Inés Novellón: La sorpresa era París

  • Inés Novellón Martínez. 30 años. Era enfermera de atención primaria y bailarina vocacional de salsa y danza del vientre. Le encantaban Harry Potter y las películas de Disney. Murió en el tren que explotó frente a la calle Téllez a las 7:39 del 11-M.
  • “Me enseñó a disfrutar cuanto antes, a no dejar para más tarde los buenos momentos”, Víctor, su viudo.
Inés Novellón Martínez.
Inés Novellón Martínez.
20minutos.es
Inés Novellón Martínez.

Tenía asuntos que afrontar en el trabajo y tomó el tren antes de lo habitual. Al llegar al banco en el que trabaja, en los aledaños de la Plaza de Castilla, encendió el ordenador. La radio transmitía las primeras noticias sobre la matanza. En los minutos vacíos que vivimos contemplando como se inicia el sistema operativo de las redes informáticas, Víctor Rodríguez Aparicio (32 años) se dio cuenta de que había esquivado la muerte por madrugar quince minutos. “Madre mía, ¡de la que me he librado! Dos trenes detrás del mío comenzaron las bombas”, pensó.

Entonces, con una intensidad que casi le saca el corazón del pecho, recibió la coz de la certeza: Inés había cambiado el turno habitual de tarde por el de mañana y, cuando la dejó en casa, estaba levantándose, dispuesta a salir hacia la estación de Alcalá de Henares. Llamó a su móvil, pero no había línea y empezó a alarmarse. Durante esas primeras horas de desconcierto, Víctor también recibió muchas llamadas. Su gente estaba preocupada porque era él quien cada mañana viajaba en el Cercanías. –Menos mal que estás vivo–, le decían. Nadie esperaba que fuese su novia, Inés Novellón Martínez (30), una de las víctimas.

La vivaracha Inés, que la noche anterior había bailado en la academia Max Latino, donde había entrado como alumna, hace dos años, y terminado como profesora, porque la música era la mejor amiga de su cuerpo y éste se le encendía como una máquina impecable con los ritmos fogosos de Carlos Baute y Chayanne. Inés vivía bailando y se ganaba la vida cuidando de los demás. Había aprobado en la primera convocatoria las oposiciones para enfermería y, desde hace siete años, trabajaba en un centro de atención primaria del barrio de Delicias, muy cerca de Atocha. No se limitaba a despachar las recetas que firmaba el médico y, como sabía que la salud está casi siempre en la cabeza, organizaba grupos de relajación contra el estrés, la hipertensión y el tabaquismo.

Nacida en Alcázar de San Juan (Ciudad Real), pero criada en Alcalá, era la segunda de cuatro hermanos, dos mujeres y dos hombres. Aunque vivía con Víctor desde 2001, después de diez años de un noviazgo que empezó en unas fiestas de pueblo en la provincia de Guadalajara, seguía manteniendo una relación muy estrecha con su familia. No pasaban dos días seguidos sin que fuese de visita a la muy cercana casa de sus padres. La pareja aprovechaba los fines de semana para desquitarse de la discordancia de sus turnos laborales: matinal el de Víctor y vespertino el de Inés.

El sábado anterior habían ido a ver el montaje teatral “El diario de Adán y Eva”, de Mark Twain, y un espectáculo de magia e ilusionismo. –Nos divertimos muchísimo –, dice Víctor. Ahora, tras remontar “un bajón muy fuerte”, intenta “asumir le realidad”, pero no logra evitar las vueltas y vueltas en torno a lo absurdo de aquella mañana de jueves, cuando, de haber sabido que Inés había cambiado el turno, la hubiera esperado para algo tan infrecuente como ir a Madrid juntos durante la semana. Inés y Víctor celebraban los cumpleaños con sólo un mes de diferencia.

Inés había cumplido 30 el cinco de febrero. Víctor hizo 32 el cinco de marzo. Él le regaló a Inés un reloj que teñía los minutos de alegría, con una esfera en la que aparecían dos ojos y una boca sonriente. Ella le dio a Víctor un perfume, pero se guardó el verdadero regalazo, que sería una sorpresa: un viaje en Semana Santa a París la ciudad soñada que querían conocer juntos.

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