La jungla interior

Aunque su exhibición residual aminorará el efecto, La jungla interior, dirigida por el cineasta de Lavapiés Juan Barrero y coprotagonizada por su pareja Gala Pérez Iñesta, es una película escandalosa. Y lo es involuntariamente, porque a pesar de que habla del milagro de la vida y de la concepción (de similar manera a como lo han hecho cineastas tan indiscutibles como la japonesa Naomi Kawase o el armenio Artavazd Pelechian), rompe con uno de los últimos tabúes que aún existían en el cine que se exhibe en salas comerciales, como es el de representar explícitamente los fluidos genitales. El plano detalle en el que una gota de flujo desciende por la pierna de Gala encuentra su paralelismo en ese otro de Joe (Stacy Martin) en Nymphomaniac, quien alcanza el éxtasis con la expiración de su padre, aunque la distinción entre el Eros de la película de Barrero y el Tánatos de la de Von Trier es evidente. Cine rico en metáforas y hallazgos visuales, como ese zoom juguetón con Gala en primer término, que se corresponde con la masturbación al detalle que hemos visto previamente, y con el sello de calidad de Eddie Saeta: en la construcción de la trama era inevitable entonces la fuga a un paraíso tropical, en este caso a la Isla del Coco, y a los Bosques Nubosos de Monteverde, en Costa Rica, aunque las mejores secuencias son las que se desarrollan en el pueblo de Béjar (Salamanca), lugar de infancia del director y donde esa Fiesta Cristiana que explica todo nos eleva a Val del Omar.