Así se vive en el limbo de los 30: jóvenes adultos quemados por la crisis, pero hábiles y optimistas

  • Cambiar de década no es fácil. Llegar a los 30, además, implica connotaciones: hay que tomar decisiones vitales y las estadísticas acorralan.
  • A la cola de los 'millennials', los treintañeros han empezado ahora a vivir peor que sus padres, los que no están en paro tienen trabajos precarios.
  • Su habilidad pasa por adaptarse y abrir camino a los que vienen detrás.
Un grupo de jóvenes en los 30 años.
Un grupo de jóvenes en los 30 años.
GTRES ONLINE
Un grupo de jóvenes en los 30 años.

El periodista Jacob Davidson, editor de Time, lo dijo hace un par de años. "No es que los millennials no quieran hijos, casas, bodas o ponis", es que todos esos "grandes compromisos" económicos y vitales les resultan lejanos, inasumibles. La crisis puso a este grupo de jóvenes, la mayoría hoy entre los 18 y los 34 años —no hay consenso, el arco varía según la fuente o el investigador—, entre la espada y la pared; y, sin embargo, los medios de comunicación y la sociedad en general parecen mostrar por ellos una extraña fascinación. Toda una generación (la Y) tocada por la varita de lo austero... con una última fila que avanza algo más lento, bajo un sirimiri constante: ellos, los treintañeros. Cambiar de década no es fácil. Llegar a los 30, además, implica una serie de connotaciones severas, indelebles.

Imaginemos un cometa. La parte delantera ya está quemada, fundida, "ha friccionado durante 10 o 12 años con una realidad que empezó a ser mala cuando tenían 21, 22, 23 años", explica el sociólogo Lorenzo Navarrete, profesor en la Universidad Complutense de Madrid. En el lado contrario están los adolescentes, "las partículas brillantes". Según el INE, en 1986 nacieron en España 438.750 personas, cifra a la que hay que añadir unos 30.000 hijos de inmigrantes nacionalizados. No podemos aislar, en todo caso, a aquellos con 30 años justos, advierte el experto, hay que considerar siempre a un grupo con edades similares (cohortes) para analizar bien cómo discurre la vida de estos jóvenes, porque están inevitablemente "comunicados". Lo dice por las medias estadísticas, que cercan a esta edad concreta sin piedad: un español se emancipa a los 28,9 años; ellas tienen hijos a los 30,6 y se casan a los 32,2; ellos lo hacen a los 34,4, según Eurostat.

El salto, al margen de salvedades, es importante. Y desconcertante. Según datos del Pew Research Center (PRC), el 43% de los millennials más veteranos (27-34) no se identifica tanto con su generación como con la anterior, la X. Y aun así, un abismo los separa de sus padres y sus abuelos. Los progenitores de los que tienen 30 vivieron peor que sus hijos a su misma edad cuando tenían "15 o 20 o 25", pero son esos hijos los que ahora "empiezan a vivir peor que sus padres", incide el sociólogo. "Hemos ido muy rápido", comenta Carlos García Miranda, guionista y autor de Treinteenagers (Lunwerg), una suerte de "manual para treintañeros descarriados" que tira del humor para sobrellevar esta situación de "resaca" provocada por una coyuntura indeseable. "El camino de nuestros padres era ascendente y el nuestro parece llano", apunta.



La tasa de paro entre los 25 y los 29 años en nuestro país es del 28,4% y baja al 20,4% entre los 30 y los 34, según la EPA. El 35,7% de los asalariados entre 25 y 34 años cobra menos de 1.221 euros brutos al mes (14.653 anuales) y casi dos de cada tres (60,3%), menos de 1.602 euros brutos al mes (19.230 anuales), el denominado salario "mediano" (más real que el salario medio). "Creíamos que por darles títulos iban a tener lo que nosotros no tuvimos e iban a ser lo que nosotros no fuimos", dice Navarrete, "no sabíamos que había que ayudarles a que tuvieran una autonomía personal temprana como la tuvimos nosotros". El Indicador de Confianza del Consumidor del CIS recuerda que el 42,8% de los jóvenes entre 25 y 34 años llega justo a fin de mes y que un 34,2% ahorra un poco. El 88,5% no tiene planes de comprar casa en un año: "Es una conversación que con mis amigos no se da, ni siquiera con los que tienen trabajos más de oficina", detalla García Miranda. Él tiene 36.

La crisis cogió a los que en estos momentos pasan de los 30 "a medias" en proyectos a medio y a largo plazo, y llegados a esta edad muchos "firman lo que sea, tiran la toalla, se marchan". Para el sociólogo, la juventud española más ajada sufre un abandono sin precedentes: "Hay 1,5 o 2 millones de jóvenes que están en una situación precaria, es la mayor pérdida que vamos a tener y lo vamos a pagar caro", asevera, apelando directamente a la clase política. García Miranda introduce, además, el tema de la presión social. Las familias comprenden la situación de los jóvenes, aunque se corre el riesgo de la "estigmatización". Hay más presión para ellas, opina, "porque si no eres madre parece que eres una mujer incompleta"; pero él también la nota, "vamos a ser unos padres más ancianos, te preguntas qué tipo de padre vas a a ser". A pesar del panorama, enseguida apostilla que se ve mejor que diez años atrás y pronuncia la palabra clave en todo este asunto: "Adaptación".

"Cuando llegas a los treinta ya sabes de qué va esto", cuenta, "ojalá tuviéramos más para vivir, pero tenemos lo que tenemos y nos hemos sabido adaptar". El escritor es optimista y aprecia que al igual que la sociedad ha puesto trabas a los jóvenes para hacerse mayores —"Yo no volví a casa de mis padres de milagro"—, también les ha ayudado a quedarse en ese estado y disfrutarlo. "Le hemos visto las ventajas al alquiler; seguimos saliendo, pero con planes de día; tenemos menos arraigo por los objetos, llevamos menos mochila en todos los sentidos y nos movemos mejor", dice. Su libro, ilustrado por Juan Díaz-Faes, propone gastar menos en ropa, pero no en comida, y recuerda que hay cosas a las que los treintañeros no están "dispuestos a renunciar" —ahorrar "es otra cosa"—. Esta reinvención  social y económica —los millennials, según The Intelligence Group, gastan de una manera más eficaz e intencional—, está además marcando el camino a los que vienen detrás, jóvenes "más prácticos" y sin problemas para dejarse caer por "bares low cost".

Los europeos nacidos después de 1980 tienden a estar más satisfechos con su vida que los nacidos antes de 1965. En el caso de España, la diferencia es notable (61% vs 49%), según el Pew Research Center (PRC). "El mundo no nos lo ha devuelto todo, pero llegará; yo confío en la justicia poética", concluye García Miranda. Para Navarrete, el quid se encuentra en una solución colectiva; será así o no será. La esperanza para los jóvenes "es que tienen motivos para luchar y también una responsabilidad, que es también la de sus propias familias, tanto de los mayores que les dieron lo que pudieron como de los hijos que van a tener", explica. Tienen que salir de "la trampa del 'me tengo que ocupar de mi mismo y como sea'", añade, "la solución son los otros". Para el sociólogo, los jóvenes no pueden ser víctimas, sino protagonistas, pero para ello tienen que reivindicarse y "echar carbón a la máquina". Señales hay: el 48% de los millennials españoles, apunta el PRC, cree que el éxito está determinado por cosas que no pueden controlar, muchos menos que en Alemania (63%) o Francia (54%).

Maite, 30 años. Filóloga. 1.500 euros brutos/mes

Maite (30) es malagueña, pero vive en Madrid desde los 22 años. Estudió Filología Hispánica y se dedica a la gestión cultural, especialidad de la que cursó un máster. Trabaja con una beca profesional en el Ministerio de Exteriores y se siente, repite una y otra vez, una "privilegiada". Cobra 1.500 euros brutos al mes, sin pagas. Antes, estuvo cinco años encadenando contratos temporales y becas: "Jamás he sabido lo que es un contrato indefinido". Sus amigos, asegura, están mucho peor, "el que más, cobra 1.000 euros brutos al mes".

Comparte gastos y piso en el centro con su pareja, inestable laboralmente, como su hermana de 36. Pagan 600 euros —tienen "un pacto" por el que uno paga más si el otro no puede— y viven en menos de 40 metros, sin calefacción pero con terraza. Su casero, cuenta, les ha bajado el precio con arreglo a la caída del IPC. Reconoce que en los últimos años ha tenido que renunciar a cosas que le gustan mucho y no ha recuperado, como por ejemplo ir a conciertos grandes.

Además, hace tres años que no viaja, pero ha ahorrado lo suficiente —"Soy muy hormiguita"— y este año irá a China a visitar a su mejor amiga. Ni se plantea tener hijos, al menos de momento. "Cuando mi madre me tuvo tenía justo mi edad; si yo me miro de aquí a cinco años, no veo nada". Vive al día y hace pocos planes. Va a un gimnasio low cost por una cuestión de proximidad y usa el transporte público —incluida la bicicleta— por lo caro de mantener un coche en la ciudad. Tiene un vicio, confiesa: "Soy la tonta de los libros".

* Fotos: Lunwerg y Jorge París / Gráfico: Henar de Pedro.
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