El repertorio de Waters, un mundo paralelo que te atrapa durante casi tres horas

Ainara Ispizua manda esta foto de 'In The Flesh'.
Ainara Ispizua manda esta foto de 'In The Flesh'.
A. Ispizua
Ainara Ispizua manda esta foto de 'In The Flesh'.

El directo que Roger Waters presenta dista mucho de ser un concierto al uso.

Pese a disponer de un repertorio -en solitario y con Pink Floyd- lo suficientemente importante y profuso como para atraer a cualquiera simplemente interpretándolo, Roger Waters prefiere sacar en la gira 'The Dark Side Of The Moon' su vena más floydiana -la que él mismo creó- para ofrecer un espectáculo digno de elogios en el que atrapa en un mundo paralelo de casi tres horas a todo aquél que le visita.

Radio Roger Waters. Entrando a un recinto cargado humo -necesario para la proyección de focos y lasers- el espectador se encuentra con la primera sorpresa de la noche al ser recibido por una enorme radio antigua proyectada sobre el escenario, junto con la que conviven un bote de pastillas, un cenicero repleto, una botella de whisky y una maqueta de un avión de la Segunda Guerra Mundial.

La estampa, estática en principio, poco a poco comienza a cobrar vida cuando un brazo irrumpe en la pantalla para servirse una copa, encenderse un cigarro y toquetear el dial en busca de una música adecuada. Waters ya está lanzando mensajes a un público que empieza a darse cuenta de las dimensiones del concierto que va a presenciar.

Así, la sobriedad de 'My funny Valentine', de Chet Baker, da paso a la energía de temas como 'Hound Dog', de Elvis, o 'Johny Be Goode', de Chuck Berry, que hacen que un ritmillo especial se vaya mezclando con la sensación de que algo se avecina, de que falta poco. Aparece Abba en el dial, pero al susodicho brazo parece no gustarle y cambia rápidamente entre las risas y aplausos del respetable. Poco después, con un ambiente de nuevo relajado por la presencia del jazz, se apagan las luces y el nerviosismo de los presentes se hace notar.

Primera parte: un viaje por la historia de Pink Floyd

Roger Waters sale entonces al escenario con la luz de un solo foco y en medio de una sincera ovación. Como no podía ser de otra forma, una elegante melodía de violines in crescendo, propia de una película de los años cincuenta, acompaña al maestro en su aparición, sumergiendo a un público emocionado en un mundo del que ya no podrá escapar.

Martillos Roger Waters Sencillamente, porque en un suspiro Waters ya está entonando en alemán aquello de: Eins, zwei, drei, vier... (uno, dos, tres, cuatro). Y eso, en un concierto del británico, sólo puede significar que llega 'In The Flesh' (The Wall, 1979). Es entonces cuando un potentísimo acorde de guitarra cambia radicalmente el dulce y melancólico ambiente por otro radicalmente opuesto que hace a un público 'completamente erizado' desfilar al ritmo de los míticos martillos de The Wall, ya en pantalla.

Tremendo comienzo de un concierto que promete mucho tras un primer tema en el que se escuchan las primeras explosiones en cuadrafónico y en el que los fuegos artificiales hacen su primera aparición sobre el escenario.

Roger Waters Pero Waters, que tiene argumentos de sobra para hacer lo que quiera, es el que maneja el cotarro y baja de las alturas al respetable en cuestión de segundos para entonar otro clásico: 'Mother' (The Wall, 1979). Acústica en mano, el que fuera cerebro de Pink Floyd entona el triste y escalofriante tema acompañado de Katie Kisson, que se convierte en 'madre por unos instantes' para colocar su magnífica voz a un estribillo otrora cantado por David Gilmour.

Es entonces cuando el fuego toma un protagonismo sobrecogedor en la pantalla y el humo se expande a lo largo del escenario para presentar 'Set the Controls for the Heart of the Sun' (A Saucerful of Secrets, 1968), una mezcla desgarradora que se produce por contraste.

Ian Ritchie. Y es que la sobria melodía inicial acompañada por el fantástico batería Graham Broad e Ian Ritchie 'a los vientos' desemboca en el caos representado por el tremendo solo de la Gibson Les Paul de Snowy White. Además, Waters aprovecha el tema más antiguo del repertorio de su gira para viajar en el tiempo mediante imágenes evocadoras del resto de los componentes de Pink Floyd, algo que todo el mundo valora y aplaude con un gran entusiasmo que sigue en aumento.
Shine On, Roger Waters. El fuego vuelve entonces a cobrar protagonismo al final de un tema cíclico para dar paso a un firmamento de estrellas en el que una base sintetizada de fondo emerge y hace adivinar al público que lo que se avecina es de gran altura. Considerado por muchos como el mejor tema de Pink Floyd, sale a escena 'Shine On Your Crazy Diamond' (Wish You Were Here, 1975).
Syd Barrett, Roger Waters. Pese a ser una versión con algunos recortes, la nostalgia se apodera de un recinto en el que se mezclan la magia del momento con el permanente recuerdo a la figura de Syd Barrett en pantalla, lo que hace estremecer al público, que corea al unísono uno de los estribillos más esperados de la noche.
Roger Waters, Have a Cigar. Es el turno de 'Have a Cigar' (Wish You Were Here, 1975), un derroche de imaginación apoyado en el color de las imágenes que pasan a gran velocidad y sólo ceden el protagonismo en momentos puntuales a la infinita voz de Waters. Es el momento del magnífico guitarrista Dave Kilminster, que comienza a abrirse paso en su papel protagonista clavando el espectacular solo de Gilmour hasta un final simplemente fantástico y repleto de originalidad. Como en el disco, el sonido de la guitarra acaba atrapado en la radio con un juego de ecualización perfecto.
Velas, Roger Waters. La famosa radio vuelve a aparecer y, como en el álbum, también de ahí resurge el clásico y archiconocido 'Wish You Were Here' (Wish You Were Here, 1975).

Era uno de los puntos álgidos de la noche y Waters, era consciente de ello. En medio de un ambiente cargado de misticismo a la luz de las velas, el público respondía a la perfección entonando la letra de principio a fin junto al artista. De nuevo la sombra de Barrett planeaba sobre el recinto y otra vez quedaba patente la influencia que ha tenido su existencia en la banda de Cambridge, y en el propio Waters.

Southampton Dock, Roger Waters Era el momento ideal -todos con las defensas bajas- para la concienciación, y así lo interpretó magistralmente Waters sacando a la luz dos temas de su último disco con Pink Floyd (The Final Cut, 1983). El primero de ellos, 'Southampton Dock', es una de las innumerables críticas militares que guarda en un archivo probablemente tan repleto de ellas porque su padre falleció en la guerra, cuando él tenía sólo cinco meses.
The Fletcher Memorial Home, Roger Waters. El segundo tema es la obra maestra y colmo de la elegancia 'The Fletcher Memorial Home', una sublime canción en la que introduce - con bienvenida incluída- a "tiranos y reyes incurables" en el Hogar Conmemorativo Fletcher -en honor a su padre, Eric Fletcher Waters-. La interpretación de Roger, metido al cien por cien en el papel es impecable.

El factor sorpresa lleva al público en volandas

Perfect Sense I, Roger Waters. Con el corazón del público aún en un puño, una placentera melodía espacial toma por completo el recinto y un astronauta hace acto de presencia en las alturas ingrávidas. Es tiempo para que Waters exhiba algo de su material en solitario. 'Perfect Sense, part I y II' (Amused to Death, 1992) cobran entonces la importancia que merecen en las cuerdas vocales de la gran P.P. Arnold.
Perfect Sense II Tratada al detalle y elevando a categoría de himno la segunda parte -brazos extendidos incluídos-, Waters tira de efectos para dejar atónito al público, que cree escuchar a todos los asistentes cantando a la vez, hasta el punto de que el recinto parece 'venirse abajo' en el primer estribillo. En el segundo, tras una gran explosión, la sensación de estar asistiendo a algo realmente apoteósico se multiplica creando un momento sencillamente mágico.
Leaving Beirut, Roger Waters. Un nuevo tema irrumpe entonces sobre el escenario. Es 'Leaving in Beirut', otraimpactante crítica -con la guerra en general y George Bush en particular- e inspirada en un viaje que protagoniza el propio Waters al Líbano con 17 años. A modo de cómic, el público acaba cantando junto al artista un tema desconocido para la gran mayoría de los presentes al no estar recogido en ninguno de sus álbumes. El solo de guitarra confeccionado especialmente para el directo es sensacional.
Cerdo. Roger Waters. La fiesta había llegado al final de su primera mitad, no sin antes convertir a los asistentes en corderos para interpretar 'Sheep' (Animals, 1977). Ladridos de perros se oyen por todo el recinto. Sin saber muy bien de dónde provienen, parecen acercarse desde todos los puntos junto a los tímidos balidos de las ovejas para acorralar, a modo de rebaño, al público.

Hay que destacar que Waters, a mediados de los 70, dividió al ser humano en tres categorías: cerdos, perros y ovejas, simbolizando al poder económico, la milicia represiva y al pueblo, respectivamente.

En directo, la fuerza que desprende Sheep es realmente arrolladora. Pero, si por algo era esperado este tema, además de por su estribillo infinito, era por la aparición del mítico cerdo volador, ahora apodado Bush, que sacaba Pink Floyd en sus conciertos. La pista se convierte entonces en una fiesta adornada por el confeti, que cae lentamente desde el techo, y un final apoteósico, repleto de guitarras y explosiones.

Así, con la primera parte ya finalizada, es tiempo de cambiar impresiones y reflexionar sobre lo visto hasta el momento. Al fin y al cabo, 'lo gordo' está aún por llegar.

Luna, Roger Waters.Faltan sólo quince minutos -todo un mundo- para que vuelva el consagrado Waters a interpretar íntegramente The Dark Side Of The Moon, lo más esperado de la noche.

Una luna ínfima poco a poco se va haciendo más y más grande en la pantalla. Lo que los asistentes todavía no saben es que no es el satélite el que se acerca, sino que son ellos los que ya han emprendido un viaje a la luna que no olvidarán jamás.

Continuará...

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