Carta de la amiga: ¡Que alguien cierre ese armario!

Mi mejor amigo es gay
Mi mejor amigo es gay
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Mi mejor amigo es gay

Los iconos son muy importantes en el mundo gay. Es algo que ellos han logrado extrapolar al resto de la humanidad y a sus relaciones, y que sirven muy especialmente para explicar tu relación (la de una mujer heterosexual), con ellos.

Y es que los gays han conquistado el mundo a costa de arrebatárnoslo a nosotras, las mujeres. Por si no teníamos bastante con la guerra de sexos tradicional, ahora vienen ellos a convertirse en un incordio adicional.

Nos han derrotado, es fácil comprobarlo. Sólo hay que fijarse en los iconos del siglo XXI.

Lejos queda el tópico del mariquita debilucho y amanerado. Porque el mariquita del siglo XXI es un tiarrón culto, refinado y con un pecho mejor depilado que tus piernas. Un hombretón que ni siquiera se digna a mirarte de reojo, ni aunque tu escote enseñe la aureola del pezón.

Un hombretón que ni siquiera se digna a mirarte de reojo, ni aunque tu escote enseñe la aureola del pezón.

Por si fuera poco, han contaminado a nuestros hombres. Los han convertido (oh, cielos) en adefesios semi asexuados, perdón, en metrosexuales.

Porque, al contrario de lo que nos venden en las revistas de tendencias (otro paraíso gay) la ‘metrosexualidad´ no consiste en que los heterosexuales se pongan en contacto con su lado femenino, sino, muy al contrario, con su lado maricón, que tenerlo, lo tienen, desde luego.

Mientras tanto, nosotras, 30 años después de que nuestras madres organizaran las primeras y apasionadas manifestaciones feministas, nos hemos convertido en Briget Jones. Somos unas fracasadas.

Pero para afrontarlo, los necesitamos irremediablemente. Y es que cuando pienso en mi madre manifestándose en plena transición no puedo evitar preguntarme cómo se las arreglaría ella sin un amigo gay. ¿A quién le contaría su vida? Desde luego, a mi padre no.

Y es que la homosexualidad es condición sine qua non para que un hombre te entienda. Y me refiero a que te entienda de verdad, es decir, a que cuando hables del verde pistacho, o del rosa palo, sepa, exactamente, a qué colores te refieres. O que sea capaz de regalarte un pantalón de tu talla. Y es que hay que reconocer que, otra cosa no, pero ‘apañaos´ lo son un rato.

A ver si no quién iba a ser capaz de agarrar un barrio mugriento infestado de yonkis para convertirlo en un lugar acogedor lleno de idílicas banderitas de colores, donde, por cierto, el metro cuadrado vale un Potosí.

Capaces de agarrar un barrio mugriento infestado de yonkis para convertirlo en un lugar acogedor lleno de idílicas banderitas de colores

O de sustituir a la hora de ligar los manidos ‘¿estudias o trabajas?´ por simples miradas. Sin duda este es el gran patrimonio gay, y su más valioso legado para las generaciones futuras.

Mientras que tú te haces la interesante con los pies hinchados en los tacones y escuchas la manida disertación del heterosexual en cuestión sobre, eh...por ejemplo, la última película de Gus Van Sant, ellos ya hace tres horas que escaparon triunfantes con el maromo en cuestión. Y lo hicieron casi sin mediar palabra. Eso es algo, estoy segura, que sólo les sale a ellos.

Seguro que las lesbianas también tienen que tragarse parrafadas ingentes antes de ir a la cama. Aún hay mucho que aprender. O eso, o tendremos que dedicarnos a ocupar los huecos libres de su antiguo armario. No hay derecho.

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