
El desierto avanza imparable en Canarias. O para ser más exactos, ya ha llegado a las islas. Como primer resultado de este fenómeno, casi la mitad de la superficie del Archipiélago está sometida a intensos procesos de erosión que se llevan al año 12 toneladas de suelo fértil por hectárea, la carga de 300.000 camiones de gran tonelaje.
El fenómeno afecta a casi la mitad del territorio canario, donde lluvias y viento tiran al mar miles de metros cúbicos de suelo fértil al año.
Conclusiones inquietantes
Unas 329.000 hectáreas de Canarias, el 43% de su superficie, están sometidas a intensos procesos de erosión debidos a la acción de la lluvia y el viento, siendo Fuerteventura y Gran Canaria las islas que sufren el problema de una forma más acuciante.
Así de duras y contundentes son las principales conclusiones de un estudio elaborado por la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación Territorial del Gobierno de Canarias sobre el diagnóstico del proceso de desertificación en el Archipiélago, que servirá de base para la puesta en marcha de un plan de lucha contra este problema.
Las espectaculares cifras son consideradas por los expertos mundiales como la activación de la alarma roja, pues supone entrar en los umbrales de erosión moderada, la de pérdidas de suelo entre 10 y 50 toneladas.
El techo mundial está en sufrir un índice superior a las 200 toneladas. Sin embargo, los valores canarios tienen el agravante añadido de hacer referencia a terrenos insulares de reducida extensión y elevada población, situación que multiplica por cien los problemas derivados de esta erosión.
El informe encargado por el departamento autonómico advierte de que Canarias tiene un alto riesgo de desertificación en todas las islas, a excepción de La Palma. Así, Fuerteventura ocupa el primer puesto de la lista, con el 59,4% de su territorio expuesto a intensos procesos de erosión, seguida de Gran Canaria (56,7%).
El proceso se acelera
Le siguen en extensión La Gomera (47,1%), Tenerife (41,9%), Lanzarote (30,6%), El Hierro (15,8%) y La Palma (8%). Además de un gran número de especies animales y vegetales en peligro, están en riesgo los ecosistemas y, especialmente, los agrosistemas.
Con estos últimos también está desapareciendo un personaje fundamental en el control de la degradación ambiental: el agricultor. La crisis de la agricultura tradicional, con el consecuente abandono del campo, el sobrepastoreo y el aumento de la salinización de los suelos debido a la sobre explotación de los recursos hídricos, agravan una situación cada vez más preocupante y generalizada.
La desproporcionada urbanización del campo no sólo no ayuda a parar este proceso, sino que lo está acelerando gravemente.
Donde antes se plantaban patatas se cultivan ahora viviendas, infinitamente más rentables para los especuladores. Los consumos de agua se han disparado y la contaminación del aire mata ya a más gente que muchas enfermedades. La solución a todos estos desequilibrios, más que difícil, resulta imposible.
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