Desde hace más de 16 años, Salvador Pichardo Asquith conduce uno de los autobuses urbanos de Huelva. Le apasiona ponerse al volante y tratar con los vecinos de la capital en el día a día. Lo que menos le gusta de su trabajo es el tráfico y el estrés. En el poco tiempo libre que le queda entre el trabajo y la familia, a Salvador le gusta ver películas, leer y navegar por Internet.

¿Cómo se ve Huelva desde el asiento del autobús?

Es una moneda de dos caras. Por una parte, veo una ciudad abarrotada por el tráfico, que es algo a lo que me enfrento cada día, pero también vivo la ciudad con sus ciudadanos y conozco las historias en primera historia.

 Su primer recuerdo de Huelva.

Sin duda, la celulosa. El olor a celulosa que se percibía cuando llegabas a Huelva cuando todavía las industrias no estaban acondicionadas ni contaban con los filtros que tienen ahora.

El mejor rincón para disfrutar de la ciudad es...

Me gusta pasear por la Plaza de las Monjas, en pleno centro de Huelva, y por las calles aledañas como la Concepción o Berdigón. Es el lugar de la capital donde hay más vida.

Le gusta pasar por...

Por la zona de El Conquero. Desde allí se ven unos atardeceres increíbles y suelo pasar muy despacio para deleitarme con la vista.

¿Qué época del año le sienta mejor a Huelva?

La Navidad. Durante el verano, la capital está vacía porque todos se van a la zona de costa y es en la época navideña cuando se ve más gente por la calle. A partir del 15 de diciembre Huelva se vuelca con la Navidad y eso se nota.

¿A qué huele la ciudad?

Durante el día huele a coches y tráfico pero en las primeras horas de la mañana cuando corre algo de brisa llega un inconfundible olor a sal marina desde la ría y las marismas.

¿A qué sabe?

A jamón y a marisco para los amantes de la buena comida y a calidad de vida para los que buscan la tranquilidad. Para mí, Huelva es una España en miniatura porque tenemos de todo: costa, sierra, praderas, lo mejor del mar y lo mejor de la tierra.

Descríbanos su fotografía preferida de Huelva.

Miraría desde El Calé hacia Portugal en esta época del año mientras se pone el sol. Se ve una playa desierta, inmensa, con kilómetros de arena, vacía pero a la vez llena. También me gusta la vista desde Mazagón mirando a Doñana, con la bruma que la caracteriza.

Huelva le gusta porque...

Porque tiene una luz que no se ve en ningún otro lugar y por el clima. Hay veces, durante el verano, que tienes que cerrar los ojos incluso a las ocho de la mañana porque la luz te deslumbra.

Le desquicia....

El poco amor propio de los onubenses por nuestras cosas; no valoramos lo que tenemos y nos cuesta movilizarnos y pedir lo que es nuestro.

A Huelva le sobra...

El gran problema de nuestra ciudad: las balsas de fosfoyeso. No hablo de las industrias, que son un motor económico fundamental para Huelva, sino de las balsas que tenemos junto a nuestras viviendas. Hablamos de fosas con 30 metros de profundidad más otros 10 por encima que se tapan y quedan en el olvido.

Y le falta...

Atractivo para los que viene de fuera. La capital no tiene gancho para los turistas que optan por irse directamente a la costa. No conservamos lo que tenemos y tampoco apostamos por innovar y crear cosas nuevas que se conviertan en un aliciente para los visitantes.

De la cultura onubense se queda con...

Al contrario de la afición generalizada por los fandangos y el flamenco, lo que realmente me gusta es el trabajo de los buenos pintores como Vázquez Díaz. La pena es que todos los buenos artistas se terminan marchando de Huelva.

¿Qué monumento de la ciudad no se cansa de mirar?

El monumento dedicado al Quinto Centenario por todo lo que describe, desde Juan Ramón Jiménez al descubrimiento de América. Es la imagen perfecta de Huelva.

 ¿Cómo son los onubenses?

Muy apáticos.

Una anécdota que recuerde durante su trabajo...

Voy a contar varias.... Una vez, tres chicas entraron en el autobús y una de ellas no tenía dinero suficiente para pagar. Le comenté que utilizará el bonobús de su hermana. Mi sorpresa fue cuando la chica me dijo que no era su hermana sino su madre y que la más pequeña de ellas era su hija. Tenían 37, 22 y 7 años. Lo que más me llamó la atención fue que entre la abuela y la nieta sólo había 30 años de diferencia. También recuerdo al Niño Miguel, uno de los mejores guitarristas de España, que se ha consumido por las drogas y a veces me lo encuentro por la calle mientras hago la ruta.

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