La crisis y la corrupción empañaron los logros sociales de Rousseff

Dilma Rousseff habla en una rueda de prensa.
Dilma Rousseff habla en una rueda de prensa.
EFE/Fernando Bizerra Jr.
Dilma Rousseff habla en una rueda de prensa.

"Lula me dejó un legado, cuidar del pueblo brasileño. Voy a ser la madre del pueblo brasileño". Así se refería Dilma Rouseff a la herencia de su padrino político y antecesor en la Presidencia de Brasil cuando asumió el poder. Hoy, debilitada y aislada, está a un paso de ser separada del cargo.

El pleno del Senado brasileño define el futuro de Rousseff, que se enfrenta a un juicio político que la apartaría provisionalmente del cargo durante 180 días y que podría, si es ratificado, terminar en su destitución.

La primera mujer que ha ocupado la Presidencia brasileña logró un 56 por ciento de votos en 2010 de la mano de su mentor, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que confió en esta economista, una técnica de perfil bajo que fue su ministra de la Presidencia, para mantener el proyecto del Partido de los Trabajadores (PT) que él mismo había iniciado con su triunfo electoral en 2002.

Rousseff recibió un país con un crecimiento del 7,5 por ciento, un desempleo del 5,7 por ciento y programas sociales que ayudaron a revalidar el triunfo del PT y fueron reconocidos internacionalmente, como el "Bolsa Familia", que beneficia a unas 13,8 millones de familias.

La "luna de miel" del Gobierno con la sociedad duró poco. Los números dejaron de cuadrarles a los brasileños y aumentó el malestar social mientras las patronales y los mercados empezaron a marcar distancia con el Gobierno.

En 2013 el descontento se plasmó en movilizaciones multitudinarias en las calles y en revueltas contra la subida de las tarifas de transportes.

Una política intervencionista que no agradó a las patronales y el impacto de la crisis internacional y de la caída de los precios del petróleo y las comodities complicaron la cuentas de la presidenta.

El país había cambiado mucho al final de su primer mandato y Rousseff logró una reelección ajustada, en segunda vuelta, con 54 millones de votos, el 51,6 por ciento del electorado, en octubre de 2014.

Pese a sus promesas electorales, Rousseff no logró dar un golpe de timón para retomar el rumbo de la economía brasileña. En 2014, la caída de los indicadores macroeconómicos derivó en déficit presupuestario por primera vez en una década.

Un año después, Brasil registró una subida de la inflación, -10,67 por ciento-, la economía tuvo su peor desempeño en un cuarto de siglo, con una caída del 3,8 por ciento, y el desempleo trepó hasta rozar el 11 por ciento, el mayor de la historia del país.

El "gran error" de la presidenta, explica el economista André Nassif, fue "prolongar más allá de lo necesario las medidas para estimular la economía, lo que fue contraproducente porque indujeron el consumo pero fueron incapaces de atraer una tasa más significativa de inversiones privadas".

El especialista reconoce que "la reducción de la desigualdad social nunca fue tan fuerte como durante los gobiernos del PT, con aumentos salariales y mejoras en las rentas familiares".

Pero "las políticas económicas equivocadas tienen una buena parcela de responsabilidad en la desaceleración que ha llevado a un ciclo recesivo porque acabaron creando desconfianza e incertidumbre", resume Nassif, profesor de economía internacional de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y de la Fundación Getulio Vargas (FGV).

La corrupción se sumó a esta "tormenta perfecta": el "Lava-Jato" (lavado de autos), la mayor investigación de la historia reciente del país, destapó una compleja trama delictiva en la petrolera estatal Petrobras, mayor empresa del país.

"Vamos a investigar con rigor todo lo malo que ocurrió (en Petrobras) y fortalecerla cada vez más. Vamos a crear mecanismos que eviten que hechos como estos vuelvan a ocurrir", prometió Rousseff ante el Congreso tras asumir su segundo mandato.

Sin embargo, aunque salpica a todas las fuerzas políticas, el "Lava-Jato" terminó por cercar al Gobierno y empañar la imagen del político mejor valorado por los brasileños, el expresidente Lula, en la mira de la Justicia por presuntas prácticas corruptas.

Las desviaciones, en conjunto, superan los 2.000 millones de dólares en una década, aunque la compleja trama armada alrededor de Petrobras, la "joya de la corona" brasileña, dificulta los cálculos de los investigadores.

El progresivo aislamiento de Rousseff y la debilidad del Gobierno y del PT facilitaron el camino para quienes apostaban por un cambio sin esperar a las próximas elecciones, en 2018.

El mecanismo elegido fue el juicio político destituyente, y el argumento, el maquillaje de las cuentas públicas del Ejecutivo en 2014 y 2015, una práctica habitual en gobiernos anteriores y que no constituye un delito ante la Justicia pero que ha puesto a Rousseff al borde del abismo.

El arquitecto del "impeachment" fue Eduardo Cunha, hasta hace una semana presidente de la Cámara de Diputados, apartado del cargo por múltiples delitos de corrupción.

El beneficiario es Michel Temer, vicepresidente de Rousseff -ahora su verdugo político- y líder del poderoso Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB).

Temer se prepara para asumir el Gobierno, de momento de forma interina, con un programa de marcado corte neoliberal, opuesto al de Rousseff.

Los mercados celebran hoy por adelantado, y sin esperar al resultado de la votación que se desarrolla en el Senado, el final del ciclo del PT: la bolsa de Sao Paulo abrió al alza y el real brasileño se revaluó frente al dólar.

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