De familia rica y maneras aristocráticas, la pintora polaca Tamara de Lempicka (1898-1980) destilaba la elegancia de una estrella de cine. Dueña de un estilo que enamoró tanto a la bohemia como a la alta sociedad, sus cuadros combinan un estilo escultórico clásico y la osadía del cubismo, son un capricho art déco con un lado oscuro, nunca caen en la trampa de la frivolidad.

Objetos de deseo entre coleccionistas y famosos como Madonna o Jack Nicholson, las obras tienen ecos de la fotografía y de la moda y fueron rompedoras en la representación de la mujer. La artista construyó una imagen emancipada, desinhibida y libre con personajes femeninos adelantados a su tiempo, a menudo inspirados en las muchas amantes que tuvo.

El italiano Palazzo Forti de Verona —sede del Arena Museo Opera (AMO)— expone hasta el 31 de enero Tamara de Lempicka, una gran monográfica de 200 piezas entre óleos, dibujos, fotografías, acuarelas, vídeos y complementos de moda. Destacan cuadros como Retrato de Madame Ira Perrot (1931-32) o La bufanda azul (1930), ejemplos de sensualidad que culminan con el atrevimiento de trabajos como La hermosa Rafaëla (1927).

Viajó por primera vez a Italia con apenas 13 años, allí se enamoró del milagro expresivo del renacimiento y entendió que su destino era el arte. Se casó primero con un acaudalado abogado ruso, después con el barón húngaro Raoul Kuffner, fue conocida su bisexualidad y tuvo amantes de ambos sexos.

Residió en París y fue el gran nombre de la primera exposición sobre art déco que se organizó en la historia. También tuvo tiempo de establecerse en Beverly Hills, donde se tomó la libertad de ser una habitual en los estudios de cine, visitando a actores y actrices. Pintora reconocida y dama de la alta sociedad a partes iguales, ganaba generosas sumas de dinero como retratista a la vez que se mantenía fiel a su estilo.

Dividida en secciones temáticas, la muestra relaciona las casas en las que vivió la autora con su desarrollo creativo, examina las diferentes obras en las que retrató a su hija Kizette, se detiene en la singularidad de sus pinturas religiosas, la destreza técnica de los bodegones y la delicadeza de los desnudos masculinos y femeninos.

El edificio se presenta como el marco ideal para presentar una vida tan exquisita: el Arena Museo Opera repasa a lo largo de 30 majestuosas habitaciones del palacio la historia de la ópera en Italia con objetos y elementos interactivos.

Para sumergir al visitante en el estilo y los gustos de Lempicka, en cada sala se pueden escuchar las canciones que más le gustaban, además de composiciones vanguardistas y temas musicales que sonaban en el París de los años veinte, la ciudad que la encumbró como una de las artistas de mayor atractivo y carácter del momento.