Tú, sapiens, también tienes algo de neandertal

Los neandertales vivían en pequeños grupos familiares nómadas.
Los neandertales vivían en pequeños grupos familiares nómadas.
MAURICIO ANTÓN
Los neandertales vivían en pequeños grupos familiares nómadas.

En los inicios lo tachamos de primitivo, remoto, lejano, un eslabón perdido. El neandertal era el prototipo de un ser tosco y arcaico. Y nosotros, la única especie sabia y moderna capaz de un aventura increíble: dominar la Tierra. Cuando fue descubierto en 1856, en el valle de Neander (Alemania), lo acusaron de ser un soldado deforme de las guerras napoleónicas. “Como si fuera un gorila semiagachado, extraño, mal formado”, explica José María Bermúdez de Castro, codirector de las excavaciones en Atapuerca. Por un prejuicio ideológico, llegamos a la conclusión de que el resto de especies humanas se habían extinguido al ser inferiores.

En los últimos años, sin embargo, el avance de la técnica, especialmente de la genética, ha provocado un cambio de paradigma: estamos rehabilitando al neandertal, aupándolo en la colina de la evolución. Hoy sabemos que nos cruzamos con ellos, y que no pudieron ser tan distintos cuando tuvimos descendencia común fértil. Conservamos parte de su genética y las diferencias son más sutiles. Conocemos mejor sus habilidades e incluso discutimos si tuvo un lenguaje articulado o si pudo ser un artista de las cuevas. El enigma nos golpea el cráneo, afilado cual hacha de piedra: ¿si fue tan parecido a nosotros, por qué se extinguió?

Los últimos grandes hallazgos

Se cumple un año de un hito que lo cambió  todo: la publicación del genoma completo del neandertal, a cargo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Alemania. Desde entonces, el modelo clásico que plantearan en el siglo pasado (1957) anatomistas como William Strauss y Alec Cave, en el que un neandertal adaptado a nuestro tiempo podría pasar desapercibido en el metro de Nueva York, toma un nuevo impulso filosófico...

Se encuentra usted en el metro y allí está un neandertal, leyendo este periódico. Viste con elegancia, pero las diferencias morfológicas son evidentes. Unos rasgos arcaicos, cierta brutalidad enigmática. Hasta un niño podría distinguir su cráneo. Reconoce, sin embargo, algo en su rostro. Es el espejo incómodo del que hablan los paleoantropólogos. La paradoja humana: ese ser que no soy es esencialmente yo.

Tenemos frente a nosotros a un nuevo neandertal. Un ser que coexistió con los sapiens en los albores de la humanidad. Un incomprendido que empezamos a entender mejor, bajo un enfoque más igualitario en la nueva sociología de la ciencia. “Todo lo que se ha escrito en los últimos 30 años no vale, es mucho más complejo. Me atrevería a decir que poco vale desde los últimos dos, tenemos que ser prudentes”, explica Álvaro Arrizabalaga, profesor de Prehistoria de la Universidad del País Vasco y uno de los dinamitadores de datos. Participó en el último estudio de datación de carbono 14 de fósiles provenientes de los posibles últimos reductos europeos de neandertales, con la Universidad de Oxford.

Por sus datos llegaron a la conclusión de que neandertal y sapiens apenas se vieron las calaveras en la Península Ibérica, en el que se considera uno de sus últimos bastiones. Un dato esencial para saber cómo y por qué se extinguieron. No pudo haber un genocidio directo por parte de sapiens –una tesis defendida durante décadas–. El solapamiento temporal entre ambas especies es cada vez menor por los avances en la medición, de apenas de unos 5.000 años (antes se creían que era de unos 10.000).

Hace unos 40.000 años...

Desaparecieron hace unos 40.000 años, –en términos evolutivos diríamos que ayer mismo– y todavía no sabemos muy bien por qué. Coincidió todo con el recrudecimiento de una glaciación. “Si se encontraron con sapiens en Europa, apenas tenían ya capacidad de interacción”, indica Arrizabalaga. El neandertal era un ser robusto, bajito pero fuerte a juzgar por sus falanges. Ornamentado con conchas y plumas, pálido y, en ocasiones, pelirrojo (nos dice la genética). Un excelente cazador y cuidador de sus enfermos; han encontrado discapacitados en sus grupos que no habrían podido sobrevivir solos.

Pudo poner flores en las tumbas de sus allegados, según los restos hallados con una inusual cantidad de polen en el yacimiento de Shanidar (Irak). En ocasiones, los cadáveres fueron enterrados en posición fetal y con una determinada orientación. Usaba pigmentos decorativos y hasta es posible que hiciera música. Por un reciente hallazgo de cortes geométricos en la piedra, en la cueva Gorham de Gibraltar, se discute si poseían pensamiento simbólico y si pudieron crear obras artísticas. Es la última gran frontera o tabú que nos separa.

Las diferencias morfológicas (potentes arcos supraorbitales, extremidades cortas, tórax en barril, ausencia de mentón...) no fueron entonces, hace 55.000 años según la última datación de octubre publicada en Nature, un obstáculo para que tuviéramos descendencia común. Un centenar de genes neandertales conviven aún en nosotros. Son fruto de encuentros esporádicos, apuntan los genetistas.

Los euroasiáticos guardan alrededor de un 2,5% de su genética; la proporción es mayor en los asiáticos, llegando al 4%. Los científicos lo llaman evento de hibridación, es decir, que tuvo que haber una o varias cópulas en algún momento no descrito entre dos especies distintas. ¿Dónde? Nadie lo sabe con exactitud. Es posible que en el cruce de caminos de Oriente Medio, cuando el sapiens salía de África. Los linajes posteriores multiplicarían la señal genética por el globo. El problema es que no existe ningún yacimiento que demuestre convivencia: a juzgar por los rastros arqueológicos que conservamos, no cohabitaron.

Cuando sapiens y neandertal se encontraron

El neandertal pudo haberse encontrado con el sapiens justo cuando este salía de África (entre 80.000 y 50.000 años), en lo que llaman el corredor levantino, en Oriente Medio, un cruce de caminos. Nos juntamos en nuestra frontera evolutiva, a juzgar por la carencia de genes reproductivos. Sapiens también pudo contener otros genes de homos más arcaicos. El último estudio publicado en Nature, en el que se analizó el genoma del cromañón más antiguo estudiado, parece confirmarlo.

La señal que conservamos es pequeña, por lo que, según Lalueza, indica que "no hubo asimilación, debería estar amplificada". No los absorbimos. Se discute si estos genes nos fueron útiles para conquistar los climas fríos. "Es lógico que determinados genes metabólicos pudieran ayudarnos. Entonces eran muy útiles para sobrevivir en las sociedades cazadoras-recolectoras", añade. Incluso algunos podrían estar relacionados con enfermedades como la hipertensión o la diabetes.

Con su descubrimiento dinamitan las fronteras de la definición de especie biológica, que en términos clásicos establecía que dos ramas distintas no pueden tener descendencia común fértil. “Nos enfrentamos a los límites de la concepción de especie. Es la noción de ser humano lo que estamos tratando: no tanto cómo vivían los neandertales, sino qué somos”, explica Antonio Rosas, paleoantropólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC en Madrid.

Elementos genéticos básicos para definir la humanidad, como la capacidad del lenguaje, en su gen basal FOXP2, se encuentran en él. Los lingüistas evolutivos lo discuten. Existe todavía una gran reticencia a otorgarle las dotes del lenguaje, aunque su estructura social apunta en ese sentido, según los paleoantropólogos.

Su comportamiento social pudo haber sido muy parecido al de las sociedades cazadoras-recolectoras actuales. “Cuando neandertal y sapiens se encontraron, su cultura era básicamente la misma. Es el sapiens posterior el que marca una diferencia”, explica Bermúdez de Castro. Algunos expertos apuntan incluso a una cuestión de recursos: el neandertal tenía núcleos demasiado pequeños como para destinar tiempo al arte. “Puede que existan diferencias cognoscitivas, pero no estoy seguro de ello. Creo que un neandertal criado entre nosotros, que sea educado con nuestro mismo sistema y estímulos, sería muy parecido sino igual a los humanos actuales. Pero esto no deja de ser una especulación. El lenguaje puede existir en diversos grados de sofisticación”, explica Carles Lalueza-Fox, paleogenetista del Instituto de Biología Evolutiva y uno de los que participó en el descubrimiento de su genoma.

<p>Comparación sapiens-neandertal</p>

Aceptada la consanguinidad, los expertos se enzarzan en su definición. ¿Qué es un neandertal? “Eran especies distintas, afortunadamente –opina Antonio Rosas, autor del libro Los Neandertales–. Estamos ante una arquitectura diferente; cercana, eso sí, con una frontera difusa. Digo afortunadamente porque el reto es entender cómo se puede ser humano de un modo diferente, no como una única noción”. Para los genetistas, la diferencia entre especies es subjetiva.

Hubo un tiempo en que varias poblaciones de humanos deambulaban por la Tierra en una epopeya que arrodilla al gran Alejandro, armados con piedras, palos y fuego. En este espacio que parecía infinito, cohabitaron y hasta se hibridaron neandertales, cromañones (sapiens), denisovanos, floresiensis, bolsas de homo erectus... y puede que otras poblaciones ignotas –en octubre se presentó el que podría ser un nuevo grupo de homo en China, y discuten otro llamado ‘el pueblo de los ciervos rojos’–. La diversidad nos definía. Aislados por barreras, adaptados a climas diversos, grupos tan pequeños que cualquier diferencia genética fraguaba una rama evolutiva que se definiría por milenios.

La incógnita es entender cómo dos especies llegaron a las mismas conclusiones evolutivas, a un nivel de inteligencia similar. Saber por qué su cerebro creció sin contacto hasta llegar casi a la misma capacidad craneal (el neandertal la supera por poco). Entender por qué desarrollaron una compleja industria lítica. Definir las causas de que empezaran a visualizar el más allá, a volverse distintos. “¿Convivieron? ¿Cohabitaron? ¿Transmitieron cultura? Es posible. La cultura, por imitación y observación, se transmite más rápido que los genes”, apunta Bermúdez de Castro.

Su extinción, aún por explicar

Siempre hemos intuido que fuimos participes en su fin. Es “el sentimiento de culpa” del que habla el profesor Arrizabalaga, ya que coincide con la llegada del homínido que se autoproclamó moderno. “El neandertal contuvo la expansión de sapiens durante muchísimos años. Nos costó mucho llegar a Europa. Eran los suficiente desarrollados como para mantener a raya al invasor”, añade Bermúdez de Castro. Algo ocurrió y motivó que la imagen del metro que plantearan los anatomistas sea solo un sueño. Algo que no tuvo que ver con su inteligencia y con su capacidad de adaptación, ya que neandertal habitó la tierra durante más de 200.000 años, más de lo que lleva por el momento sapiens.

Venció terribles cambios climáticos. Había sobrevivido en la Europa del Pleistoceno, un lugar en el que ningún homínido querría vivir: se alcanzaban en algunas zonas máximos glaciares, 100 metros de placa de hielo sobre el suelo alemán. El estrés térmico los obligó a deambular a la deriva de Centroeuropa al Mediterráneo o las estepas asiáticas. Peleaban por entrar en las cuevas cada invierno contra enormes leones y osos cavernarios. El neandertal, el cazador social, ya estaba entonces en la cima de la cadena trófica. “Era una aventura peligrosísima, pero tenía todas las capacidades para lidiar con ellos día a día”, explica Edgard Camarós, arqueólogo experto en la interacción entre carnívoros y neandertales.

Sin embargo, se acercaban a un cuello de botella, que es como denominan los científicos al momento en que las especies pierden a gran parte de sus congéneres, sobreviviendo solo unos pocos a través de este metafórico cuello. A nadie le gustaría conocer este paso brutal de la evolución. Preferiría a las hambrientas hienas que moran en esos cubiles que llamamos hogar. Centenares de individuos desapareciendo de la faz del planeta por una lenta guillotina climática. La naturaleza es en ocasiones cruel y nos recuerda que toda especie, incluso la nuestra, está condenada a su extinción.

El neandertal es un invento sofisticado de estas tierras europeas, atrapado por la era glacial, evolucionado en un clima hostil. Es posible que provenga de otros homínidos arcaicos como los encontrados en el yacimiento de Atapuerca (que ya ostentan rasgos familiares), aunque su origen es un misterio. La teoría es que proviene de un mismo tronco común que el sapiens, una rama que se separó hace millones de años; después de que algún curioso primate, quizás un homo ergaster, abandonara África en una de las grandes escapadas, cuando la naturaleza abrió un paso y Europa era una gran sabana.

Adaptado a todos los climas

Neandertal evolucionó en el norte y fue capaz de habitar diversos climas. Desde los gélidos tipo tundra (en la actual Francia y Alemania) en los que cazaba rinocerontes lanudos mediante estrategias sofisticadas, a los cálidos de la Península u Oriente Medio, en los que se alimentaba de cualquier cosa que se cruzase en su camino. “Explotaba distintos medios, desde las marismas de Doñana a la tundra de Alemania, donde el mamut era menú del día. Aún no entendemos las causas de su gran crisis, pero pudo deberse a múltiples factores”, explica Camarós.

Sus bastiones de supervivencia, cuando el frío arreciaba, fueron las penínsulas del sur. Sus necesidades calóricas, a juzgar por su morfología, tuvieron que ser importantes. Pero no consumía solo la carne de los grandes ungulados (los uros, ciervos o bisontes) como se creía, sino que los fósiles parecen indicar que se alimentaba también de vegetales, mariscaba, cazaba pequeños mamíferos como conejos, palomas, tortugas, y hasta delfines en Gibraltar. Era un oportunista omnívoro.

Se movía por extensos territorios en pequeñas bandadas familiares (de 10 a 15 individuos) muy endogámicas. Practicaba la exogamia, una costumbre que se da en las sociedades de cazadores-recolectores sapiens de intercambiar hembras para garantizar la salvaguarda genética. No sabemos si estos intercambios eran violentos o sellos de paz. “La idea de que eran machistas me parece absurda. No puedo viajar al pasado, pero el grupo dependía de las hembras”, dice Bermúdez de Castro. La violencia la intuimos por ciertos comportamientos caníbales. Se discute si eran dietarios o ritualísticos. Y la imagen del habitante exclusivo del frío está cada vez más en entredicho: parece ser que le gustaban los bosques, donde podía cazar en la emboscada con sus jabalinas.

Organizaba las cuevas por su utilidad, según sugieren algunos yacimientos como el Abric Romaní, en Cataluña. En un rincón montaba su taller lítico (que aunque era más primitivo que el de sapiens, existen las culturas de transición, como la Châtelperroniense, que lo ponen en entredicho). Establecía el hogar, con el fuego permanente, en una posible sala de reuniones. En otro agujero montaba su basurero, y finalmente, en ocasiones pudieron tener apartadas sus tumbas y presuntos lugares de adoración. Al fondo, su protegido dormitorio.

El invasor sapiens

El problema de nuestro pariente, coinciden  los expertos, pudo ser de fertilidad, y demasiados golpes prolongados en una tierra difícil. Además, el sapiens tenía los elementos que hoy caracterizan a una especie invasora: capacidad de progenie y de establecer mayores redes sociales, y enorme adaptabilidad para la conquista; fue el primero, en un empuje entre curiosidad y locura, que intentó colonizar el frío desde el calor. Y pudo mermar sus recursos en una época de escasez. No fue necesario que pelearan. Un cambio climático más... Incluso se especula con patógenos del invasor (como ocurrió con los virus cuando los conquistadores españoles tomaron América). “El neandertal, al poseer un sustrato de población muy pequeño, pudo extinguirse en alguno de estos cuellos de botella”, concluye Camarós.

Los cuellos de botella ya podían haberle afectado mucho antes de la llegada del invasor. Era como un oso panda o uno polar. Incluso podemos compararlo con la situación actual de nuestro pariente vivo más cercano: el chimpancé. En su frente estaba escrita la muesca de la extinción. Había superado su umbral de viabilidad. Fue el gran superviviente. El que aguantó las terribles glaciaciones, que los científicos denominan Würms, mientras el sapiens comía reptiles en su paraíso africano. Y sin embargo, desapareció por un suspiro en términos geológicos.

Estamos en un momento herético y fascinante del estudio de la evolución humana, gracias al impacto multidisciplinar (antropólogos, genetistas, geólogos, matemáticos...). “Lo que queda en el tintero es brutal”, asegura Camarós. Un escurridizo misterio que dará sorpresas. “El genoma del neandertal está adelantado a su tiempo. Cuando sepamos la función de nuestros genes, sabremos qué eran capaces de hacer”, remarca Lalueza. Todo lo escrito puede cambiar por una pequeña falange hallada en una fosa perdida. “La historia de la evolución es un enciclopedia de la que solo tenemos algunos párrafos”, añade Bermúdez de Castro. Lo único que parece claro es que no retrocederá la concepción de humanidad.

Así que guarde sus insultos paleorracistas porque usted, si se siente euroasiático, conserva genes del soldado deforme. Deje de ser un supremacista sapiens (solo los africanos que no fueron ‘contaminados’ por neandertal, pues nunca salieron de África, podrían esgrimir tamaña estupidez). El paleorracismo ha pasado a mejor vida.

<p>La alimentación neandertal</p>

Mauricio Antón: una mirada de millones de años

Ilustrador especializado en la prehistoria, Mauricio Antón aúna arte y método científico. Lleva dos décadas haciendo disecciones médicas a la inversa. A partir de los huesos encontrados en yacimientos va uniendo las capas, guiándose por las marcas que tuvieron que dejar los tejidos blandos, un trabajo en comunión con paleontólogos. Sus reconstrucciones han aparecido en revistas como National Geographic y Muy Interesante, y en publicaciones especializadas. En su último libro, Los secretos de los fósiles, ya daba cuenta de cómo ha evolucionado su trabajo y por qué ha ido humanizando al neandertal bajo un impulso subjetivo. «Es un proceso ligado a la profundización de la técnica y a una vertiente política. Las primeras fueron de grano grueso y muy marcadas por prejuicios ideológicos», explica.

Recuerda que uno de los primeros esqueletos de neandertal que se encontró pertenecía al de un anciano enfermo, de lo que se dedujo que todos debían andar encorvados. «Se ha mejorado, y la ciencia se encuentra en un punto en que las diferencias entre ambos son muy sutiles, centradas más en su comportamiento social o capacidad de pensamiento». Para Mauricio, lo que ha cambiado es sobretodo nuestra concepción social. «Hace décadas ya había paleoantropólogos que lo defendían. Ahora tenemos una concepción más amplia de la igualdad», concluye. Puedes ver su trabajo en su blog y en las imágenes que acompañan este reportaje.

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