José María García: La foto del Che

  • José María García Sánchez. 47 años. Empleado de la empresa de ascensores Zardoya Otis. Tardaron nueve días en identificar sus restos. Murió en el tren que explotó en la estación de Atocha, a las 7:39 del 11-M.
  • “Ahora no deseamos que lleguen los fines de semana. Nos han dejado solos”, Matilde, su viuda.
José María, a la izquierda, con su hijo Luis, en la boda de una prima. A la derecha, Matilde, su viuda.
José María, a la izquierda, con su hijo Luis, en la boda de una prima. A la derecha, Matilde, su viuda.
20minutos.es
José María, a la izquierda, con su hijo Luis, en la boda de una prima. A la derecha, Matilde, su viuda.

Acostumbraba a comer de restaurante, pero aquel día no pudo resistirse a caer en la tentación del cocido del día anterior. En la cocina, José María García Sánchez (47 años) hizo algo de ruido mientras disponía la tartera y despertó a su mujer, Matilde Saiz (42), para quien era demasiado temprano todavía, porque tiene el sueño rebelde y nunca es capaz de conciliarlo antes de las dos de la madrugada. –No quería despertarte, lo siento –se disculpó el marido antes de salir de casa, en Fuenlabrada, a escasos metros de la estación del Cercanías. El piso lo habían comprado hace ocho años, poco antes del nacimiento de Luis (7), el menor de los dos hijos del matrimonio –Daniel, el primogénito, tiene 16, y es un prometedor judoca–.

A José María le costó mucho dejar Madrid, una ciudad que adoraba y “lo era todo para él”, según su mujer. No podía olvidar el barrio de su niñez, Plaza España, ni el ambiente del centro. En un pub de Argüelles, no muy lejos, había conocido a Matilde hace más de un cuarto de siglo. Dos detalles pueden ayudar a dibujar el espíritu de este empleado de mantenimiento de ascensores.

El primero es una foto que su mujer acaba de encontrar mientras buscaba documentos entre las cosas del marido muerto: el retrato que guardaba desde que era joven del Che Guevara, un personaje que le apasionaba. El segundo es algo menos tangible: la nostalgia por el mar.

José María necesitaba escaparse de vez en cuando a mojarse los pies y hablar con los pescadores. De izquierdas hasta el tuétano, admirador de Julio Anguita, a quien consideraba un hombre íntegro, “que no se dejaba manejar”, José María era de los que habían corrido ante la Policía reclamando derechos y libertades. Ese ansia por tomar en las propias manos la solución de los problemas le llevo también a fundar la Asociación de Vecinos Palacio o bajar a apagar por su cuenta y sin pensárselo dos veces un incendio que se había declarado en el garaje de su casa.

–No salió de allí hasta que llegaron los bomberos. Tenía los pulmones llenos de humo. Matilde, que siente “toda la vida rota”, ha dejado su trabajo como asistenta y tomado la decisión de aprender a conducir para poder manejarse con el coche que habían comprado hace sólo un año. También ha acompañado a sus hijos al santuario de Atocha y no está de acuerdo en la decisión de sustituirlo por las pantallas virtuales.

–Respeto a los trabajadores de Renfe, pero me pregunto: ¿van a olvidar algún día lo que sucedió? El santuario, encender las velas, era un gran consuelo para todos nosotros, los que de verdad perdimos y estamos mal. No ha sido la única insolencia.

Matilde acusa a las autoridades de haberla dejado “totalmente sola”. Hace una semana recibió la primera llamada del Ministerio del Interior desde el 11-M. La funcionaria que tramita su expediente le preguntó si la familia necesitaba ayuda, se interesó por su estado emocional y, para terminar, dijo:

Y su marido, ¿qué tal está? Matilde, alucinada, tuvo un arrebato de ironía:

–¿Qué quiere que le diga? No creo que necesiten ayuda allí donde está él ahora.

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