Susan Lipper muestra el misterio salvaje de una comunidad rural de los aislados Apalaches

  • La fotógrafa recupera la aplaudida serie documental 'Grapevine', una mirada sin prejuicios ni estereotipos a un pueblo montaraz de la cordillera de los EE UU.
  • Dió con el lugar por casualidad, consiguió ser aceptada y retrató durante cinco años la locura de drogas, armas, segregación sexual y aislamiento del lugar.
  • 'Al principio alguien señaló la montaña y dijo que me podían pegar un tiro y enterrarme allí, pero ahora soy una más y regreso todos los veranos', dice Lipper.
Dos residentes de Grapevine comparten humo de marihuana
Dos residentes de Grapevine comparten humo de marihuana
Courtesy of the Artist and Higher Pictures
Dos residentes de Grapevine comparten humo de marihuana

El cadáver de un ciervo cuelga de la única canasta de baloncesto del lugar, un hombre embarrado posa con el revolver en la mano ante dos carrocerías destartaladas, dos mujeres voluminosas y un crío regresan de pescar en el río, una tercera se baja el sujetador y enseña un pecho a cámara, cuatro muñecas Barbie escurren la melena en la bañera, un hombre huraño aparece tras el cristal astillado de una furgoneta, un caballero cristiano del Klu Klux Klan se muestra con su traje ceremonial, capirote incluido...

El lugar se llama Grapevine y está en algún lugar de Virginia Occidental, en los intrincados y difíciles valles del límite sur de la Cordillera de los Apalaches, la principal formación montañosa del este de los EE UU y también la más lejana en términos sociales y culturales. No vale la pena buscar en los mapas: hay cinco pueblos que se llaman Grapevine y el de las fotos ni siquiera aparece en la relación. Está poblado por dos centenares de montaraces y huraños seres humanos orgullosos de su apartamiento de la sociedad convencional.

Cuando la fotógrafa Susan Lipper cayó en el lugar por primera vez, en 1988 y por casualidad mientras recorría la zona, el recibimiento no fue afable. "Una mujer señaló la montaña y me dijo que me podrían dar un tiro, enterrarme allí y que nadie encontraría nunca el cadáver", recuerda la documentalista neoyorquina con humor, porque ahora sabe que aquello quizá fue una broma.

A los vecinos les pareció extraño el interés de una fotógrafa, pero los modales no intrusivos de Lipper y el paso del tiempo limaron posibles recelos. Durante cinco años, las visitas de la documentalista se convirtieron en habituales y la aceptación confiada creció hasta que los hillbillies la toleraron con naturalidad. El resultado es uno de los más interesantes y reveladores ejercicios de presentación, sin estereotipos ni prejuicios, de una comunidad aislada.

Grapevine, que fue editado como libro en 1899, regresa ahora a la actualidad con una exposición en la galería Higher Pictures de Nueva York. Hasta el 14 de enero, Lipper muestra una versión ampliada del trabajo. Con un tacto exquisito y mucho sentido del humor —del que también hacen gala los vecinos—, la fotógrafa consiguió ser aceptada y retrató durante cinco años la locura de drogas, armas, segregación sexual y aislamiento del lugar.

'Actores de sí mismos'

A diferencia de un reportero al uso, Lipper no está interesada en retratar lo singular, sino en dejar que sean los protagonistas quienes se conviertan en los regidores de su propia imagen. Rompió con la tradición concediendo a los residentes una especie de "licencia teatral" para ser "actores de sí mismos", resaltan desde la galería. Cada vez que regresaba llevaba un lote impreso de las imágenes que había tomado en el viaje anterior y pactaba con las personas que aparecían en las fotos si mantener el resultado o cambiarlo hacia otro "artificio o fantasía" que funcionase mejor para todos.

El proceso colaborativo, añaden, se amolda a las reglas del "documental tradicional", porque finalmente cada persona tiene la suficiente entereza y la "conciencia aguda de sí misma" como para desear mostrarse tal cual es. "Me encontré impulsada por un deseo de interacción repetida con la comunidad, los lugares y eventos específicos de Grapevine y conseguí una intimidad nunca antes imaginada", dice Lipper, para quien la serie no solo muestra la vida de otros, sino que puede verse como un diario personal.

Los hombres, borrachos; las mujeres, en casa

La colección de fotos en blanco y negro, tomadas con una cámara analógica de medio formato, muestran un ambiente de alocada felicidad en el que abundan las drogas y las armas y rige una notable segregación entre hombres y mujeres, que ocupan espacio y funciones diferentes y específicas. "Básicamente, los hombres se emborrachan muy intensamente y las mujeres se  quedan en casa. Esa situación de podía causar problemas: podría haber recibido un disparo de una de las mujeres por pasar el rato en los bares con los hombres".

Todo resquemos quedó solventado cuando los habitantes de Grapevine apreciaron la honestidad sin dobleces de Lipper. "Era complicado porque nada de lo que hacía era invisible en una comunidad tan pequeña. Tuve cuidado, claro, pero siempre me moví según un contrato no escrito entre las dos partes: estábamos creando imágenes juntos aunque los personajes fueron a menudo muy predecibles y las situaciones también".

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