
La bonanza de los últimos años del siglo XIX y las crecientes inquietudes artísticas del XX se disfrutaron con plenitud en Viena. En el cambio de siglo la ciudad era no sólo la capital del poderoso Imperio Austrohúngaro (1867-1918), sino un centro intelectual y artístico en el que convivían varios credos y etnias en un clima social apacible.
Cada vez más acomodada, la clase media quería reforzar su poder y distinción y encargaban retratos a los mejores artistas del momento. Para autores como Gustav Klimt u Oskar Kokoschka posaron esposas de industriales y empresarios, mecenas del arte que apoyaban a creadores muchas veces despreciados por los académicos o las instituciones oficiales (como fue el caso de Klimt cuando empezó a evolucionar hacia el estilo que lo hizo famoso).
Facing the Modern: The Portrait in Vienna 1900 (Enfrentando lo moderno: el retrato en Viena en 1900) —recién inaugurada en la National Gallery de Londres y en cartel hasta el 12 de enero— es la primera muestra exhaustiva organizada sobre el retrato en Viena durante uno de los periodos creativos más brillantes e intensos de la historia de la capital austriaca.
Máscaras mortuorias de Beethoven, Mahler, Klimt y Schiele
En contraste con artistas coetáneos de otras ciudades como París, Berlín y Múnich, la demanda de retratos hizo que los vieneses se centraran en la imagen y la percepción social del individuo. La exposición reúne obras indispensables de Kokoschka, Klimt, Egon Schiele, Richard Gerstl y Arnold Schönberg (también famoso como compositor musical), junto a una serie de trabajos de autores menos conocidos mundialmente como los pintores decimonónicos Frederich von Amerling y Ferdinand Waldmüller y los posteriores Broncia Koller e Isidor Kaufmann.
Algunas piezas —procedentes del Belvedere de Viena, del MoMA de Nueva York o de colecciones pequeñas y privadas— apenas se ceden en préstamo y es inusual verlas en otras pinacotecas. Los organizadores destacan entre los cuadros más admirados La familia (autorretrato) (1918) —una de las últimas creaciones de Egon Schiele, que sucumbió a la Gripe Española ese mismo año tres días despúes que su mujer embarazada de seis meses muriera por la misma causa—, Retrato de una mujer de negro de Klimt y Retrato de Christoph e Isabella Reisser de Anton Romako.
Enfocado para mostrar el retrato como obra de arte, pero también como una declaración de amor y una forma de homenaje al retratado, el conjunto incluye además de los lienzos una serie de sorprendentes máscaras mortuorias de Gustav Klimt (1918), Ego Schiele (1918), Beethoven (1827), y Gustav Mahler (1911). Una sala en la recta final del recorrido incluso dedica un espacio a los trabajos abandonados o fallidos que no gustaron al creador o al modelo.
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