lo es que cuando una mujer denuncia una agresión la tachen enseguida de exagerada o mentirosa".
Cuando los tocamientos sucedieron, ella no denunció. En su carta, asegura que ahora sí lo haría e insta a alzar la voz contra los actos diarios de vejación hacia las mujeres y denunciar también a quienes miran para otro lado. Y concluye: "Es el escándalo machista vestido de normalidad. Quitémosle de una vez por todas el disfraz".
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