Mina Conchita, situada en el paraje asturiano de Belmonte de Miranda, era un verdadero caos. Así ha quedado patente en varias de las declaraciones del juicio —especialmente en la de Raúl González el Rulo— y así se desprende del sumario del 11-M.

Nadie controlaba los explosivos utilizados en las instalaciones —había dinamita del año 1996 tirada por el suelo—, lo que permitió a varios individuos crear una presunta trama muy rentable económicamente, pero imprevisible en sus resultados.

Trashorras y el Chino

Esta situación de caos llegó hasta los oídos de Rafá Zouhier, un traficante de drogas que conoció en una prisión asturiana a Antonio Toro, cuñado del presunto cabecilla de la 'trama asturiana', José Emilio Suárez Trashorras.

Zouhier, confidente de la policía, puso en contacto a Suárez Trahorras y a Jamal Ahmidam el Chino, otro traficante de drogas muy radicalizado en una prisión marroquí.

Según declaró Zouhier en el juicio, puso en contacto a el Chino y a los asturianos como confidente, y dio la voz de alarma a la policía, que no le hizo caso.

Confidente de Manolón

Similar argumento utilizó Suárez Trashorras —procesado por suministrar los explosivos sin importar su destino— en el juicio , quien asegura que informó al jefe del Grupo de Estupefacientes de Avilés Manolo García Manolón, el policía de quien era confidente, pero que le ignoró.

Lo cierto es que las informaciones de confidentes a la policía sobre la trama asturiana no eran nuevas. Ya en 2001, otro confidente policial, Francisco José Lavandera, informó al mismo policía —Manolón— sobre la existencia de la trama asturiana. Este "chivatazo" sirvió para que Suárez Trahorras le dijese a su cuñado —Antonio Toro— que había que eliminar a Lavandera.

Una vez en contacto los asturianos y el Chino, Trashorras utilizó a varios jóvenes —Sergio Álvarez, Antonio Iván Reis o Gabriel Montoya el Gitanillo— para trasladar en mochilas el explosivo desde Asturias a Madrid bajo la excusa de que era droga.

Sigue el juicio del 11-M en el especial 20minutos.es