Y tú, ¿a quién quieres más, a Sabina o a Serrat? (II): Fa vint anys que tinc vint anys

Joaquín Sabina durante la actuación del pasado martes en el Palacio de los Deportes de Madrid.
Joaquín Sabina durante la actuación del pasado martes en el Palacio de los Deportes de Madrid.
EFE / VÍCTOR LERENA
Joaquín Sabina durante la actuación del pasado martes en el Palacio de los Deportes de Madrid.

... Y llegó el momento de intercambiarse los papeles. Primero Serrat interpretó a A la orilla de la chimenea. La canción se escuchó con una línea melódica distinta a la original, adaptada a la voz del Nano, quien añadió a la letra de Sabina una fuerza lírica que el de Jaén no puede darle desde hace años. En la voz del catalán los versos "puedo ponerme humilde y decir que no soy el mejor, que me falta valor para atarte a mi cama" sonaron infinitamente más hermosos. Y el público confirmó que las letras de Sabina se las sabe al dedillo.

Joaquín le devolvió el favor a su primo cantando Señora. Entonces las tornas se invirtieron y, al oírle pronunciar "se marchitó vuestra fragancia", cabía pensar que el jiennense se estaba refiriendo a su propia voz, reducida prácticamente ya a un parco recitativo. A los arreglos originales se les añadió una mayor intensidad de la percusión. Y muchas de las 15.000 personas que llenaban el Palacio de los Deportes se animaron -ahora sí- a corear una letra de Serrat. La balanza que pesaba la predilección por uno u otro cantautores parecía equilibrarse.

De nuevo a dúo, los pájaros interpretaron Aquellas pequeñas cosas, de Joan Manuel. Lo que empezó con un sencillo acompañamiento al piano fue ganando intensidad hasta conseguir que el público diera palmas. Entonces, la canción se convirtió en Ruido, de Sabina, con los protagonistas de la gira y sus músicos y voces acompañantes dispuestos a modo de tablao flamenco.

En el mismo ambiente, se dio paso al único tema prestado de todo el repertorio, El muerto vivo, de Peret. Al ritmo de "no estaba muerto, estaba de parranda", se presentó a los músicos Pedro Barceló, a la batería, y Pancho Varona, a la guitarra. Al levantarse para hacer un amago de baile, Serrat y Sabina dejaron patente que el tiempo no pasa en balde. Verles en un intento por hacer reír dejaba un sabor agridulce, parecía que tuvieran que recurrir a la gracia porque su talento musical hubiera desaparecido.

Si en nueve meses naciese una nena, que le pongan de nombre Joaquina"

A continuación Joan Manuel se dirigió al auditorio para bromear con la posibilidad de que entre dos personas del público surgiera una relación esa misma noche. "Si en nueve meses naciese una nena, que le pongan de nombre Joaquina". Cuando la chica sea mayor, continuó, ya podrá irse "al registro y cambiarlo por Penélope Lucía".

A solas, Serrat interpretó Es caprichoso el azar, que con las voces de Marcela Ferrari y Paqui Sánchez haciendo los coros se convirtió en un bello lamento. Otra vez el catalán fue quien para poner los pelos de punta a la audiencia que, ahora enternecida, habría de dar, más tarde, botes con Sabina.

Entonces el piano envolvió los versos de Fa vint anys que tinc vint anys (Hace veinte años que tengo veinte años). Cuando Sabina se sumó a la interpretación, la canción cobró sentido: ahí estaban los dos, con 20 más 20 más 20 años a sus espaldas -Joaquín algunos menos, Joan Manuel algunos más- enganchando a un público que los admira un poco más por lo que fueron y por lo que sus composiciones supusieron en sus vidas que por lo que son.

Luego el de Úbeda tomó prestada de su colega catalán Poema de amor. Mientras Joaquín arrastraba la voz, el auditorio se mantenía impasible, casi en silencio. Pero la apatía duró poco gracias a Pacto entre caballeros. La enésima versión del "mucha, mucha policía" sigue provocando los saltos y gritos del respetable... y la nostalgia -desde el área reservada a los medios de comunicación- de ese grupo de amigos con los que -de pie y pegados al escenario- pegarse cariñosos empujones e inocentes golpes provocados por la emoción.

Algunos de los momentos menos emotivos del concierto vinieron con Noches de boda. Sabina volvió a equivocarse con la letra de su propia canción y, tal vez a causa de eso, Serrat también dudó. La cosa se compensó, seguidamente, con Mediterráneo. Solo, aunque bien arropado por el empuje de los instrumentos de viento metal, el barcelonés se ganó la complicidad y el aplauso rabioso de un público de interior, geográficamente lejano a la costa Este a la que él le cantaba.

Entre bromas, Sabina regresó al escenario y con las primeras notas de 19 días y 500 noches la gente volvió a animarse hasta regalar, al final, una sonora ovación al cantante. Pero esa ovación precedió a los minutos más desafortunados -en términos musicales- del concierto.

Penélope falló en un par de aspectos. La instrumentación, demasiado intensa, restó fuerza, por una parte, a la letra. La cascada voz de Joaquín, por otra, convirtió algunas estrofas de la canción en poemas, en versos leídos, sin melodía. Con todo, el público prefirió quedarse con su aprecio por el tema y le concedió al dúo de intérpretes un nuevo y sentido aplauso.

Pronto se acercaría el momento de la despedida, aunque sólo en apariencia...

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