El marinero siguió el consejo y a los pocos días se casó con la joven. En nueve meses tuvieron un hijo que también se hizo marino. Vivieron felices muchos años hasta que el marinero, ya viejo, murió. Esa noche, cuando la mujer preparaba la mortaja, encontró la llave del sótano, donde descubrió el marco y volvió al cuadro donde siempre había estado. Cuando el hijo regresó de una larga travesía, buscó a sus padres por todas partes, hasta en el sótano, donde encontró el retrato de su madre mucho más joven. Entonces entendió todo: colgó el retrato en su barco y de esa forma su madre volvió al mar.
Quizá los retratos no tengan un alma verdadera, pero sí que tienen algo que nos inquieta y seduce.
Próximo viernes: 58/En el camino del bosque de Hedal
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