Te amo, Lolita, extráñame siempre

Calle 20
Calle 20
Calle 20
Calle 20

Me fui. Creciendo, comencé a irme. Las cosas fueron cambiando, las olvidamos. La memoria dejó de pertenecernos y entonces alguien se apoderó de ella, la modificó, el pasado dejó de existir y yo me fui. Dejé de ser.

E inventé otra historia, otros recuerdos. Otras cosas. Me fui. Creciendo. Hasta que hace poco, finalmente, logré detenerme y decirme: «Te amo, Lolita, extráñame siempre». Y desde entonces, comencé a volver.

Así, hace un par de meses encontré en casa de mi madre unos libros que leía de pequeña y me parecieron más delicados que antes. Las hojas, más amarillentas; los contornos de los dibujos recortados, más vulnerables; y yo, más lejos. Aunque si abro cualquiera de esos cuentos, cierro los ojos y huelo, vuelve el tiempo, vuelve el recuerdo y yo, con todos, como en un viaje excesivamente veloz, incomprensible, vuelvo también. Y entonces, en un susurro, me digo esto: «Te amo, Lolita, extráñame siempre».

Y la niña que fui sonríe sin verme y el agujero del centro de mi estómago se cierra vertiginosamente y nada ha sido lo que fue. Vuelvo.

Antes no estaba sola. No hay fotos ni recuerdos, ni nadie que cuente nada. Pero no estaba sola. De eso sí me acuerdo. Había gente conmigo, y por eso el pasado es un tiempo repleto. Ahora no. Ahora vuelvo sola, cierro los ojos, huelo los libros y me digo esto. Desde hace un tiempo, siempre me digo esto: «Te amo, Lolita, extráñame siempre». Para seguir volviendo. Para no haberme ido.

Ahora el pasado es un nuevo principio. Y yo «te amo, Lolita, extráñame siempre».

«Te amo, Lolita, extráñame siempre», y vuelta a empezar.

Como si pudiera moldear el tiempo. Peor: como si no existiera. Como si no fuera nada más que una invención que me permite, me obliga, a convivir con quien fui, con antes, con una niña pequeña que no puede verme y escucha, a oscuras, «te amo, Lolita, extráñame siempre». Por eso sonríe sin entender que no la miramos. Así, como los comensales del único restaurante del mundo atendido por ciegos: sin luz. En un angosto callejón del centro de París, en la calle Quincampoix, Dans Le Noir es la única e insólita experiencia de comer a oscuras. Y la niña, aquella niña, el comensal a oscuras y yo sonreímos sin que puedan vernos. Por motivos distintos, pero del mismo modo: con la inmediata certeza de las intuiciones. Tres sonrisas íntimas, a oscuras. Ahora, en la calle Quincampoix, y antes. Y yo «te amo, Lolita, extráñame siempre».

«Te amo, Lolita, extráñame siempre» y ese miedo único a que nada sea real, escondido tras una sonrisa oscura que no puede ver nadie, se evaporan el tiempo exacto para dar un paso. Antes me fui. Y ahora vuelvo.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento