Un trágico y extraño fin de semana en París

  • Militares y gendarmes galos patrullan las zonas turísticas intentando llevar la seguridad a las calles de la capital francesa.
  • Pero 48 horas después del peor atentado vivido en París, desde el aeropuerto de Orly, salimos del país sin mostrar el DNI.
  • De 'Charlie Hebdo' a Bataclan: año negro en Francia.
Soldados galos patrullan cerca de la catedral de Notre Dame en la capital francesa, en una imagen de archivo.
Soldados galos patrullan cerca de la catedral de Notre Dame en la capital francesa, en una imagen de archivo.
EFE
Soldados galos patrullan cerca de la catedral de Notre Dame en la capital francesa, en una imagen de archivo.

A la mañana siguiente del horror, después del peor atentado en la historia de París, la ciudad amanece consternada tras una noche casi en vela masticando de nuevo el dolor y la rabia -apenas han pasado diez meses desde el ataque a la sede del semanario satírico Charlie Hebdo-. El Ayuntamiento de la capital francesa insiste en pedir que no se salga de casa a menos que sea imprescindible, y el estado de emergencia -que será prolongado tres meses- decretado por el presidente François Hollande en la madrugada del viernes al sábado, ante todo, desconcierta.

En las calles, los parisinos muestran un semblante serio y el ataque asoma en las conversaciones de los transeúntes, porque sí, los hay. La ciudad gala se despierta con declaraciones históricas: "Francia está en guerra", decía Hollande a media mañana. Pero la urbe se esfuerza por recuperar la normalidad para olvidar el baño de sangre y algunos habitantes se mezclan con los muchos turistas que, pese a lo ocurrido, aún quieren su foto bajo la majestuosa Torre Eiffel, con el Arco de Triunfo visto desde la avenida de los Campos Elíseos en la gigantesca plaza Charles de Gaulle, frente a la catedral de Notre Dame, paseando en la ribera del Sena...

En las zonas más turísticas de la capital francesa se oye hablar italiano, japónes, inglés, español... Los negocios, algunos cerrados y otros muchos a medio gas, muestran relativa calma y una ciudad ojerosa y triste convive con grupos de militares que pasean armados a paso lento y la mirada fría. El silencio en los vagones del metro, semivacío en un sábado por la tarde, sorprende a muchos extranjeros que se niegan a quedarse en el hotel. "En mi vida he visto París así, está vacío", me comenta una amiga que reside en la capital hace años.

Cae la noche del sábado y los restaurantes dan de cenar a parisinos que necesitan reunirse y compartir el cóctel de emociones. Los empleados de bares y tiendas guardan una sonrisa para todo el que entra, alejando el caos de sólo 24 horas antes. En la céntrica Plaza de la República, un área muy cercana a las calles que concentraron la cadena de ataques el viernes, cientos de personas se dejan caer frente al altar improvisado de velas, flores y mensajes de cariño para homenajear a las víctimas de la masacre y sus familias.

El domingo regala un día de primavera en mitad de noviembre y parece como si el miedo se hubiese disipado bajo la tibieza del sol. Las familias toman las calles, los niños esquivan adultos en patinete y las terrazas se llenan a mediodía. La vida sigue y los negocios vuelven a hacer caja en el transitado barrio de Pigalle, junto al mágico Montmartre, donde la música y el ajetreo exterior chocan con los gendarmes que patrullan el metro, de vagón en vagón. De vez en cuando, sirenas de policía a lo lejos recuerdan que la bella París está en situación de emergencia. El atardecer en el Sacre Coeur dibuja una feliz postal y, de pronto, otro nuevo grupo de soldados al girar la esquina.

Estampida humana tras una falsa alarma

48 horas después de la matanza, poco después de las seis y media de la tarde del domingo, salgo de la boca del metro de Belville con dos amigas. Nos dirigimos a la Plaza de la República por la calle Faubourg du Temple cuando nos topamos con un río de gente corriendo y gritando hacia nosotras, calle arriba. No sabemos qué pasa, pero la incertidumbre nos hace correr en la misma dirección que la masa. El caos del momento se apodera también del tráfico y los coches comienzan a dar marcha atrás chocando unos contra otros rompiendo su ruta. Las motos comienzan a conducir en dirección prohibida mientras la gente corre a refugiarse en tiendas y establecimientos. Nadie sabe qué está ocurriendo, optamos por entrar junto a una veintena de personas en el portal más cercano que nos abre un vecino del céntrico barrio.

"Yo he oído tiros", afirma una joven francesa. "Yo no he visto nada, pero mis amigos dicen que han visto a dos chicos jóvenes con kalashnikov", grita nervioso un adolescente mientras sube las escaleras del edificio. Un vecino sale de su casa y afirma: "No quiero minimizar, pero hay cierta paranoia en el barrio desde el viernes".

Nadie en el interior del portal puede afirmar con certeza qué ha desatado la estampida humana en las calles aledañas a la Plaza de la República. Esperamos quince minutos hasta que alguien grita que "todo ha sido una falsa alarma y que se puede salir". Varios vecinos habían sacado de las viviendas un par de colchones para proteger la puerta de madera del edificio en caso de un nuevo ataque.

Salimos del portal y varios coches, vacíos, han sido abandonados en mitad de la calle. Frente al metro un grupo de cinco gendarmes dialoga con tranquilidad tras lo que había sido un breve episodio de psicosis en el área de los atentados del viernes. En efecto, falsa alarma. La prensa francesa asegura que el ruido del estallido de una bombilla llevó a un policía a reaccionar en un gesto de defensa, lo que provocó el pánico y que decenas de personas salieran despavoridas extendiéndose por las diferentes calles cercanas desatando el caos momentáneo.

Salir del país sin enseñar el DNI

Tras el susto regresamos a casa en metro. El despertador suena a las tres de la mañana perfilando el final de un amargo, histórico y extraño fin de semana parisino. A las seis y media nos espera un avión de la compañía Transavia en el aeropuerto de Orly. A las cuatro en punto llegamos en taxi a la terminal sur, "con tiempo de sobra" -nos había alertado todo el mundo- esperando allí presencia militar, un amplio despliegue de seguridad o, como mínimo, largas colas como consecuencia de una multitud de controles para salir del país.

Contra todo pronóstico la calma es absoluta en Orly. Entre incrédulas y sorprendidas no sacamos el DNI de la cartera en ningún momento. De vuelta a Madrid, abandonamos la capital mundial del terror sin identificarnos, y subimos al avión mostrando únicamente la tarjeta de embarque.

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