Alois, el padre de Adolf Hitler (1889-1945), se desesperaba con su hijo: ¡Estaba empeñado en ser artista! Quería que se hiciera funcionario, como él, pero el joven estaba obsesionado con la pintura y la arquitectura. Su sueño consistía en ser admitido en la Escuela de Bellas Artes de Viena. No lo logró. Le suspendieron dos veces, en 1907 y al año siguiente. Tampoco le admitieron en la Escuela de Arquitectura.
Se dedicó entonces a trabajar por su cuenta. Se especializó en obras de pequeño formato en las que copiaba paisajes de tarjetas postales y grabados antiguos. Empleaba carboncillo, tintas de colores y acuarelas. Los críticos que han analizado su obra coinciden en su falta de originalidad y en la precariedad de su formación en anatomía y perspectiva. El precio medio de sus obras era de 100 marcos de los de entonces (recientemente se ha vendido un retrato pintado por él por 15.000 euros). Vivía con 80 marcos y el resto lo empleaba en ir al teatro y a la ópera. Durante mucho tiempo le fue totalmente indiferente la situación sociopolítica
de su país.
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