Jean-Paul Gaultier, una corona celestial para cada mujer

"Oración", "Meditación", "Visitación"... la lectura del nombre de los tres primeros modelos presentados por Jean-Paul Gaultier, en la tercera jornada de colecciones de alta costura de París para la primavera-verano 2007, era un perfecto reflejo del arrebato virginal que había inspirado al modisto.
Diseño de Jean-Paul Gaultier (EFE).
Diseño de Jean-Paul Gaultier (EFE).
EFE
Diseño de Jean-Paul Gaultier (EFE).

La primera belleza, longuilínea, bajo su traje de chaqueta de corte masculino y pantalones anchos en satén de seda blanco-marfil, lo confirmó de inmediato.

En particular por el discreto y, a la vez, inevitablemente espectacular aro dorado que ostentaba sobre su cabeza, salpicado con pequeñas estrellitas.

Tradicional modelo de corona divina que sin duda habría hecho las delicias de Pedro Almodóvar, amoroso aficionado a este tipo de iconografías, pero que, en su ausencia, deleitó a Victoria Beckham, esposa del futbolista David Beckam, y a la actriz Catherine Deneuve, invitadas principales de Gaultier.

Vestidos-túnicas, cortos pero de inspiración monacal, estampados vidriera, rezos y apariciones inundaron la pasarela, poblada por modelos bautizados a veces como vírgenes: "Inmaculada", nombre del número 32, era un conjunto "blanco, bordado con grandes motivos y lino recortado", todo calado, rostro incluido.

"Macarena" daba nombre al 35 y penúltimo modelo de la serie, con un hombro desnudo, "abierto sobre un lame transparente oro, retenido sobre una cadera, con efecto de pliegue en cascada de 'jacquard' con motivos 'medallón de oro'", explicaba el modisto en su dossier de prensa.

Inevitablemente apretados, pero más que felices de encontrarse en el interior del palacio parisiense donde tiene su sede el artista, en la calle Saint-Martin, los invitados del desfile descubrieron pronto que junto con los nombres de cada modelo, el nexo de unión de toda la colección iba a ser la corona.

Casi siempre en su versión divina, de oro icónico, maciza, o en forma de delgado aro dorado, pero también transparente, azul, naranja, espejo, con flores adosadas, con sus correspondientes plumas, no muy lejos a veces de la peineta, raramente derivando al estilo cabaré, pero sí al indio, entonces, en honor a la Virgen de "Guadalupe".

Su nombre, en cualquier caso, ilustraba el número 20, un vestido largo adornado con un corazón y su puñal, todo plateado, incrustado en relieve, a juego con la corona, y el "oleaje de sangre en muselina y perlas", sobre un "dobladillo nube".

Diríase que muy inca, pero nominado simplemente, "Icono", el modelo 31 proponía a la mujer Gaultier del próximo verano un vestido-tubo de pana de terciopelo dorado, sobre casulla en muselina de oro y escote suspendido, adornado con aplicaciones de bordados y rayos de lentejuelas, también de oro.

Junto al omnipresente símbolo de su alta dignidad, que sólo en una ocasión acompañaba a una corona de reina también terrenal, con piedras multicolores, las mujeres-vírgenes de Gaultier lucieron a menudo su espalda desnuda, junto a capuchas cortas, velos y mantillas de muselina, tul, guipure, organza, ganchillo o satén.

Algunos trajes pantalón, pero, ante todo, abundantes vestidos, cortos, para el cóctel, largos, a veces con cola, para las galas, drapeados con falda corola, de tirantes y con capa a juego, sembraron la colección estelar de la jornada.

La paleta de colores pasó del blanco al negro y el poderoso rojo, por suaves rosas envejecidos o casi pastel, celestes, turquesas, verdes y estampados, a los bordados multicolores.

El tono Gaultier del verano 2007 se recreó, igualmente, al desenfrenado ritmo del desfile, en corsés bordados con piedras de colores muy vivos y pequeños bolsos escapulario.

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