La ciudad de los soportales

A Turín se la relaciona históricamente con el centro de operaciones de la marca Fiat. Pero la ciudad piamontesa ofrece múltiples atractivos, entre ellos el del Museo Nacional del Cine.
Mires a donde mires en Turín, la cúpula de la Mole Antonelliana preside el paisaje de la ciudad. (Archivo)
Mires a donde mires en Turín, la cúpula de la Mole Antonelliana preside el paisaje de la ciudad. (Archivo)
Mires a donde mires en Turín, la cúpula de la Mole Antonelliana preside el paisaje de la ciudad. (Archivo)
Turín, al noroeste del Piamonte italiano, es una de las ciudades más prósperas de Italia, ubicada muy cerca de la capital económica, Milán. Además de ser la sede de la marca de automóviles Fiat, Milán conserva intacta la elegancia que heredó de sus vecinos los franceses y de su título de primera capital del reino de Italia.Las calles del centro de esta población de 2.200.000 habitantes exhiben, orgullosas, múltiples huellas de esplendor barroco. Lo más llamativo del recorrido por Turín son los 18 kilómetros de soportales que guarecen a los turineses del sol y de la lluvia en sus caminatas y compras por la ciudad. Y especialmente sorprendente es la joya monumental de Turín, la Mole Antonelliana (1863), una antigua sinagoga de singular arquitectura (hueca en su interior) que fue considerada el edificio más alto de Europa, con sus 167 metros.

Mirando a los Alpes

La mole funciona como doble atracción al albergar el Museo Nacional de Cine de Italia, además de ofrecer una veloz subida en ascensor hasta la cúpula, donde se obtiene una bella vista de las montañas alpinas, en las que se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno de 2006.

Turín no recuerda demasiado al resto de Italia, pero si se pasea por el mercado de Porta Palazzo, el más grande de Europa al aire libre, se rememora de golpe en qué vibrante y mediterráneo país nos encontramos.

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Cafés y cacao de museo

Naturaleza, compras (no hay que olvidar las grandes posibilidades de shopping que el diseño italiano ofrece a los turistas), arquitectura y monumentos tienen como postre la variada oferta de pastelerías, muchas de ellas auténticos museos urbanos de principios del siglo pasado.

En cafés como el Torino, el San Carlo y el Bicerín –que ofrece un particular café de idéntico nombre– parece haberse detenido el tiempo. Si se visita Turín este mismo año, conviene recordar que la ciudad comparte con Roma la capitalidad mundial del libro. Otra cita anual muy dulce tiene que ver con la feria CioccolaTò.

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