Antonio Muñoz Molina: "El mundo está hecho para el beneficio del que más tiene"

El escritor, Antonio Muñoz Molina, en el recibidor de su casa de Madrid.
El escritor, Antonio Muñoz Molina, en el recibidor de su casa de Madrid.
JORGE PARIS
El escritor, Antonio Muñoz Molina, en el recibidor de su casa de Madrid.

En 2000, Antonio Muñoz Molina vivía entre Madrid y la sierra. De aquel año recuerda "la dedicación al trabajo y tener hijos entrando en la adolescencia». Por entonces todavía no había empezado a dar clases regularmente en Estados Unidos y estaba "mucho más enraizado en España que ahora". Hoy nos recibe en su casa de Madrid.

¿Qué recuerda del año 2000 en lo social y lo político?

En esa época estaba empezando el delirio económico de especulación que terminó como terminó entre 2008 y 2010. En esa época ya estaba funcionando la nueva Ley del Suelo, el Gobierno del PP había hecho las liberalizaciones tramposas de las grandes empresas públicas, era el año de la elección de George W. Bush. Estábamos empezando a vivir en una irrealidad que tardó unos años en desinflarse, el principio de la gran burbuja del crédito. Visto en retrospectiva, dices quién iba a decirlo.

Tampoco se vio venir la burbuja inmobiliaria.

Claro, es que casi nunca se ve venir nada. Luego retrospectivamente la gente dice que lo vio venir, pero es mentira. Y luego había una cosa que es muy importante recordar de la que nadie se acuerda, y es que 2000 fue un año terrible de terrorismo. Ahora parece que no, pero 2000 fue especialmente sanguinario. Es una injusticia muy grande que se olvide tan rápido. Recuerdo que ese año fue la primera gran manifestación de ¡Basta Ya! en San Sebastián contra el terrorismo.

De hecho usted dirigió una queja a El País por publicar las palabras que dirigió Otegi a los manifestantes.

Porque se le daba un crédito a esta gentuza que no sé por qué tenía que dársele. Yo me enorgullezco de haber estado en aquella manifestación. Allí se llevaron por primera vez carteles con los nombres de todos los asesinados. Fue una manifestación muy importante, uno de los primeros gestos de rebeldía cívica contra el terrorismo.

En esa época tampoco los partidos eran capaces de hacer un frente común.

Era una vergüenza. Pero mira, hay una cosa, ahora que surgen tantos críticos con España en estos años, que es una cosa cierta: el terrorismo fue vencido por el Estado democrático, y fue vencido con todas las garantías de la ley. Yo no me quiero imaginar cómo habría sido en Francia, en Alemania, en Inglaterra o en Estados Unidos si hubiera habido ataques terroristas tan continuos como los que había aquí. Aquí nunca tuvimos la tentación de instalar la pena de muerte ni de crear un estado de excepción en el País Vasco. Esa es una de las grandes cosas que han cambiado, que han cambiado para bien, y que es muy fácil de olvidar.

El INE publicó a finales de mayo que el 22% de los españoles viven bajo el umbral de la pobreza. ¿Se esperaba una noticia así a estas alturas del siglo XXI?

Eso es probablemente lo más grave que ha ocurrido en España. Que después de muchos años en los que tuvimos un progreso social lento pero continuo en España hayan aumentado las diferencias sociales. Estas cosas, aparte de ser terriblemente injustas, son muy peligrosas, porque es muy difícil mantener el sistema democrático saludable y funcionando con niveles de desigualdad tan graves como los que se están imponiendo en nuestro país.

¿Se puede señalar un responsable?

Las políticas que se impusieron. Parece que el único camino que había era ese: el camino de la rebaja de impuestos a los más ricos, el de debilitar la situación de los trabajadores… Parecía que no había otra alternativa, que el mundo tenía que ser así. Igual que cuando se hace la globalización de una manera que siempre perjudica a los débiles y siempre beneficia a los más poderosos. Y no hay otra manera de hacerlo. Generalmente los que mandan quieren convencernos de que las cosas son como son porque es la única manera que tienen de ser, porque es lo natural. Pero eso no es lo natural, eso es algo que se ha hecho, y que se ha hecho para beneficio de algunos. Es una cosa gravísima. Y más en un país como el nuestro, en que las perspectivas de salida de la gente joven son tan espantosas. Hoy venía en el periódico una información que decía que España es el país con el número de becarios titulados más alto. Y eso lo ves en las empresas: ves que por una parte están los ejecutivos que ganan más que nunca y que por debajo cada vez hay más becarios y gente que está siendo superexplotada. Ese progreso de la desigualdad, de la injusticia y de la falta de salidas yo creo que es una de las cosas más graves que han pasado.

Pero hasta que se llega a ese estado se ha a votado partidos, se han hecho leyes, los agentes sociales han mirado para otro lado…

A mí una cosa que me ha llamado mucho la atención durante estos años es que la izquierda estaba dejando de poner el acento en los problemas de clase y se estaba concentrando casi exclusivamente en los problemas de identidad colectiva. Es decir, en vez de hablar de trabajadores y de empresarios, en vez de hablar de ricos y de pobres, la izquierda hablaba de grupos nacionales, de la identidad colectiva de catalanes, de las mujeres, de los gays… Y una cosa son los derechos civiles y otra cosa es dividir a la gente en ese tipo de identidades. Y esto ha ocurrido mientras se ampliaban cada vez más las diferencias sociales, las diferencias entre los que tienen y los que no tienen. La izquierda, que es la que se supone que tenía que ocuparse de esas cosas, estaba distraída con otras cosas, con las cuestiones de las identidades colectivas, sobre todo.

Y mientras tanto…

Mientras, se estaban acentuando más las diferencias sociales, con gran alegría de los que estaban beneficiándose, y que siguen beneficiándose. Hace poco se publicó la diferencia con hace 15 años de la media de los mejor pagados y la media de los trabajadores normales, que era de 1 a 30. Ahora es de 1 a 400. Es una cosa que se ha disparado de una manera prodigiosa. Y claro, dices, ¿cómo mantienes un sistema democrático o un Estado del bienestar con esas diferencias sociales, cuando además los que más tienen se las arreglan para no pagar impuestos, cuando los que pagan los impuestos son la clase media y la clase trabajadora? ¿Cómo mantienes así el Estado del bienestar? Fíjate en las grandes compañías internacionales. ¿Cuántos impuestos paga Google? ¿Cuántos impuestos paga Apple? El mundo está hecho para el beneficio del que más tiene de una manera cada vez más escandalosa y más grosera.

¿Puede que esa falta de defensa de los derechos le haya pasado factura a la izquierda?

Sí, porque la izquierda se ha quedado en muchos casos muy perdida, sin estrategia. Se ha quedado muchas veces sin saber qué era lo que tenía que defender.

Todo lo que era sólido (2013, Seix Barral) cuenta que José Gámez, que era sastre de profesión, fue el primer alcalde de la democracia en Úbeda y que cuando terminó la legislatura lo dejó porque pensó que eso no era para él. ¿Qué le parece el nuevo panorama político, con tantos cargos recién llegados?

Estoy lleno de expectativas, pero vamos a ver.

¿Qué piensa de que lleguen a la política personas que no son profesionales de la política?

Me parece maravilloso. En una democracia lo normal sería que una persona cualquiera pudiera tener la posibilidad de estar un tiempo ejerciendo un cargo y luego retirarse a su profesión. La profesionalización de la política es uno de los grandes males del sistema español. Igual que la politización de ciertas profesiones públicas. El hecho de que tantos cargos que tendrían que ser exclusivamente técnicos sean políticos. O que la Administración esté tan politizada que tenga que cambiar el director de TVE porque cambie el Gobierno. Eso es ridículo. Eso es una sociedad cautiva de la política.

¿Si pudiera escoger una cartera ministerial, cuál sería?

Ninguna, yo soy escritor.

Y si pudiera tomar una sola gran medida política en el campo de la cultura, ¿cuál sería?

Creo que lo que hay que hacer es crear las condiciones para que la gente que hace las cosas pueda hacerlas de la mejor manera posible. En España se ha creado durante muchos años una especie de dirigismo cultural en el sentido de que los ayuntamientos, las comunidades, etc. creaban teatros y los gestionaban directamente, creaban editoriales… Y el Estado no tiene por qué crear una editorial ni nada de eso, lo que tiene que crear son las condiciones para que esas cosas puedan suceder. En España se ha dado la paradoja de que al mismo tiempo que se creaban auditorios gigantes no ha habido dinero para la educación musical de la escuela. Mira Valencia: allí tienes a los estudiantes en barracones y al mismo tiempo tienes el palau ese.

En cuanto a esas condiciones, ¿estamos mejor o peor que antes?

Estamos peor. Estos gobiernos brutales de los últimos tiempos se han dedicado sobre todo a hacer todo el daño que han podido; yo creo que con una perspectiva ideológica, que es pensar que todo lo que tiene que ver con la cultura o la educación es cosa de izquierdistas y hay que dañarlo. Todos los gobiernos han ido a destruir: el Gobierno del PSOE por falta de coraje y por demagogia; y el Gobierno del PP por pura brutalidad. Lo que se ha hecho con el cine o con el teatro es una cosa destructiva. O con el libro. Es una cosa de destrucción, de querer cargárselo, cuando la cultura en un país como el nuestro es un eje fundamental de la prosperidad, porque la cultura crea muchos puestos de trabajo. No es una cosa de gente pija que le gusta la ópera, sino una cosa que crea puestos de trabajo. La industria de la cultura ha sido abandonada a conciencia para destruirla.

¿A qué cree que se debe?

Porque en España hay mucho odio al conocimiento. La derecha española es brutal y ha sido siempre enemiga del saber, siempre, entre otras cosas porque ha sido esclava de la Iglesia católica, y la Iglesia católica ha sido el peor enemigo que ha tenido la educación y el conocimiento en nuestro país.

¿De dónde viene el odio al conocimiento?

No lo sé, es una cosa que viene de antes. Eso ya estaba en el Quijote. O en el grito de Millán-Astray delante de Unamuno: "¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!".

En cuanto a los cambios tecnológicos, dijo Juan Cruz que los 140 caracteres nos hacen peores lectores, ¿está de acuerdo?

No. Creo que leer es un ejercicio de atención: tú puedes prestar atención o no hacerlo. Tienes que vencer las distracciones. Ahora hay más, probablemente. Yo no soy partidario de esas afirmaciones tan rotundas. ¿A mí me ha hecho menos lector? No. No me siento cómodo con esas declaraciones apocalípticas. Son las mismas que se hacían con la tele: la televisión impide que la gente se concentre. Cuando empecé a publicar novelas, me acuerdo perfectamente, se decía que ya no se podían escribir novelas muy largas porque la gente estaba acostumbrada a la duración corta de una serie de televisión, y esto era en los años 80. Cambia la tecnología, pero no lo que la gente dice de la tecnología.

En su último libro, Como la sombra que se va (2014, Seix Barral), se acerca más a la no-ficción. ¿Se siente más cómodo que con la ficción?

Estoy cómodo siempre. La comodidad no depende de que sea ficción o no-ficción sino del entusiasmo que yo sienta por el material. Si no me encontrara así de cómodo, no escribiría.

¿Qué le resulta más impresionante la realidad o lo que se le pueda ocurrir?

Todo depende. Hombre, la realidad es bastante llamativa ella sola. Tú lees un buen reportaje y dices "esto es insuperable". Lees una obra de Shakespeare y dices "esto es maravilloso". O como un cuadro o una fotografía. Creo que no hace falta elegir.

¿Está ya pensando en su próximo libro?

No, estoy convaleciente.

Si pudiera hacer un ejercicio de retrospección, ¿qué le diría al hombre que era en 2000?

Que se tomara la vida más tranquilamente, que no hay tantos motivos para la angustia. Y es un consejo que me doy ahora mismo. Hay una cosa muy graciosa que decía Mark Twain: "Algunas de las mayores desgracias de mi vida no llegaron a sucederme".

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