
Poco antes de morir, el 25 de mayo de 1954, al pisar accidentalmente una mina en una zona remota de Vietnam durante una parada de la expedición del ejército francés en la que viajaba como reportero incrustado, Robert Capa había declarado: "Espero estar desempleado como fotógrafo de guerra durante lo que me quede de vida". Tenía 40 años y el destino no le concedió ver cumplido el deseo: tras documentar varios conflictos bélicos con imágenes imborrables, un arma letal de la naciente guerra de Indochina le despedazó el cuerpo.
Dicen que al terminar la II Guerra Mundial, que Capa cubrió con la misma intrépida temeridad de los soldados que desembarcaron en Omaha Beach, la cabeza de puente de los aliados en Normandía que prologó la derrota definitiva del nazismo, el fotógrafo estaba convencido de que las grandes y sangrientas contiendas armadas se habían acabado, al menos durante un tiempo. Era un razonamiento que nacía de la experiencia amarga de retratar la Guerra Civil española, en la que perdió, en un estúpido accidente, a su novia y también gran fotógrafa, la alemana Gerda Taro (1910-1937).
'El talento no basta, es necesario ser húngaro'
Después de tanta matanza no es posible que haya más, pensaba el reportero, cuyo nombre de nacimiento era Endre Friedmann y había venido al mundo en 1913 en una familia judía de Budapest —siempre afirmó que el origen explicaba parte de su genio: "no es suficiente tener talento, es necesario ser húngaro"— y había adquirido más tarde la nacionalidad estadounidense. Convencido de que la paz sería larga, decidió dedicarse a vivir, disfrutar de los muchos amigos —Capa estaba integrado en la intelectualidad europea de postguerra y frecuentaba a Picasso, la pareja del cineasta Roberto Rossellini y la actriz Ingrid Bergman, Orson Welles...— y retratar lo mundano y hedonista: quería sustituir la muerte por el placer de vivir.
Aunque ya había utilizado película en color desde 1938, cuando cubrió la guerra entre China y Japón, y en una serie de retratos que hizo tres años después al escritor Ernest Hemingway en su casa en Sun Valley-Idaho (EE UU), Capa era uno de aquellos fotógrafos que consideraban dogma el uso del blanco y negro como opción seria. Opinaba, como tantos otros maestros de su tiempo, que el color era demasiado publicitario y obviaba el drama y las emociones —ahora sucede lo contrario y el blanco y negro parece estar a punto de ser erradicado por la foto digital—.
Amplia selección de 150 originales
La exposición Robert Capa et la couleur (Robert Capa y el color) trae a Europa por primera vez una amplia selección —150 originales— del cuerpo de trabajo que el reportero siempre consideró secundario aunque prometedor, como demuestra que desde los años cuarenta llevase siempre encima al menos una cámara cargada con Kodachrome, su film cromático favorito. La muestra, en el museo Jeu de Paume de París desde el 21 de noviembre al 29 de mayo de 2016, fue estrenada antes en el International Center of Photography de Nueva York.
La cita permite comprobar como, pese a que es casi exclusivamente reconocido como un genio de la fotografía bélica en blanco y negro, Capa fue un "inesperado maestro" del color, que utilizó con frecuencia diaria durante la postguerra para mostrar escenas mundanas y hedonistas: mujeres tomando el sol en Biarritz, espectadores de carreras de caballos, visitantes de estaciones alpinas de esquí, escenas urbanas londinenses, fiestas de la dolce vita romana...
Picasso en la Costa Azul, Bogart, Lorre, Ava Gardner...
También se pueden ver retratos de los colegas de Capa, entre ellos escenas de vívida candidez de Picasso bañándose en la Costa Azul con sus hijos, una glamurosa toma de la actriz y modelo Capucine, un posado magnético de Humprey Bogart y Peter Lorre en el rodaje de La burla del diablo (1953), la maestra y loquísima obra de John Huston y una sensual escena de Ava Gardner bailando una danza de aires gitanos en la La condesa descalza (Joseph L. Mankiewicz, 1954).
Aunque la mirada pigmentada de Capa carece del dinamismo de sus imágenes en blanco y negro de trincheras y combates, la exposición pretende demostrar "cómo abrazó la fotografía en color y la integró en su trabajo como reportero gráfico entre los años 1940 y 1950", dicen los organizadores de la muestra, que también incluye documentos personales del autor, hojas de contactos y revistas de la época en las que publicó los trabajos, entre ellas las estadounidenses Holiday y Ladies 'Home Journal, Illustrated (Reino Unido) y Epoca (Italia).
'Contar con mayor intensidad cómo es la vida'
Quien fue considerado como "el fotógrafo de guerra más grande en el mundo" entendía, añaden desde el museo, que el color daba a la fotografía la capacidad de "contar con mayor intensidad cómo es la vida". En algunos de sus últimos reportajes de corte informativo clásico, Capa usó únicamente película en color, como en el encargo de los asentamientos de los nuevos colonos del aún inexistente estado de Israel y en el trabajo sobre la explosiva situación en Indochina en el que terminaría muriendo.
Robert Capa et la couleur, concluyen, sirve no sólo "para explorar el compromiso de catorce años de Capa con la fotografía en color" evaluar este vínculo en relación con su carrera, sino para comprobar de qué modo empezó a "ver de nuevo" y "readaptarse" a los nuevos tiempos y demandas del público de mediados del siglo XX.
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