El arte de la vanidad

Cuento tradicional de Rusia.
Afortunadamente nuestra cultura ha conservado la tradición de acompañar las comidas con pan. Delicioso, ¿no?

Coge un poco de harina, dos cucharadas de leche, un poco de mantequilla y una pizca de sal. Mezcla bien todos los ingredientes y haz una bola. Métela en el horno y en media hora tendrás tu coloboc. Esto fue lo que cocinó una anciana en un barrio pobre de Moscú. Y el panecillo se sintió tan doradito y hermoso que saltó por la ventana para que todos pudiesen admirar su belleza. Rodó calle abajo hasta que se encontró con una liebre: «¡Oh, qué color tan dorado!», dijo la liebre relamiéndose el bigote ¿Me dejas que te pruebe?»

«Sí, sí, que te has creído tu eso», contestó el panecillo y siguió su camino.

Luego se encontró a un enorme oso que le dijo lo mismo que la liebre, a lo que el coloboc respondió lo mismo y siguió por ahí luciendo su bronceada belleza y dando esquinazos. El panecillo estaba tan contento que comenzó a cantar hasta que un zorro se cruzó en su camino y le espetó: «¿Por qué cantas, es que tus penas espantas?»

«Todo lo contrario», contestó el coloboc, «estoy muy feliz porque...» y comenzó a contarle todo al zorro.

«¿Cóooooooomo?», dijo el zorro con la boca hecha agua. «Estoy un poco sordo, ¿por qué no te acercas más?» Y el presumido coloboc se acercó tanto que el zorro de un bocado se lo comió.

Es difícil dominar el ego en una sociedad que cada vez apuesta más por «vanitas vanitatis».

Próximo viernes: 44/El joven tigre

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