Félix González: Félix y el cóndor

  • Félix González Gago. 51 años. Subteniente del Ejército del Aire. Fue ‘casco azul’ de Naciones Unidas en Namibia. Le encantaba pasar las tardes jugando con sus dos hijos. Murió en el tren que explotó frente a la calle Téllez a las 7:39 del 11-M.
  •  “No me siento como una viuda, sino como una huérfana. Nos han dejado huérfanos a mis hijos y a mí”, María José, su viuda.
Félix en el Lago Esmeralda, en el sur de Chile, el lugar donde empieza el cuento que ahora escribe su mujer.
Félix en el Lago Esmeralda, en el sur de Chile, el lugar donde empieza el cuento que ahora escribe su mujer.
20minutos.es
Félix en el Lago Esmeralda, en el sur de Chile, el lugar donde empieza el cuento que ahora escribe su mujer.

“Érase una vez un niño...”. No es posible soñar un mejor destino que convertir la vida en un cuento, una sucesión de prodigios. Felix González Gago (51 años) es ahora protagonista de uno: transita, vigilado por su fiel cóndor, por los Andes chilenos. Baja al valle de Elquí, donde Gabriela Mistral fue poeta y maestra; bucea entre los deslumbrantes salmones del Lago Esmeralda; salta a las Islas de Juan Fernández, patria naúfraga de Robinson Crusoe; tiene sed en el desierto salino de Atacama...

Los hijos de Félix, Marcos (10) y Mariano (9, cumplidos el día que murió su padre), piden el mismo cuento cada noche. La madre, María José Salazar (46), necesita contarlo. –¿A dónde vamos hoy? –les pregunta antes de iniciar el viaje. Tres día después del 11-M, decidió llevar adelante el viejo proyecto de escribir el cuento, que había empezado años atrás, cuando vivían en Chile. Félix, militar del Ejército del Aire, había sido nombrado auxiliar del agregado de Defensa de la Embajada de España en Santiago. Al destino profesional le acompañó María José, que dejó su trabajo como redactora en Madrid del semanario de sucesos “El Caso”.

En Chile fueron muy felices. Recorrieron el país de punta a cabo y decidieron ser padres. Los dos críos nacieron allí. Félix llevaba más de treinta años en las Fuerzas Armadas. Las múltiples condecoraciones, incluida la de Naciones Unidas tras su participación, en 1989, en la misión de paz en Namibia, sólo son referentes honoríficos de su carácter. Su gran mérito iba mucho más allá.

–Era un camaleón de los sentimientos. Con los niños, se hacía niño. Conmigo, un hombre amante y tierno –dice su viuda, que lleva al cuello, colgada de una cadena, la alianza de matrimonio de Félix, recuperada del cadáver y convertida por las bombas en un círculo imperfecto. Esa dualidad fue depurada por María José cuando decidió qué hacer con las cenizas. Las repartió en dos mitades. La primera fue enterrada al lado de los restos del padre de Félix, en el pueblo natal, Guaza de Campos (Palencia). La segunda tuvo un destino de cuento. Ya tenían comprado el regalo para el Día del Padre, una vela en forma de barco de papel.

–¿Qué hacemos con esto? –preguntó a los niños.

–Poner ahí las cenizas de papá –dijo Mariano, el pequeño.

El deseo, como los cuentos, se hizo realidad. El barquito-vela, encendido, fue botado por la familia en la playa murciana de Águilas. María José no se siente capaz de explicar en qué aguas navega su estado de ánimo.

–Tengo el alma dividida. La parte dura predomina y la blanda se ha quedado dentro, asfixiándose. Tres días después de la muerte de su marido, María José le escribió una carta. Incluía la promesa de escribir el cuento que nació en el sur lejano de Chile, en el Lago Esmeralda, teñido de verde por los sedimentos de cobre.

Quiere que sea un cuento que incluya todos los cuentos: una amalgama de historias reales y prodigios imaginarios, porque, como confesaba a Félix en la carta, “hace falta mucha fantasía para soportar la realidad”.

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