"Habría vuelto a pegar a mi padre si no me hubiesen internado"

  • Débora (16 años) es uno de los 37 menores internos en el centro especializado El Laurel por ejercer la violencia en el ámbito familiar.
  • Sigue un programa de la Agencia para la Reeducación y Reinserción hasta que vuelva a casa | Quiere estudiar psicología y ayudar chavales problemáticos.
  • La mayoría de ellos son españoles (73%) que provienen de familias tradicionales o monoparentales (82%) | La mitad ha sufrido o ha sido testigo de malos tratos.
Débora (nombre ficticio) es una de las internas del centro de ejecución de medidas El Laurel, que gestiona la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor de Madrid.
Débora (nombre ficticio) es una de las internas del centro de ejecución de medidas El Laurel, que gestiona la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor de Madrid.
JORGE PARÍS
Débora (nombre ficticio) es una de las internas del centro de ejecución de medidas El Laurel, que gestiona la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor de Madrid.

- Cuando me subieron del calabozo y me dijeron que me metían en un centro de menores, me puse a llorar y a jurar que me portaría bien.

- ¿Y era verdad? ¿O lo dijiste solo por librarte?

- Bueno, creo que habría vuelto a pegar a mi padre si no me hubiesen internado. Tarde o temprano, tenía que pasar. Ahora, lo que quiero es salir y estar bien con él y con mi madre.

    . . .

Débora (nombre que ella misma elige para este reportaje) solo tiene 16 años. Es tímida y habla con voz queda, aferrándose, nerviosa y cabizbaja, a las mangas de su chaqueta. Le cuesta sonreír, pero, cuando lo hace, sonríen también sus ojos, que esconde entre mechones de pelo rubio y castaño. Cuesta creer que esta adolescente intentase agredir a su padre y a un agente de la autoridad con un objeto punzante en el último de sus excesos, el que la llevó ante el juez y a ingresar, finalmente, en el centro de menores infractores El Laurel.

Junto a ella, otros 37 chavales cumplen su pena en este centro especializado de la Comunidad de Madrid por haber cometido malos tratos en el ámbito familiar, un delito minoritario con particularidades que traspasan las barreras de la adolescencia.

La primera es que estos niños entran antes que ninguno en el sistema penal. Un 21% tienen 15 años en el momento del ingreso, frente al 13% del perfil general; un 10% solo ha cumplido 14 años, cuando en otros delitos apenas suponen el 1,5% de los casos. El 73% es de nacionalidad española, aunque el porcentaje de extranjeros ha crecido del 18% al 27% desde 2012, de acuerdo a los últimos datos disponibles de la Consejería de Presidencia y Justicia.

Nuestra protagonista es mujer. El colectivo femenino está mucho más representado en este programa, con un 30% de los internos, que en el resto de los que gestiona la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor (ARRMI), donde solo suponen el 15% del total. "Las chicas están sometidas a una mayor presión social en cuanto a su comportamiento, su aspecto, su peso o su manera de vestir, por lo que sufren más casos de abusos", detalla Juan Nebreda, director de El Laurel.

El peso de la crisis

Juan Nebreda, director de El LaurelNebreda advierte de que los motivos que desatan el maltrato de hijos a padres son múltiples. El número de episodios violentos que se desatan como consecuencia de limitaciones de horarios, castigos sin Internet o sin teléfono móvil ha aumentado en los últimos años, reconoce, pero todos tienen su raíz en una situación familiar deteriorada.

Los núcleos en los que se desarrollan estos menores cumplen dos perfiles característicos: la familia tradicional (36,58 %) y la familia monoparental con ausencia del padre (46,34%). En uno de cada siete hogares existen antecedentes delictivos y casi en uno de cada tres hay consumos abusivos de tóxicos. Además, la mitad de los internos han sido víctimas o testigos de violencia en casa. "El ejercicio del maltrato es, para ellos, consecuencia de una conducta aprendida en el propio entorno", alerta Nebreda.

La crisis económica y los efectos del paro han agravado este tipo de situaciones. "Ya no son solo los problemas internos, es que nos hemos encontrado casos de niños que dormían en almacenes o en la trastienda del negocio de los padres porque les habían desahuciado a todos. Si a una situación personal delicada le unes la falta de recursos y la pérdida del empleo, o viceversa, la mezcla se vuelve explosiva", razona.

Débora bebía. Mucho. El 75% de los chavales que, como ella, forman parte del programa tratan de evadirse de la situación en el fondo de un vaso de alcohol. Tres de cada diez consume cocaína o pastillas. El 85% fuma tabaco y/o cannabinoides. "Prefería no estar en casa, así que me iba con mis amigos al parque o al campo y bebíamos. Llegaba a casa muy mal y, cuando me encontraba a mi padre, no podía aguantarlo. Así empezaba", recuerda.

De casa a la cárcel

La llegada de nuestra interlocutora a El Laurel no fue demasiado traumática. "Se ha adaptado bien. Otros internos suelen recurrir a lo que yo llamo 'los tres chantajes'. Primero, culpan a sus padres; después, les llaman por teléfono y se quejan de las condiciones en las que están, les preguntan si saben dónde les han metido; cuando eso no funciona, intentan autolesionarse, aunque son una minoría", detalla el director. El protocolo antisuicidio solo fue activado una vez el año pasado.

A cada recién llegado se le asigna un compañero. Débora, que pisó las instalaciones por primera vez hace seis meses, congenia con la suya: "Nos llevamos bien porque creo que somos iguales, que nos parecemos mucho, así que pasamos mucho tiempo juntas. Cuando quiero estar sola, leo y escribo, pero no cosas para los terapeutas, sino para mí".

El centro, como otros de la Comunidad de Madrid para medidas de internamiento, no deja de ser una cárcel. El Laurel forma parte de un complejo mayor en el que cada instalación está separada de las demás por valla de más de tres metros de altura. El acceso es restringido y todas las dependencias cuentan con cámaras. Cada puerta abierta -salvo excepciones- se cierra con llave inmediatamente detrás de los transeúntes. Vigilantes privados se encargan de custodiarlas. Chicos y chicas tienen dormitorios separados. Los horarios se cumplen a rajatabla. Sin embargo, la diferencia con un internado escolar no es tan grande.

Sala de audiovisuales del centro de menores El Laurel.

Implicación familiar

Cada interno sigue un programa personal -que incluye entrevistas con los terapeutas, educadores y psicólogos- y otro formativo. El primero va orientado a reinsertar al menor y a recuperar la relación con sus padres, que se unirán a la terapia de forma progresiva. "Que entiendan la parte de responsabilidad que pueden tener en el problema de su hijo es vital", asevera Juan Nebreda. El segundo supone la continuación de los estudios del menor, que sale a diario del centro para acudir al instituto. También hay excursiones, salidas culturales y, por qué no, visitas a parques temáticos de atracciones.

Débora cursa un módulo de Administración, aunque no es lo que más le gusta. "Prefiero la Psicología y, un poco también, la Historia. Me gusta saber cómo piensa la gente. Creo que yo valdría para ayudar a otros chicos que han pasado por lo mismo", aventura con ilusión.

También tiene claros cuáles son sus objetivos a medio plazo, cuando acabe la condena de 12 meses impuesta por el juez: "Quiero estar bien con mis padres, poder hacer cosas juntos. Me vendría bien cambiar de barrio y de gente, de amigos. Y tengo muchas ganas de ir al campo para pasear". El director de El Laurel cree que Débora lo tiene al alcance de la mano: "Es posible. Lo puede conseguir y seguro que lo hará".

Mostrar comentarios

Códigos Descuento