
A pesar de haber sido finalista del prestigioso Premio Turner en 2008 –por cierto, con una polémica instalación titulada I give you all my money, que incluía, entre otras cosas, a una maniquí sentada sobre una taza de váter-, la irlandesa Cathy Wilkes (Belfast, 1966) no es un artista demasiado conocida en nuestro país.
Quizás esto cambie a partir de ahora, ya que en la actualidad el mismísimo PS1 del MoMA le dedica su primera exposición monográfica en Nueva York, que se organiza a raíz de haber ganado el pasado año el Premio Maria Lassnig. La historia del este galardón es cuanto menos curiosa. Lassnig (1919-2004) fue una artista austríaca feminista, cuya obra giró esencialmente sobre el cuerpo y el envejecimiento. El reconocimiento le llegó de forma muy tardía, y por esta razón, antes de morir, decidió crear este premio que no reconoce, como la mayoría, el arte emergente sino el maduro (digamos que a artistas en mitad de su carrera). Además de la importante dotación económica (50.000 euros), el ganador consigue una exposición individual organizada por una institución socia, que en esta ocasión, ha sido el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
En su momento, al recibir la irlandesa este galardón, el director de The Modern Institute de Glasgow (galería que representa a Wilkes desde hace dos décadas) comentaba: "El trabajo de Cathy tiene que ver con estar vivo, aquí y ahora. Tiene mucho que ver con su posición como madre, con la vida, la muerte y las emociones. Supera todas las barreras del idioma".
Por su parte, Sarah Munro, directora del Centro Báltico de Arte Contemporáneo, añadía: "Ella transforma los materiales más humildes, como los textiles desgastados y las cerámicas viejas, en cuadros en movimiento. Sus trabajos, desde sus primeros días como artista y activista femenina, se ha centrado en la inmediatez de la vida real y en las experiencias de las que a menudo no se habla, como la pérdida, el cuidado o la paternidad".
Todo ello puede descubrirse en esta exposición, abierta hasta el próximo 11 de marzo, que presenta medio centenar de obras seleccionadas entre diversas colecciones públicas y privadas de Europa y Estados Unidos, así como algunas piezas creadas ex profeso para esta ocasión. En todas ellas puede observarse como, a lo largo de estos veinte años de carrera, Wilkes ha creado un corpus de trabajo que se relaciona con los rituales de la vida, combinando pinturas, dibujos, esculturas y objetos encontrados y muchas veces alterados.
Empleando de forma habitual productos cotidianos y materiales residuales extraídos de su vida doméstica y el medio ambiente de Glasgow (donde tiene su base de operaciones), las instalaciones de Wilkes, como bien dicen en el MoMA, "conectan las banalidades de la existencia cotidiana a arquetipos más grandes como nacimiento, matrimonio, crianza de hijos y muerte".
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