"No se sabe qué falló para que Teresa se infectara de ébola"

Una auxilar de clínica se coloca el traje de protección individual ante posibles casos de ébola, ayudada de un instructor.
Una auxilar de clínica se coloca el traje de protección individual ante posibles casos de ébola, ayudada de un instructor.
Juan Carlos Cárdenas / EFE
Una auxilar de clínica se coloca el traje de protección individual ante posibles casos de ébola, ayudada de un instructor.

Un año después de que Teresa Romero se contagiase de ébola tras haber atendido al misionero Manuel García Viejo sigue sin saberse que pudo fallar para que ella enfermase. Y tal vez nunca se sepa. "Como tampoco se sabe en otros casos que se han infectado en Estados Unidos", apunta Jose Ramón Arribas, jefe de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Servicio de Medicina Interna del Hospital La Paz.

Este médico fue una de las personas que más de cerca vivió la crisis del ébola que España sufrió en octubre pasado, como responsable del personal que atendió tanto a los misioneros repatriados como a la auxiliar de enfermería. "Fue un momento muy complicado porque desafortundamente tuvimos un contagio y eso causó muchísima preocupación en el equipo", recuerda. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, valora que con más de 160 sanitarios expuestos y más de 800 contactos solo una persona cayera enferma: "Afortunadamente solo hubo un contagio, que es inaceptable, pero solo fue uno". No obstante, entonces no sabían qué podía ocurrir.

"Por probabilidad, todos los expertos están de acuerdo en que el momento de mayor riesgo es el de retirada del equipo de protección individual", continúa explicando el especialista acerca del instante en el que pudo producirse el contagio. "El ébola es poco contagioso, pero hace falta muy poco virus para infectar. Con que haya una o dos partículas virales de un traje contaminado que entren en contacto con el ojo o la boca te puedes infectar", agrega.

15 contactos en cuarentena

El doctor José Manuel Parra también atendió a Teresa Romero. Se hizo cargo de ella cuando fue trasladada al servicio de Urgencias del Hospital de Alcorcón aquel 6 de octubre. Él fue uno de los 15 contactos directos de la paciente que fueron considerados de alto riesgo y puestos en cuarentena.

Tras aquella experiencia quedó escarmentado de su exposición pública. La carta en la que relató los pormenores del diagnóstico y cómo el traje de protección le quedaba corto de mangas y tobillos "en todo momento" (el galeno supera los 1,85m de estatura) desató las iras de la Consejería de Sanidad. Las autoridades políticas tuvieron que tragarse, además, las críticas del especialista, que denunció haberse enterado del diagnóstico definitivo de su paciente "antes por los medios periodísticos que directamente con la autoridad competente (sic)".

Durante 16 horas, luchó junto al equipo de enfermería para mantener con vida a la auxiliar de enfermería, víctima de las fuertes diarreas, dolores musculares, vómitos y fiebre provocados por el virus. Durante ese tiempo, apenas se percató del peligro que estaba corriendo. No fue hasta que la paciente fue trasladada cuando cayó en la cuenta de lo que significaba haber estado en contacto con el ébola.

Parra ingresó en la planta de aislamiento del Carlos III el día 9. Lo hizo por su propio pie, tras pasar un día confinado en su casa, por precaución, y con los ojos enrojecidos. Su cuarentena duró 18 días. Y fue difícil. Aunque no se vino abajo, la incertidumbre sobre un posible contagio le hizo pasar uno de los peores momentos de su vida. Solo mostró alivio al abandonar el hospital, cuando, de forma pública y delante de las cámaras, agradeció el trato de los profesionales del Carlos III y transmitió su "alegría" ante la progresiva mejoría de Romero.

Hoy, Parra esquiva a los medios de comunicación, incluido 20minutos. Este diario trató de hablar con él en su despacho, pero declinó la invitación de forma tan amable como firme. Ni quiere revivir aquellos momentos ni cree que sirva de nada: "Pasó y ya está". Si se pudo hacer mejor o si faltaron medios, no son cuestiones que le quiten el sueño.

A sus 42 años, este facultativo enganchado a la Historia, los videojuegos y a la animación japonesa hace vida normal. El episodio del ébola no le ha hecho dudar de su vocación como médico de Urgencias y especialista en arritmias cardíacas. Tampoco, de su actitud en caso de enfrentarse a una situación similar. Tanto él como el grupo de enfermería volverían a atender a Teresa Romero, afirman sus compañeros, con la diferencia de que ahora estarían más preparados: el hospital no solo les ha formado, sino que evalúa sus competencias y actualiza sus conocimientos con asiduidad.

Días de mucha angustia

El resto de los que entraron en contacto directo con Teresa Romero y tuvieron que estar aislados, como otros sanitarios o las peluqueras del salón de belleza al que acudió, mantienen la misma postura: prefieren no hablar. Algunos de los que la atendieron se limitan a contar que fueron días de mucha angustia. Estaban seguros de haber procedido correctamente y de haber evitado el riesgo dentro de lo que la formación que tenían establecía pero no estaban tan seguros de lo que podía ocurrir.

Hubo quien ingresó en el Carlos III pero también quien pasó la cuarentena en casa, con el mandato de tomarse la temperatura todos los días. Estar 21 días pendiente del termómetro no fue algo fácil de llevar. Sus familiares intentaban la complicada tarea de hacer una vida normal mientras ellos permanecieron tres semanas sin pisar la calle.

Un año después, el mal recuerdo por haber vivido aquella pesadilla es difícil de olvidar pero la vida continúa. La peluquería de Alcorcón en la que Teresa Romero se depiló pocos días antes de que le diagnosticaran que tenía ébola es un ejemplo. Tras permanecer dos meses cerrada y tener que ser desinfectada volvió a abrir sus puertas y hoy sigue atendiendo a sus clientas.

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