
En una de sus obras más famosas, Damián Ortega (México D. F., 1967) desmonta un viejo Volkswagen Escarabajo. El coche siempre fue uno de los más habituales en México, tanto que forma parte de la identidad nacional. El artista lo diseccionó para después reconstruirlo en el aire, con las piezas colgadas de hilos de nailon, transformándolo en fugaz y vaporoso. La obra es del 2002 y un año después se dejó de producir el modelo en el último lugar en el que todavía se fabricaba: Puebla, México.
Una de las figuras más significativas del arte contemporáneos internacional, Ortega es el gran replanteador de la escultura. Para él no basta con representar, se trata de agregar y reconstruir. La materia, la energía y la transformación son constantes vitales de su exploración artística: el universo es a ojos del autor un sistema que el hombre no puede controlar por completo: siempre existirán la posibilidad, el azar, la probabilidad, el imprevisto, la fugacidad...
Es lógico entonces que una retrospectiva dedicada al artista mexicano lleve el nombre de Casino, un lugar en el que gobierna la suerte y nada depende de la razón. Anunciada como la primera gran muestra en solitario que se celebra de él en Italia, la exposición se puede visitar hasta el 8 de noviembre en la fundación Hangar Bicocca de Milán, especializada en arte contemporáneo, situada en un antiguo edificio industrial y propiedad de la multinacional italiana de neumáticos Pirelli.
Una mazorca de maíz con los granos numerados
Casino reúne 19 trabajos —esculturas, instalaciones y audiovisuales— que resumen las áreas de investigación de Ortega. Utiliza objetos corrientes como picos y bombillas para resaltar aspectos simbólicos, pero también hace guiños al humor absurdo y muestra su recelo ante la obsesión de nuestra sociedad por la ciencia y la tecnología.
Algunas de las piezas exhibidas hablan por sí solas. Elote Clasificado (2005),una mazorca de maíz con cada grano numerado, es un canto al absurdo de la burocracia. Estratigrafía 4 (2012) parece un fósil y sin embargo sólo es una esfera creada con papeles pegados y cortada por la mitad.
Otras obras delatan el escepticismo hacia la fé ciega que cultiva occidente por la innovación tecnológica. Ortega subraya que esos aparatos pronto serán artículos obsoletos y pasados de moda que nos harán esbozar una sonrisa y plasma ese sentimiento en Controller of the Universe (2007), un estallido de herramientas (sierras, seguetas, hachas, llaves inglesas, limas...). El conjunto es también una parodia de El Hombre controlador del universo (1934), el mural que Diego Rivera pintó en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.
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