Patricia Highsmith: escritura para salir del infierno y la tortura

  • Un día después de la fecha de su muerte (4 de febrero de 1999) se estrena 'Carol', película basada en su novela.
  • La firmó con seudónimo y la tituló en un primer momento 'El precio de la sal'.
  • "Todavía la veo al otro lado de la mesa, cenando un cuenco de caldo y una litrona de cerveza".

«Me alegra pensar que este libro le dio a miles de personas solitarias y asustadas algo en que apoyarse»; palabras con las que cierra Patricia Highsmith el epílogo de Carol, obra que hoy, un día después del aniversario de su muerte (4 de febrero de 1995, en Locarno), llega a nuestras pantallas.

La firmó como Claire Murgan y el título con el que se publicó en 1952 era El precio de la sal. En aquellos años escribir sobre la homosexualidad y partiendo de lo propio era casi un suicidio. Nueve años antes, en 1943, había empezado un trabajo que le ayudó a llegar hasta Carol. Fue mientras hacía sinopsis de cómics para la editorial Fawcett cuando dejó de negar definitivamente su homosexualidad. Tardó más de tres décadas en volver a imprimirla con el título de Carol y firmarla con su nombre real.

Highsmith, que desde que nació (Texas, 1921) parecía condenada al sufrimiento (y sufrió hasta el final: nunca dejó de ser la mujer de las dos caras y los dos estados más antagónicos posibles), no sólo se enfrentó a ser lesbiana en un tiempo en el que estaba 'prohibido' sino que tuvo desde la niñez una relación prácticamente de odio con su madre.

Una vez más la miseria y el dolor fueron sustento de una inmensa obra, que pronto empezó a ver la luz. A los 24 años editó su primer cuento; y a los 28, Extraños en un tren (1950), que gracias a la adaptación de Hitchcock obtuvo la popularidad. Otro 'cuento' es si lo disfrutó. Su nivel de obsesión y autoexigencia era casi mayor que su dolor: «Parecía que solamente estaba orgullosa de El temblor, también mi favorita», relató la española Elena Gonsálvez, su asistente en sus últimos años de vida.

Conocida es su compleja relación con la bebida: «Todavía la veo al otro lado de la mesa, cenando un cuenco de caldo y una litrona de cerveza. Con un solo cubito Maggi cenábamos las dos», cuenta Gonsálvez. «Hablábamos de Graham Greene y otros habitantes de su pasado o nos interrogábamos, presas de la misma curiosidad voraz, propia de mis 20 años y de sus 74. Me despedí de ella el 16 de diciembre de 1994. Cuarenta días después estaba muerta».

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