Muñoz Molina gana el Príncipe
de Asturias de Las Letras 2013

  • La Fundación Principe de Asturias confirma a 20 Minutos el galardón a Molina.
  • Se impone así a Murakami, Vila-Matas, Galeano o Goytisolo, entre otros.
  • Su última obra, Todo lo que era sólido, critica la situación actual.
  • LISTA: ¿Cuál es su mejor libro?
El autor Antonio Muñoz Molina.
El autor Antonio Muñoz Molina.
Esteban Cobo / EFE
El autor Antonio Muñoz Molina.

Polémico el último premio que reconocía su obra, el de Jerusalén de Literatura, y muy polémica también su aceptación de tal reconocimiento (le acusaban varios intelectuales de apoyar de ese modo a Israel), hoy el andaluz (Úbeda, 1956) ha sido elegido ganador del XXXIII Premio Príncipe de Asturias de Las Letras. Otro galardón de la Fundación que este año también se filtra antes de la hora señalada para su anuncio.

Premiado por su manera de comprometerse literaria y ensayísticamente parece evidente que su último compromiso publicado, Todo lo que era sólido (Seix Barral): de una indiscutible solidez en el descuartizamiento pulcro, inteligente y acertado de nuestro presente y pasado, ha tenido que ver en la decisión del jurado presidido por Blecua.

Oficialmente estos han sido los motivos: "Por la hondura y la brillantez con que ha narrado fragmentos relevantes de la historia de su país, episodios cruciales del mundo contemporáneo y aspectos significativos de su experiencia personal. Una obra que asume admirablemente la condicion del intelectual comprometido con su tiempo".

El literato cuenta en su haber con un importante cuaderno de títulos: la eternamente revisada y monumental novela El jinete polaco, El invierno en Lisboa o La noche de los tiempos.

Su mujer, la creadora del muy popular Manolito Gafotas y famosa por sus "Nacida en Moratalaz" o el nombramiento habitual de "mi santo" al hoy reconocido, Elvira Lindo, ya puede escribir en letras bien grandes: "Mi santo se ha llevado el de Las Letras. Le ha ganado el pulso al mismísimo Murakami y se ha convertido en el sucesor (de estatuilla de Miró y 50.000 euros) de Philip Roth".

Se ha impuesto además a otro nombre fuerte, el irlandés John Banville, que ha sonado con insistencia. Desde luego nadie podrá decir que los contrincantes eran fáciles de vencer.

Desde 1998 no ganaba un español

Si bien es cierto, y justo es señalarlo, que el jurado, reunido durante dos días en Oviedo, estaba bastante convencido desde el inicio de que era hora de que un escritor español se lo llevara, los nombres de Banville y Murakami se colaban una y otra vez en las apuestas, y a nadie se le escapa la potencia de los autores.

No obstante, la flecha apuntaba hasta en las hipótesis quizá menos fiables a la diana patria y el listón estaba alto: no solo el español premiado jugaba en este ajedrez, también Luis Goytisolo y Francisco Brines estaban en la partida.

El potente guatemalteco Galeano era otra opción repetida estos días, pero su origen guatemalteco lo alejaba de la intención de reconocer a un español.

Además, en caso de haber elegido a Galeano, tal vez la línea hubiera corrido demasiado paralela a la del mexicano Augusto Monterroso, premiado en 2000.

Aún hay que volver la vista más atrás para encontrar un español en la lista. Hasta 1998 para ser exactos, que fue el año en el que Francisco Ayala se alzaba merecidamente vencedor de uno de los premios más relevantes de nuestro país.

Ayer, mientras esperaba avión en Lyon el galardonado, autor de Beatus Ille y académico (ocupa el sillón 'u' de la RAE desde 1995), dejaba unas palabras para un gigante, mejor dicho: para otro gigante literario, Flaubert, de cuyas cartas señalaba: "En ellas está lo que me gusta de escribir y leer".

"Deberíamos haber llegado a la edad de la razón"

Dos veces ganador del Premio Nacional de Narrativa, Muñoz Molina ha realizado un intachable ejercicio de análisis de nuestro presente en su ensayo Todo lo que era sólido. En él casi cada frase demuestra su ausencia de vacíos y necesidades superfluas.

Sin temor, igual que aceptó el Premio Jerusalén, dirige el dedo hacia donde menos gusta mirar. Porque aunque a Muñoz Molina se le conozca popularmente sobre todo por sus novelas, es, como ha señalado el jurado, un destacado ensayista (La realidad de la ficción, ¿Por qué no es útil la literatura?, Pura alegría) y un excelente autor de relatos (Las otras vidas  y Nada del otro mundo). Las distancias, cortas o largas, no son para él barrera.

"Después de tantas alucinaciones, quizás ahora hemos llegado o deberíamos haber llegado a la edad de la razón", escribe en su sólido 'llamamiento'. Porque hay situaciones sin excusa, ha querido Molina situarse, y no es nuevo.

"La ruina en la que nos ahogamos hoy empezó entonces: cuando la potestad de disponer del dinero público pudo ejercerse sin los mecanismos previos de control de las leyes; y cuando las leyes se hicieron tan elásticas como para no entorpecer el abuso, la fantasía insensata, la codicia, el delirio, o simplemente para no ser cumplidas", declaró hace algún tiempo.

Una coherencia que ha tratado de regir su vida y su obra. Tal vez ya aquel joven Molina que empezaba Periodismo en Madrid para no terminarlo y cambiar de rumbo ya estaba compuesto de la solidez de la que no sólo habla. Sus pasos cambiaron totalmente la dirección y el destino cuando se fue a Granada para licenciarse en Historia del Arte. Y en esa ciudad se quedó veinte años.

Funcionario en la ciudad andaluza que lo había acogido comenzó a colaborar en el desaparecido Diario de Granada, retornando así a la inicial elección periodística solo que en un tono bastante diferente y sin libros de texto de por medio. Columnista desde el principio, lo suyo era el criterio y la capacidad de crear opinión, tal y como ha demostrado en las diversas publicaciones en las que ha trabajado, como ABC, El País, Ideal o Muy Interesante.

"Una persecución del fugitivo momento en que el recuerdo se trueca en deslumbradora certeza estética": eso es y así define Molina su literatura y la manera en que la concibe, vive y entiende.

Gran evasor del alambicamiento y lo superfluo, corrector incansable, publicó su primera obra en 1948, El Robinson urbano. En ella recogía sus columnas de El Diario de Granada. Dos años después entró en materia narrativa y literaria con la novela Beatus Ille.

Con su segunda obra de ficción, El invierno en Lisboa (1987), obtenía importantes reconocimientos: el Nacional de la Crítica y el Nacional de Narrativa. En 1991, tras la publicación en el 89 de Beltenebros, los galardones volvían a poner en valor sus letras: El jinete polaco se llevaba el Planeta y por segunda vez el Nacional de Narrativa.

Un año después volvería a la ciudad en la que abandonó Periodismo, pero por poco tiempo, ya que en 1993 se trasladó a Estados Unidos para dar clases en la Universidad de Virginia.

En 2001 y 2002, después de anteriores estancias en Nueva York, trabajó como profesor en la City University. En 2004 llegó la dirección del Instituto Cervantes de la citada ciudad y en 2010, nueva novela: La noche de los tiempos. Desde entonces alterna su residencia entre la ciudad neoyorquina y Madrid.

Además de las nombradas novelas, necesario es mencionar de su extensa producción, El dueño del secreto, Ardor guerrero, Plenilunio o Sefarad, todas ellas de gran repercusión. Con menor intensidad pasó por los lectores la corta pero intensa En ausencia de Blanca, y sin embargo es una de sus obras quizá más personales.

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