"Si las expresiones pictóricas han cambiado, es porque la vida moderna lo ha requerido. La visión desde una ventana de un tren y un coche viajando a toda velocidad han alterado la apariencia de las cosas. Un hombre moderno registra cien veces más impresiones sensoriales que un artista del siglo XVIII (...) La compresión de la pintura moderna, su variedad, su descomposición de formas, son el resultado de todo esto".

Fernand Léger (1881-1955) hacía la reflexión en 1914 y el mismo día en que se declaraba la I Guerra Mundial. El pintor francés hermanó en sus trabajos el arte con las máquinas adelantándose al futurismo ya en 1908 con Desnudos en el bosque (una versión del cuadro de Picasso de nombre parecido).

Sus obras cubistas era de formas geométricas claras y colores brillantes, siempre con un pie en la figuración por mucho que coqueteara con la abstracción. El lenguaje pictórico era parte de un nuevo arte que correspondía a un nuevo funcionamiento del mundo. Léger había sido testigo del paso del coche de caballos al automóvil; de las velas y las lámparas de gas a la luz eléctrica; de la sociedad rural a la creciente sociedad urbana.

A lo largo de más de un centenar de piezas, el Museo Correr de Venecia resume hasta el 2 de junio en Léger 1910-1930. La visione della città contemporanea (Léger 1910-1930. Una visión de la ciudad contemporánea) los años más innovadores de la carrera del autor.

La exposición —organizada en conjunto con el Museo de Arte de Filadelfia (EE UU)— se centra en la representación de la urbe moderna con más de 60 obras del artista y otras de figuras definitivas como Picabia, Duchamp, Mondrian, Le Corbusier, Robert Delaunay y El Lissitzky: compañeros de viaje de Léger hacia la experimentación. Las cinco secciones de la muestra (La metrópolis antes de la Gran Guerra, El pintor de la ciudad, Publicidad, Las artes interpretativas y Espacio) recorren las diferentes facetas del autor, que además de pintar creó diseños para teatro, anuncios y decorados para cine.

El conjunto incluye la sorprendente La Ville (La ciudad), una pintura que condujo a la experimentación a los creadores cubistas y futuristas que la vieron. Pintado por Léger en 1919 a su vuelta a París tras combatir en la I Guerra Mundial, el cuadro (contenedor de la dinámica y el frenesí de la vida moderna) se convirtió en un manifiesto para las representaciones de la metrópolis. La arquitectura cubo-futurista y sus habitantes —casi robots— se integran con una lógica cuadriculada en la "máquina urbana".

De Humo sobre los tejados (1911), el primer paisaje urbano que pintó, a las llamadas pinturas murales realizadas entre 1924 y 1926; el lenguaje renovador de Léger combina a la perfección con los vestuarios y coreografías que en los años veinte resultaron pioneros para las artes escénicas. Su realismo plasma la sensación de ser engullido por el funcionamiento imparable de un mundo engrasado y Léger supo además aplicar ese estilo a artes muy diversas.