Quienes levantaron las fábricas de la extinta Málaga industrial seguramente nunca pensaron que las chimeneas que evacuaban los desechos de la productividad terminaran convirtiéndose en patrimonio cultural. A finales de los setenta del siglo pasado cerraron las últimas fábricas, y las chimeneas quedaron como hitos de la memoria en la ciudad desmemoriada. La más alta de todas era la de la Fábrica de Plomo de Los Guindos, donde alguien en los ochenta tuvo la idea de estampar, a más de 60 metros de altura, un nombre de mujer: «Mónica». Probablemente fuera una locura de amor, es la teoría más extendida, y ha dado lugar incluso a un corto de ficción, La Chimenea (Producciones MLK), donde la supuesta Mónica regresa a su ciudad tras años de ausencia.Me gustaba más la teoría de que la propia Mónica hubiera trepado a la torre para estampar su firma. Pero nadie ha reivindicado la autoría de la pintada, lo que deja espacio para que cada cual invente la historia que quiera. Cabe incluso la posibilidad de que Mónica no haya existido, pero su nombre queriendo tocar el cielo ha logrado que los malagueños miremos con cariño nuestro pasado. La de Mónica era la chimenea más alta, aunque en 2002 hubo que rebajarla para que no se desplomase. Ahora el Ayuntamiento ha iniciado una rehabilitación que la hará recuperar sus 104 metros originales y borrará de su cuerpo el tatuaje. Los expertos y la Asociación en Defensa de las Chimeneas y el Patrimonio Industrial de Málaga están contentos de que se restaure; de no ser por ellos, habría terminado desapareciendo por derrumbe. A los demás no nos piden opinión: no pasamos de ser espectadores pasivos. Pero Mónica nos hacía soñar, y ahora nos toca aprender a vivir sin ella.