Nicaragua, destino para el avistamiento de aves

  • La Reserva Biológica Indio-Maíz permite aventurarse en el avistamiento de los nidos de lapas verdes y rojas.
  • Hay que llegar a San Carlos, cerca de la frontera con Costa Rica.
  • Se puede avistar búfalos de agua procedentes del sudeste asiático.
Fotografía de una lapa roja en Nicaragua.
Fotografía de una lapa roja en Nicaragua.
EFE/Mario López
Fotografía de una lapa roja en Nicaragua.

El avistamiento de aves se ha convertido en uno de los atractivos más comunes para los turistas en el sur de Nicaragua. La Reserva Biológica Indio-Maíz, de unos 2.600 kilómetros cuadrados de extensión, permite a turistas y aficionados a la fotografía, a las aves y a la naturaleza, aventurarse en el avistamiento de los nidos de lapas verdes y rojas, y de otras especies de aves y reptiles.

Las lapas roja y verde, de la familia del loro, son una especie representativa y endémica de la fauna centroamericana, y de Nicaragua, asociada a los bosques tropicales, que se encuentran en peligro de extinción y son blanco para los cazadores y el comercio ilegal. En la temporada de incubación, que comprende entre finales de diciembre y mayo de cada año, en esta reserva se puede apreciar durante el día a decenas de lapas volando, acicalándose sobre las copas de los árboles o cuidando celosamente a sus crías en los nidos.

Turistas y aficionados viajan desde Managua, seis horas en autobús o cuatro en vehículo privado, a la ciudad de San Carlos, en Río San Juan, cerca de la frontera con Costa Rica, para lanzarse a la insaciable búsqueda de aves, especialmente de las exóticas lapas rojas y verdes, que destacan por sus colores predominantes y su estruendoso canto. San Carlos solo es la escala obligatoria para dirigirse, los siguientes días, hacia comunidades pertenecientes a la misma ciudad, rodeadas de naturaleza y animales salvajes. A bordo de lanchas rápidas, se prepara el recorrido por el Río San Juan, sitio que mantiene problemas limítrofes desde el año 2010 con el vecino país de Costa Rica.

La comunidad Boca de Sábalos es una de las paradas, una zona rural a orillas del río, rodeada de verdes árboles característicos del bosque tropical de la zona, y la otra es en la comunidad de Bijagua, una zona rural con casas hechas de tablillas, construidas a medio metro sobre la tierra y situadas de manera lejana entre una y otra.

Para descubrir “Bijagua” hay que adentrarse en coches todoterreno por caminos de subidas y bajadas repletos de fango, donde se puede avistar búfalos de agua, grandes bóvidos procedentes del sudeste asiático, que utilizan los pobladores de la zona para halar carretas. Estos animales, poco comunes, frecuentemente se convierten en el objetivo preciso para los fotógrafos, que como en emboscada se bajan rápidamente del vehículo para plasmarlos en imágenes.

En Bijagua se encuentran dos de 20 nidos de lapas, entre verde (ara ambigua) y roja (ara macao) que los ambientalistas de la Fundación del Río, en conjunto con las familias locales, han monitorizado de forma permanente desde diciembre 2014, cuando inició la anidación. En la zona del sur del país, se han registrado entre 2.000 y 3.000 lapas verdes; las rojas, aún no han sido contabilizadas, de acuerdo a la Fundación del Río.

Aves, monos y ranas

Entre el camino de “Bijagua” y la comunidad de Bartola, situada en la franja fronteriza con la reserva biológica, se avistan también monos araña y ranas venenosas como la Ophaga Pumilio (Rojiazul) y la Dendrobates Auratus (Verdinegra), que llegan a crecer 2,5 centímetros y 4 centímetros, respectivamente. Bartola es un sitio acogido por la naturaleza, sin energía eléctrica, que durante la noche se abastece con la luz del satélite natural, la Luna.

Durante el recorrido en panga –una lancha rústica artesanal– desde la comunidad de Bartola al turístico pueblo de El Castillo, a orillas del Río San Juan, es posible fotografiar a diversidad de serpientes que posan con aires de victoria sobre troncos de árboles caídos a la orilla del río, mientras que en la copa de los árboles, los monos congos y arañas vigilan con sigilo la zona.

El Castillo es el fin de una aventura que hace del avistamiento de aves una experiencia “única”, según sostienen quienes conocen la reserva y los habitantes de las comunidades que la rodean.

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