Su documento de identidad asegura que esta islandesa menuda cumplirá 42 años en noviembre. Sin embargo, cuando se la observa sobre el escenario, descalza, se diría que es una niña. Björk baila a saltitos si se emociona; se disfraza con abultados
Procede de Reykiavik, la capital más septentrional del mundo. Pero cuando las ráfagas de láser transformaban anoche la Plaza de Toros de Madrid en una galaxia agitada, parecía más verosímil que uno de esos rayos la fuera a hacer desaparecer para devolverla a un hogar situado en alguna constelación extraña.
Bjork desgranó durante una hora y cuarto su repertorio de ‘Volta' y algunos temas de su anterior discografía (‘Hidden place', la intensa ‘Pagan poetry' -ambas del álbum 'Vespertine'- o la frenética ‘Hunter', de 'Homogenic') ofreciendo en cada momento emoción y una factura impecable.Su habilidad para modular la voz y hacerla empastar con unos instrumentos -sintetizadores,
El concierto estuvo marcado, además, por los arreglos ‘maquineros' y tribales que la cantante ha introducido en algunos de los temas de su último CD y que en directo provocan brincos y delirios entre los asistentes.
La ejecución de ‘Earth Intruders', 'Hyperballad', 'Army of me', 'Pluto' o ‘Innocence' protagonizó los momentos álgidos de la noche.
Poco antes de despedirse, una tímida Björk se dirigía por primera vez a la audiencia con su particular dicción en inglés para presentar a sus músicos, entre los que figuraban Mark Bell y Damian Taylor, dos maestros de la tecnología.
Con una enajenada ‘Declare independance' acabó el espectáculo. En realidad, un trocito del universo ardiente y helado, dulce e inquietante de una artista espléndida e inclasificable.
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