El brasileño Stephan Doitschinoff pinta obras contra la tolerancia de la procrastinación

  • El artista, nacido en 1977 en São Paulo y nombrado el más prometedor creador plástico de la ciudad por la asociación de críticos, expone en Nueva York.
  • Se apropia de iconos releigioso para señalar a la cultura del consumo como responsable de la transformación de la humanidad en una especie egoísta.
  • A Doitschinoff, que utiliza el apodo artístico de Calma, le parece que el celebrado hábito de procrastinar y ejercer la dilación es un síntoma de crisis profunda.
Una de las pinturas del brasileño Stephan Doitschinoff
Una de las pinturas del brasileño Stephan Doitschinoff
© Stephan Doitschinoff - Courtesy Jonathan LeVine Gallery
Una de las pinturas del brasileño Stephan Doitschinoff

La modernidad líquida nos ha acostumbrado a la conducta evasiva. El verbo procrastinar, que procede de la combinación de dos términos latinos: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro, y significa posponer o diferir decisiones, acciones, deberes o actividades, sustituyéndolas por otras más agradables, es cada día más mencionado como resultado de la influencia perversa de la televisión, internet y el teléfono móvil, que proponen salidas inmediatas y en apariencia gozosas para todo aquello que pueda ser esquivado.

Al artista brasileño Stephan Doitschinoff (São Paulo, 1977) el asunto le preocupa, sobre todo cuando la postergación se tolera o se presenta como un don o un modelo positivo de conducta —cuando se trata, al contrario, de un posible síntoma de un desarreglo psicológico o un camino hacia la insatisfacción, la frustración y la angustia—. "El síntoma más claro de nuestro tiempo es la dilación y la extraña idea de que el futuro va a arreglarse por sí mismo", dice el artista plástico, un multicreador que viene del mundo del arte urbano y las tribus del grafiti y el skateboard.

'La casa está en llamas'

"A pesar de que ponemos orden en nuestros cajones y fregamos la vajilla, el interior de la casa está en llamas", advierte este ya consagrado creador —la asociación de críticos de arte de su ciudad lo ha nombrado el artista más prometedor del área— cuyo último libro, Cras (la segunda sílaba de procrastinación), sintetiza sus creencias: es necesario, dice, un "nuevo ascetismo" que nos permite afrontar con dignidad y valentía los "masivos y complejos problemas ambientales".

Todo lo demás, asegura es dilatar el desastre: "El reciclaje, pedalear en bicicletas y la compra de comercio justo sólo están creando un futuro falsamente optimista y son utilizados como un bálsamo para aliviar la culpabilidad individual".

'Atasco cultural'

Doitschinoff resume plásticamente su credo en Three-Planet Lifestyle, del 10 de septiembre al 10 de octubre en la galería Jonathan LeVine, uno de los espacios más comprometidos de la ciudad de Nueva York con el arte surgido en las calles. La colección que presenta, con pinturas, dibujos y esculturas, es consecuencia de la influencia sobre el artista del escritor y activista estonio-canadiense Kalle Lasn, uno de los agitadores culturales más rebeldes de las últimas décadas a través del grupo de anticonsumismo Adbusters, que desde 1989 proponen inventivas campañas de culture jamming, también llamado atasco cultural, movimiento de resistencia a la hegemonía cultural o desvío cultural.

Al igual que Lasn, el artista brasileño culpa a la cultura de consumo de transformar a la humanidad en una especie egoísta que ha colocado al planeta al borde de una crisis ecológica y ambiental insalvable. Doitschinoff, que firma a veces con el seudónimo Calma, titula su tercera exposición en la ciudad más importante del país más contaminante y consumista del mundo haciendo referencia a las recientes predicciones del World Wildlife Fund en el Living Planet Report (Informe Planeta Vivo), donde concluyen que en 2050 la raza humana necesitaría al menos dos planetas similares al que habitamos para evitar una hecatombe [PDF completo en inglés y resumen en español].

Altares, procesiones, exvotos...

Desplegado todo este background podría pensarse que el trabajo de Doitschinoff debería ser de directa concienciación. No es así: el artista, muy cultivado en la simbología sincrética de las religiones que le han tocado —la evangelista por vía familiar (es hijo de un pastor) y la cristiana y las creencias africanas por ambiente—, utiliza iconos reconocibles —el altar, la procesión, los exvotos...— y personajes antropomorfos pero eliminando los contenidos místicos e ideológicos para plantear una reflexión personal y subjetiva del pandemonio mundial.

Como señala Carlo McCormic, el arte de Doitschinoff  "responde a la violencia, la corrupción institucional y la pobreza" a través de un "estudio personal del arte religioso y la afinidad que siente por las prácticas espirituales de síntesis del catolicismo europeo con las creencias vernáculas africanas, en particular la macumba". Con influencias del arte urbano y las artesanías populares, crea un lenguaje "iconoclasta" situado "fuera de los sistemas teológicos", añade, porque el artista entiende que dios es una "condición socio-cultural".

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