«Si me curo del cáncer, no dejo el reiki. Me ha dado más vitalidad». Este es el testimonio de Manuela Piñeiro. Tiene 59 años y hace año y medio le diagnosticaron un tumor en el pecho.

Tras pasar por quirófano y recibir quimioterapia y radioterapia, le comunicaron que tenía metástasis. «Caí en una depresión. No quería levantarme de la cama. Tomaba tranquilizantes a diario», dice esta gallega, asentada en Granada.

Su vida cambió cuando se enteró que en la Fundación Cáncer y Vida de la localidad de Maracena ofrecían sesiones gratuitas de reiki a pacientes como ella.

«Ahora tengo más energía. He dejado la pastilla. Ya no le doy vueltas a la cabeza. Lo recomiendo», dice Manuela Piñeiro.

El reiki «reconecta, relaja y desbloquea. Aumenta la segregación de endorfinas y produce bienestar», explica José Antonio Espigares Román, maestro de esta terapia milenaria japonesa que canaliza la energía universal.

Cuando el terapeuta pone sus manos sobre los pacientes, muchos sienten calor, paz, relax y hormigueo. Algunos ríen y otros lloran, según comenta Espigares, vicepresidente de la Asociación de Reiki Usui Japonés, quien también imparte reiki en hospitales y centros de mayores de Granada.

¿Lo mejor de su trabajo? Es «gratificante ver la mirada de los pacientes cuando les ayudo a cambiar de actitud, de una desolada y triste a otra positiva y con ganas de vivir», dice Espigares.

A punto de cumplir los 50 años y tras muchos de experiencia, este maestro tiene su propio lema: "Dar reiki es sencillo, saber darlo un aprendizaje. Cada paciente tiene su historia".