Villaverde recupera la calma

Cuando se cumple un mes de la muerte de un joven en Oroquieta, los vecinos aseguran que la tensión ha disminuido.
Un minuto de silencio y un aplauso. Caras tristes y algunas lágrimas. Ayer un puñado de amigos recordó así a Manuel G. C., el chico de 17 años apuñalado el 2 de mayo presuntamente por un joven dominicano. Se cumplía un mes desde aquel fatídico día. Un mes en el que el barrio de Oroquieta, en Villaverde, según cuentan los vecinos, poco a poco va recuperando la calma.

En el banco donde se quedó tendido el cuerpo de Manu había ayer una manta blanca adornada con margaritas rojas y una carta triste: «(...) Hace un mes que te asesinaron y el dolor se acrecienta en nuestros corazones. Te echamos mucho de menos, Manu».

Pero si no fuera porque el fallecimiento de Manu desató una ola de ataques racistas en el barrio y sembró de temor sus calles, uno pensaría que aquí nunca ha ocurrido nada. En una tarde calurosa las terrazas comienzan a llenarse de vecinos, en las plazas más de uno se refugia del sol, los chavales corren detrás de un balón y los acentos del otro lado del Atlántico resuenan en cada esquina.

Presencia policial

«Ahora estamos más tranquilos; los primeros días había mucha Policía y ahora no tanto, pero se nota menos tensión», cuenta Álvaro, un chaval de doce años amigo de Manu. «El barrio está más relajado», afirma José Luis, camarero en un bar de la zona.

Desde el lunes se puso en marcha el plan especial para Villaverde, que entre otras cosas incluye más presencia policial, vigilancia en autobuses y en institutos y la creación de una comisaría exclusiva para el distrito.

En El Espinillo, según los chavales del barrio, uno de los centros de enseñanza más conflictivos, ya hay dos agentes de Policía vigilando a diario la entrada. Prado de la Mata, la portavoz vecinal, ve positivas las medidas que se han puesto en marcha: «Hicimos una valoración y se nota la presencia policial. Es verdad que no hay tantos agentes como al principio, pero la gente ya comienza a volver a la calle. No hay tanta crispación, aunque es una tranquilidad entre comillas por el miedo a que pase algo otra vez».

«Las ventas han bajado mucho»

Cuando se desató la ola de violencia en Oroquieta, a Milkeya, una dominicana que vive desde hace cinco años en el barrio, los vándalos casi le destrozan su local, especializado en productos latinos. «Nos hicieron mucho daño y las ventas bajaron», cuenta. Un mes después de la muerte de Manu, Milkeya dice que ya no se siente el miedo en las calles, aunque las ventas siguen siendo escasas. «Pero estamos mejor», asegura.

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