El capítulo de la edil Agüera

Una mano negra con alma trepadora ha abierto la caja de los truenos.
La filtración de un preciso informe policial sobre los movimientos de la concejala Rosa Agüera es otro capítulo del manual sobre la impúdica explotación que ciertos ediles hacen de sus privilegios. Como la realidad la forman palabras, los políticos y su verborrea han convertido el cabreo de un policía harto de currar quince horas al día en una conspiración judeomasónica. ¿Atenta contra la intimidad del servidor público la redacción de un agente achicharrado? ¿No renuncia el político a parte de su esfera privada cuando permite que el guardaespaldas lo acompañe a tomar cañitas con sus amigos? Por suerte, gracias al poli local quemado, el único atentado contra Agüera lo ha cometido el interesado en echarnos a los periodistas una jugosa carnaza que algunos tragan sin masticar. ¡Qué indigestión! Para ellos, sorbete de Almax.
 
Y a los concejales que se han rasgado las vestiduras en una sobreactuación digna de culebrón, calma: no se trata de renunciar ahora a una vigilancia que habría salvado a José María Martín Carpena, sino de usarla con criterio. Como el Peugeot oficial, que no está para asistir a mítines, recoger a los niños ni darle empaque a la doble fila de Opencor.
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